Oscar Puente, el déficit de belleza y la malversación en curso

Estimados y estimadas, debo hacerles una confesión: el cronista se considera más elegante y guapo que el ministro de Transportes y Movilidad. Por presumir que no quede. Por favor, no se lo digan al ministro que pondrá a sus funcionarios a perseguirme y es capaz de meterme en un lío.

Pero tampoco es para enfadarse, que el ministro es muy “enfadica” porque alguien no haya ponderado su belleza en un medio de comunicación. Quién será el osado y valiente. Yo, como soy de los de que la belleza está en el interior y lo que importa es el cerebro, no me fijo en esas cosas. No sé cómo será el ánimo si uno no se tiene cerebro.

Debo señalar que espetar aspectos físicos puede hacer daño, a la par de no ser elegante, y es una práctica que debíamos evitar. El negocio de la estética se ha convertido en un peligro para los más jóvenes y deberíamos cuidar el asunto.

Claro que esto de irritarse, porque llamar feo al ministro es cosa de facha, mientras su colega de Gobierno, Montero, de los Montero de Hacienda, llama calvorota y gafotas a un portavoz y eso es progresista de la muerte, parece un poco contradictorio. Pero así es el socialismo realmente existente.

El señor Puente ha declarado, además, que para la persecución de los atrevidos que no valoran su notable físico tiene funcionarios escudriñando medios de comunicación, redes y periodistas o ciudadanos y ciudadanas.

Lo que molesta del señor ministro no es su aspecto, sino su macarra y amenazante actitud que ejerce con cierta villanía. Amenaza que ejerce contra todo medio que no le baila el agua, con señalamiento de periodistas incluido.

Pero sirvan las declaraciones de Óscar Puente para saber que la ciudadanía paga para ser perseguida por juzgar la apariencia del ministro, qué elegante malversación de fondos. Sepan los funcionarios y funcionarias encargados que a confesión de parte no es necesaria la prueba, o sea que no puedo ser perseguido por ello.

En fin, el derecho a la belleza es un derecho universal. Lo tiene mi barrio, las plazas de cualquier pueblo, no sólo el centro, todas las personas e incluso los ministros y ministras. El ministro tiene, observen la finura con que lo diré, cierto déficit de belleza.

Esto es corregible a través de muchos caminos. El ministro debería, empero tranquilizarse. Nada mejor que aplicarse aquella canción que los Bravos cantaban con la inconfundible voz de Mike Kennedy: … “he de confesar que a plena luz nunca estaba bien… Pero al ponerse el sol, está como para parar un tren”: nunca mejor dicho.

Parar un tren es una cosa que el señor ministro practica habitualmente, sin ningún efecto positivo para superar su mencionado déficit de belleza. Podría intentar algún otro camino. Ya sabe lo que dicen las suegras de señores con este déficit: “pero es simpático, el muchacho”.

En fin, que el ministro debía trabajarse la simpatía. Vale, puede parecer difícil, es cierto. Pero este Gobierno ha conseguido grandes retos: hacer a un portero de prostíbulo un valido del príncipe parecía también arduo, pero lo consiguieron. Cómo no van a hacer simpático al ministro.

De todos modos, la ministra de Sanidad siempre tendrá a mano alguna lista de clínicas adecuadas, me refiero a lo de la simpatía, no a lo del déficit de belleza, que recomendarle. También alguna ayuda mental para practicar la serenidad y, quizá, una de buenos modales, aunque ella practica poco el asunto.

Por cierto, que no nos había dado tiempo a pensar en la belleza del ministro hasta que él nos lo comentó. En realidad, lo que nos preocupa de él son otras cosas.

Por ejemplo, la persecución a los medios y a los periodistas, poner funcionarios a vigilar ciudadanos y ciudadanas, despreciar a los que demandan mejoras en los trenes, incluso el machismo sectario que esconde su comportamiento respecto a algunas mujeres políticas, a las que no citaré para no ponerle nervioso.

Cualquier día de estos apareceremos en la lista, el cronista y sus amiguetes de las tertulias. Y, nada, nos tocará sufrir el castigo de la Agencia Tributaria, siempre dispuesta a atender a ministros y fiscales, más allá de la ley y el deber.

Reclamo, faltaría más, el derecho a la belleza, pero no sé por qué el ministro Oscar Puente me recuerda un epigrama de Manuel de Palacios: “Igualdad, oigo gritar al jorobado Torroba ¿Nos quiere con joroba o nos quiere jorobar?”.

De ésta no me libro de salir en la investigación de los probos funcionarios. Por si recibo pena de cárcel tomaré mi vinito de viernes, ustedes deberían hacer lo mismo: brinden por Oscar Puente, el muchacho es simpático, dice su suegra.

 

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