La superioridad moral del odio

La izquierda, extrema o no, tiene tan asumida su superioridad moral sobre la derecha que presume constantemente de ello. El penúltimo ejemplo nos lo acaba de ofrecer el actor Carlos Bardem, que anda promocionando por ahí una novela que ha escrito. En una entrevista radiofónica critica a la que él llama “la extrema derecha, la derecha extrema o el extremo centro constitucionalista”, para indicar que vienen a ser lo mismo, por descalificar todos ellos la supuesta “superioridad moral de la izquierda”.

Claro que soy superior a dicha basura dice sin rebozo alguno. “Como individuos o sociedad tenemos que ser superiores moralmente a los que sólo construyen discursos de odio y justifican agresiones”.

¿Y quién no está de acuerdo en que el agredido tiene una virtud superior al agresor y el odiado al odiador? Lo paradójico es que dichos papeles normalmente están invertidos respecto a lo que dicen sus exégetas. Pues resulta que la derecha a quien se atribuye la propagación del odio y toda serie de conductas agresivas jamás lo hace en la práctica. Bien al contrario, son ellos quienes pregonan la reconciliación y la concordia de unos y otros, el no abrir viejas heridas y el que todos los españoles se fundan en un abrazo sin resentimientos ni rencores.

Quienes cavan la zanja entre buenos y malos y justifican la agresión a estos últimos son quienes desde la izquierda se sienten superiores e ellos. Somos tan estupendos, vienen a decir, que todo lo que hacemos está bien, lo que decimos es cierto y nuestras causas las únicas que merece la pena defender.

O sea que no es cierto que nos creamos superiores, sino que lo somos, se dicen, y que esta superioridad moral justifica el que queramos destruir a los malos y no darles ni un minuto de respiro. Según nuestro código de conducta, la sociedad está mejor sin ellos y vamos a impedirles hasta hablar.

Éste, qué quieren que les diga, es el auténtico odio y no el que los seres autoproclamados superiores pretenden erradicar.

 

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