Nosotros, que creíamos ser de la izquierda de verdad verdadera

Dicen que el gallo en el gallinero abre las alas y canta…; pero añaden que quien se acuesta en cama ajena, madrugando se levanta… Hay una nueva gallina alfa en el gallinero de Pedro Sánchez para dar a nuestro (no)invicto caudillo una mayor Alegría. Cierto que, estéticamente, esta alegría supera con mucho_muchísimo a la lastre, pero intelectualmente es aún más insultona que aquélla.

En fin, que podríamos concluir que de aquellos polvos salieron estos lodos; o quizá sea al revés, que de aquellos lodos se echaron estos polvos. Eu nun sé, por hacerme el gallego. Pero sin duda, seguimos instalados en la nueva_vieja política con la que llevamos (mal)conviviendo desde el año 2000 y con la que algunos no sintonizaremos jamás de los jamases. Es más, entre esa nueva_vieja_política y yo hay algo personal.

Nosotros, los hoy descreídos y apóstatas de caudillos insanos vengan de donde vengan, llegamos a creernos que éramos la izquierda de verdad_verdadera. Votábamos al PCE –en su momento- y a Izquierda Unida, luego, y lo hacíamos con todas sus consecuencias. Para entendernos, era como ser del Atlético de Madrid, pero en el campo de la política: los resultados nos decepcionaban, pero seguíamos inasequibles al desaliento.

Habíamos leído a Marx y aceptado –o no- conceptos como líder carismático, culto al líder/personalidad, centralismo democrático o, naturalmente, ¡cómo no!, “Revolución permanente”, un concepto creado por el abuelete Marx allá por 1850 y que Trotsky adoptó y desarrolló en 1906 fundando, en lo sustancial, la política que siguió Lenin en 1917 en relación con la revolución burguesa en Rusia.

Para el que no lo sepa: el concepto básico se refería a que un partido socialista (eran entonces los auténticos revolucionarios, que luego se llamarían comunistas) debía cooperar con los revolucionarios de clase media (entonces, la burguesía ascendente, que era, para entendernos, fundamentalmente liberal y socialdemócrata) hasta que triunfara la revolución; entonces, ese partido debía volverse contra sus aliados y masacrarlos tras echarlos del poder. Así son las cosas. Y así ocurrieron en Rusia.

Pero en 1977, 60 años después de aquello, nosotros, que sabíamos gracias a la anatomía humana estudiada en el Bachillerato que teníamos la sangre roja y el corazón a la izquierda, estábamos rebosantes de ideología.

Ahora bien, en ese 1977, por poner una fecha de partida, quedaban aún 42 años para que el Parlamento Europeo nos abriera los ojos –ya los teníamos abiertos, de hecho- y condenara por igual a nazis (Hitler, Himmler, Goebels y toda la demás banda criminal) y a comunistas (‘Satalin’ y Lenin, entre tantos otros muchísimos) como los mayores asesinos de masas en la historia de la humanidad.

Sin embargo, entre los postulados de 1917 que nuestro dogma incorporaba como propios y la condena de los mismos por el Parlamento Europeo de 2019, mediaban 102 años, y nosotros, ya desde antes de 1977, habíamos llegado a creer en esos conceptos –concetos, que diría Pepiño Blanco– que históricamente utilizó convenientemente Stalin –entiéndaseme no sólo la ironía, sino también la trágica burla histórica- para asesinar, entre gulags, fusilamientos, ahorcamientos, hogueras o mayormente miseria y hambre, pasando por las víctimas de una guerra civil, a más 20 millones de rusos, cosa que se dice pronto.

Nosotros creíamos que éramos ‘ilustrados’ porque habíamos leído –o los más alevines estábamos aún leyendo- a Lenin y admitíamos mandamientos ortodoxos como éste: “Usaremos a los idiotas en el frente de batalla. Incitaremos el odio de clases. Destruiremos su base moral, la familia y la espiritualidad. Comerán las migajas que caerán de nuestras mesas. El Estado será Dios”.

¡Qué tiempos aquellos! ¡Qué de akelarres imaginarios que nos dimos! ¡Qué cantidad de pajas mentales que nos hicimos!, las mismas que se hacen hoy desde el cumfraude Sánchez al estalinista Iglesias, líderes del gallinero, pasando, desde luego, por las gallinas lideresas.

Los nuestros eran akelarres mentales, sí, pero casi puros en su esencia, con la base de los Mandamientos de Lenin contenidos en su opúsculo “¿Qué hacer?”: “·Un núcleo pequeño, compacto, integrado por trabajadores leales, experimentados y recios, con agentes responsables en los principales distritos y relacionados por todas las reglas de estricto secreto con las organizaciones de revolucionarios puede, con el amplio apoyo de las masas y sin una serie de reglas precisas, realizar todas las funciones de una organización sindical y realizarlas, además, tal como lo desean los social-demócratas”.

Ésa era la base de la agit-prop. Nos empapábamos de doctrina, mientras los socialdemocratillas de Felipe González (los mismos que en la Rusia del 17 tanto odiaban Trotsky y Lenin) nos tachaban, como mínimo, de “iluminados”, es decir, de ‘gilipollas’, y nos echaban a los leones formados por sus propias huestes, las cuales habían sabido desarrollar hasta límites insospechados de hedonismo, sinvergonzonería y cinismo el “Cambio” de las tres ces: cambio de coche, cambio de casa y cambio de compañera. “Por el cambio” era el slogan. ¿Les suena? Pues para ver quien vive aún hoy de ese slogan desvíen ahora la mirada hacia la banda de ‘Unidas Jodemos’ y verán que risa.

Cuando en noviembre de 2019 el Parlamento europeo condenó por igual al nazismo y al comunismo –no sólo de ‘Satalin’, sino también de Mao, Pol Pot y de otros- los míos, es decir, yo mismo, llevábamos muuuuchos años siendo ya unos descreídos. Tras los tiempos de akelarre y silicio hecho con las páginas de ¿Qué hacer?, ‘El libro rojo de Mao’ y hasta de ‘El libro verde de Gadaffi’ –ya puestos, ¿por qué no?-, a nosotros, los hoy descreídos y burladores_burlescos del dúo dinámico Sánchez-Iglesias, nos dolían los laceramientos en las carnes de tanto sacrificio intelectual.

Descubrimos entonces la inmensidad del horror que conlleva cualquier dictadura, empezando por la cultural, y naturalmente, de las memorias prefabricadas de forma ‘de(d)mocrática’. Pero observen que parte de la culpa de nuestro ‘caer de un guindo’ la tuvo Trotsky con su libro “El fracaso del Plan Quinquenal”. Sí, como suena, les digo a los trotskistas.

Así que, que me perdonen –o no, porque me da igual- los nuevos/as/es/is/us de ‘las tres ces’, pero cuando los veo actuar con tanto naufragio intelectual, con tanto dogma en la saliva que escupen por la boca, con tanta ineptitud en las políticas económicas y hasta sociales que materializan –¡vamos, no me digan que subvencionar la gasolina por igual a Florentino Pérez que a su portera es una medida social progresista, por poner un ejemplo-…, se me abren las carnes allá por donde me colocaba el cilicio hecho con las páginas de las obras de Marx, Lenin, Trotsky o Mao. Es decir, que me tienen en carne viva.

Por cierto, hay una Pilar que dicen que tiene mucha Alegría y que dicen también que es portavoz del PSOE tras quitarse un lastre. Pero… todo el mundo lo sabe: la mancha de una mora* con otra mora se quita y entiéndanlo como quieran.

[PD: *mora: nombre que reciben diversos frutos comestibles de distintas especies, cuya fruta no es una baya, sino un eterio, compuesto de pequeños drupas…, jo, no sea que encima me tachen de racista].

 

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