Tengo que reconocer, señor presidente, que no me gustó la forma en la que llegó a la Moncloa, aun reconociendo la legalidad y legitimidad del acto. Sin embargo me sorprendió muy positivamente el gobierno que compuso después. Es evidente que un reloj roto puede dar la hora correcta dos veces al día y exactamente eso es lo que le ocurrió a usted, aunque con el paso de los días he perdido la ilusión inicial.
Una de sus primeras decisiones ha sido el acercamiento de los presos de ETA; y le doy la razón en parte, la organización está derrotada y en algún momento de nuestra historia habrá que abordar el cierre total de una de las páginas más negras que hemos escrito. Pero quedan alrededor de 300 atentados con fallecidos entre los 400 que restan sin resolver y 650 sentencias sin culpables. ¿Qué piensa usted hacer al respecto? Porque hasta ahora se les exigía la colaboración con el Ministerio del Interior, pero ahora…
Por otro lado, ese puteo institucional a los asesinos satisfacía a las víctimas y paliaba de alguna manera la falta de reconocimiento estatal que sufren, no menos humillante que el de las víctimas del franquismo, así que lo menos que debía hacer usted por ellas es darles el mismo peso específico que a las de Franco; y si va a conseguir que desaparezcan todas las calles franquistas y los monumentos al dictador, incluido el Valle de los Caídos, ¿por qué no obliga a los ayuntamientos vascos a quitar las calles y plazas dedicadas a los asesinos de ETA? ¿Tanto trabajo le cuesta ser tan honesto con los unos como con los otros? O acaso como está usted en el poder gracias a los asesinos, ¿no piensa tomar ninguna medida que los pueda enfadar?
Otro asunto en el que no le veo muy acertado es en su proyecto de organización territorial. Le voy a dar un consejo al respecto que ya le han dado desde las filas de su partido. No ose usted pasar las líneas rojas de la unidad territorial y la solidaridad, sobre todo económica, entre todos los españoles. Olvide las regiones y céntrese más en las personas.
Mire: España ya era un Estado en el siglo VI; el primer rey fue Atanagildo (555-567) y su capital Toledo. Esa entidad se mantuvo intacta hasta el 700, fecha de la invasión musulmana, 150 años en total. Entonces no existía en España ni había existido ninguna otra entidad política o nación. Cataluña, País Vasco y Galicia eran territorios y así se mantuvieron hasta 700 años después en el caso de la Generalitat, que se creó en Monzón (Huesca) en 1289, y no como entidad de España sino del Reino de Aragón surgido durante la reconquista, allá por el siglo XI, 500 años después que el visigodo; el segundo nunca existió, fue una entelequia del demente de Sabino Arana en el siglo XIX y la tercera obtuvo personalidad jurídica con la Constitución de 1978.
Es cierto que durante la reconquista surgieron varios reinos, pero no se engañen, todos ellos más modernos que España. Expulsados los moros de nuestra piel de toro, entre esos reinos surgió el sentimiento de unidad —en su subconsciente sabían que eran entidades espurias—, y durante todo el siglo XVI se reunificaron y las fronteras volvieron a ser las mismas hasta 1640, año en que los segadores catalanes decidieron independizarse de España, unilateralmente; circunstancia que aprovecharon los franceses para llegar hasta el Ebro.
España tuvo entonces que decidir entre Portugal y Cataluña. Portugal tenía más derecho a la independencia, pues aunque fue otro reino surgido durante la invasión musulmana, a esas alturas era dueño de medio mundo y acababa de encontrar en Brasil unos importantes yacimientos de oro y piedras preciosas. España volvió sus ojos hacia Cataluña que ni era reino ni había sido un Estado ni tenía personalidad jurídica alguna, era España, defendió su territorio frente al francés y la reconquistó hasta la frontera actual perdiendo el Rosellón para siempre, igual que ahora perderemos las industrias, las inversiones extranjeras y peso en Europa.
Explico esto porque intenta usted crear un nuevo Estado Federal en la Península Ibérica que contenga en igualdad de condiciones a España, Cataluña, País Vasco y Galicia, ahí es nada. No que España sea un Estado federal con 17 Estados federados, que quizá podría funcionar. No. Su idea, después de la patada que los separatistas han dado a la Constitución y a la democracia, después de haber insultado a todos los españoles, después de que su líder, el despreciable Torra, haya aseverado que somos el animal más parecido al hombre, constituye un acto de traición sin parangón alguno. Ahora mismo sin ir más lejos, cuando nuestro Embajador en los Estados Unidos ha defendido a España ante el ataque de los separatistas catalanes, usted ha manifestado que no quiere ponerse del lado de ninguno de los dos gobiernos.
—¡Señor Sánchez! ¿Qué dos gobiernos ni qué gaita? Si usted que debería ser nuestro máximo defensor reconoce, tras la rebelión que investiga el Poder Judicial, a Cataluña como un Estado en las mismas condiciones que España y lo hace en la sede de las Naciones Unidas, usted nos está traicionando. ¿La equidistancia, Señor Sánchez, es la traición de los cobardes!