Hace pocos días se ha sabido que el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, ha distinguido con el nombramiento de Comisario Honorario del Cuerpo de Policía Nacional al director del diario La Razón, Francisco Marhuenda. Este periodista ha ocupado cargos políticos con Mariano Rajoy y Fernández Díaz en el periodo del Gobierno de Aznar, primero como jefe de Gabinete de Rajoy en el Ministerio de Administraciones Públicas, y después, director general de Relaciones con las Cortes en el Ministerio de Presidencia. Que es un hombre de confianza personal y política de Rajoy y de Fernández Díaz no se puede discutir y además él no lo niega.
Unos días antes de que Rajoy lo nombrara ministro de Interior, Fernández Díaz estuvo dos horas en el despacho del director de La Razón, junto con un periodista experimentado de dicho medio, sin que se conozca lo tratado en la conversación, aunque Fernández Díaz ya sabía que iba a ser ministro de Interior y hay quien dice que quería conocer cómo funcionaba Interior. Si Fernández Díaz se hubiera reunido más con los sindicatos policiales y organizaciones de Derechos Humanos y menos con Marhuenda, Rato, Zapatero y otros seguramente sabría qué pasa en la Policía y el insulto que supone, sobre todo en su escala superior, este nombramiento.
Después de nombrado ministro acudió al Consejo de Policía, la única vez que lo ha hecho, se comprometió a conceder un indulto a un policía condenado por error y no lo cumplió. Hace pocos meses, en un segundo expediente tramitado por el incumplimiento, error y desconocimiento del ministro, el indulto se ha producido casi con cuatro años de retraso. Este ha sido un mal ministro para los policías pero desde la manifestación del 17 de noviembre de 2012, convocada por el SUP histórico y SIPE, aunque se lo ha ganado a pulso, no ha vuelto a ver la Castellana llena de policías protestando.
Fernández Díaz ha dedicado más tiempo a condecorar a vírgenes y a amigos como Francisco Marhuenda que a reunirse con los sindicatos y escuchar la problemática policial (ya condecoró a Marhuenda como miembro honorifico del CNP con anterioridad) y con este acto deja en evidencia, a poco que se analice con rigor, una evidente prueba del nepotismo y la falta de valores que impregnan el ejercicio de la política en España.
De una parte, que el ministro sea creyente, muy religioso y al parecer miembro de una secta religiosa católica (que tiene perfecto derecho a existir, y sus miembros a guiarse por sus principios) no le faculta para trasladar sus creencias personales al ámbito de su actividad pública. Pero lo hace y no pasa nada. El ministro, en su etapa anterior de subsecretario con Mariano Rajoy debía tener la necesidad de acudir con frecuencia a Iglesias y lo hacía con coche oficial y escolta, varias veces al día (3, 4, 5). Esa inasistencia al trabajo ejecutada diariamente, ese uso indebido de vehículos oficiales, conductor y escolta para una creencia particular lo descalifica como político de un país democrático cuyos valores se asientan para la acción política en la defensa y representación del interés general.
El ministro del Interior, que ha anunciado detenciones de comandos en rueda de prensa antes de que se produjeran por interés político y de imagen, ahora vuelve a usar sus asuntos personales, creencias y relaciones amistosas para nombrar comisario honorario a un periodista, un amigo, un correligionario político, volviendo a confundir sus intereses y deseos personales con desprecio de los usos decentes en democracia.
Hay decenas de comisarios que tras muchos años de servicio tienen solicitada esa consideración de comisario honorario, que les permite conservar una placa oficial como recuerdo y sus demandas son sistemáticamente denegadas. El criterio que se está aplicando es que solo se tiene en cuenta para aquellos comisarios que hayan llegado a ocupar algún cargo en la Junta de Gobierno (subdirectores, comisarios generales y jefes de División) y al parecer, los méritos desconocidos del periodista Marhuenda, salvo que ser amigo del ministro de Interior y del presidente del Gobierno sean motivo suficiente, lo han hecho acreedor a la distinción.
Que el condecorado como comisario honorario esté condenado por atentar contra el honor de un comisario de verdad, Narciso Ortega, ex jefe superior de Policía en Cataluña y hoy en segunda actividad por publicar del mismo noticias falsas, o que haya dedicado una portada a la fotografía de dos comisarios reunidos con un diputado socialista no hacen más que añadir vergüenza al esperpento.
Que algunos sindicatos policiales ahora, unos con más altavoz que otros, se opongan tan radicalmente a esto y no dijeran nada cuando se aprobó la ley Mordaza, durante cuyo debate el ministro exhibió un documento con membrete de todos los sindicatos policiales apoyando esa norma que nos retrae en algunos aspectos a la policía del pasado por su desprecio a derechos elementales de la ciudadanía, también los califica y no bien precisamente.
Que desde Vicepresidencia del Gobierno, con algunos medios de comunicación públicos y otros próximos, se haya contribuido a acrecentar la noticia para debilitar al ministro es una parte más de este teatro falsario en que han convertido la gestión de lo público algunos malos políticos.
El hecho de que este nombramiento se pueda producir y que el ministro crea que está en su potestad nombrar como miembro honorario de un Cuerpo a un amigo por su simple decisión y sin tener que justificarlo denota la podredumbre política y moral en la que habitamos en este país, que es el origen de la casta política privilegiada que nos ha robado durante las últimas décadas impunemente.