Yolanda Díaz ha visto la luz

Esta semana han ocurrido barbaridades en gran cantidad que darían para horas de copas y palabras. Les contaré que iba el recaudador de impuestos camino de Damasco, cuando de repente, una voz atronadora le tiro de su mula. Es que hace XXI siglos se viajaba en mula. La voz, algo amenazante llegada desde el cielo le dijo; “Saulo, Saulo, por qué me persigues”.

El recaudador de impuestos vio la luz, pasó a llamarse Pablo y empezó a predicar la buena nueva. Quizá alguno de ustedes, malvados, crean que lo que hizo fue sustraerle la recaudación al califa e irse con Pedro, a ver si podía comprarse un puesto de papa en la nueva iglesia.

Pablo, abrazó la fe con convicción, recorrió medio mundo hasta que los judíos lo rechazaron y llegando a Roma cayó en las fauces del imperio donde, al parecer, Nerón le cortó la cabeza, aunque nunca se supo con certeza.

Lo que sí se sabe es que Pablo era como un cronista, un poco plasta, que le enviaba epístolas a todo el mundo, desde los tesalonicenses a los corintios, a los que no dejaba de enviar consejos, no siendo cierto que dimitieran los carteros, pero casi.

Ustedes se preguntarán por qué contarles esta historia hoy. Sinceramente, porque entre todas las cosas que han sucedido esta semana se les ha pasado por alto lo que, probablemente, es una de las noticias del año.

Iba la recaudadora de cotizaciones a la Seguridad Social camino de Roma, se bajó del Falcón y dijo a no se sabe cuántos secretarios y secretarias: ahí está, viendo pasar el tiempo: el papa Francisco.

Ya de regreso a España se fue a presentar con el Padre Ángel el libro de Francisco y Yolanda Díaz declaró: “conocer al Papa me cambió la vida”. Sabiendo que este fin de semana ABC publica entrevista con Francisco, pasará a ser su periódico de cabecera, ya que en materia de reyes y rezos este medio es imbatible.

No sé si Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han recibido bien la noticia; como se sabe, son ellos los encargados de cambiarle la vida a las señoras, la humanidad y los cobradores de impuestos.

Así, pues, Yolanda ha visto la luz y el padre Ángel ya tiene una conversión. Dos milagros en uno.

Lo que hay que hacer para sumar, dicen sus múltiples secretarios y secretarias, mientras sonríen al público del padre Ángel, que pasa a ser sujeto del cambio político, activista del progresismo de verdad, verdadero.

Nada debemos objetar a la conversión de la muchacha. Siempre es tiempo para ver la luz y tocar el cielo. Bien es cierto que la chica no se cayó del Falcón por la voz de Dios, sino por su cualificado portavoz. Cosa que, como le diría San Pablo en una epístola, no es lo mismo.

Es normal que a una señora antaño de Podemos, hoy no se sabe de dónde, una institución al parecer tan patriarcal que no asume el papel de las mujeres y que ha tenido comportamientos tolerantes con prácticas personales escasamente éticas, haya seducido a la muchacha. Al fin y al cabo, hemos nacido para perdonar y para tocarle las narices a la señora Montero, de los Montero de las chapuzas legislativas.

Pero ella no solo ha visto la luz, sino que le ha cambiado la vida. Y al padre Ángel ni les cuento. El nuevo dúo dinámico de las creencias camina hacia la inexorable fe de los creyentes. Cuidado; no sea cosa que, en el fondo, la señora no quisiera ir a Damasco sino ser papisa. Yo, ya le aviso a Francisco, por si acaso.

Pablo escribió a los corintios: “Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas. Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto”. O sea, que San Pablo era un populista de la leche y Yolanda Díaz va para papisa del populismo, que me lo veo venir.

En fin, estamos en Navidad, las historias de adquirir creencias y renovar nuestra vida forman parte de una larga tradición navideña. Yolanda Díaz ha visto la luz, usted, simplemente, prepárese para lo que le toca: pagar las facturas.

 

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