En términos generales, los tertulianos, conferenciantes y demás creadores de opinión tienen poco que rascar hoy día si no se encuadran en el progresismo dominante.
A lo mejor sólo es cuestión de mercado. No hay más que ver las encuestas públicas que siempre ensalzan a los políticos de izquierda frente a sus antagonistas; los recientes resultados electorales, y hasta el número de visionados y respuestas a los tuits y otros mensajes en las redes sociales, en los que los comentarios progres ganan hoy día por goleada.
Otra explicación más benevolente del fenómeno sería la edad ya provecta de los pensadores de derechas, lo que redundaría en que el pensamiento conservador sería cosa del pasado. Por eso es casi imposible ver en nuestros medios públicos o mediopensionistas al historiador Pío Moa, que evolucionó del terrorismo pretérito del GRAPO hasta su admiración actual por Vox; del ex economista comunista Ramón Tamames, reconvertido a las predicciones apocalípticas; del sociólogo liberal Amando de Miguel, que ha pasado de ser uno de los admirados creadores del famoso informe FOESSA a vivir en la penuria, según propia confesión; o del filósofo Antonio Escohotado, quien una vez abandonados sus coqueteos psicodélicos con las drogas practica en la actualidad un silenciado azote del comunismo.
Puede ser. Pero, como en lo del huevo y la gallina, no se sabe qué es anterior a qué, si la senectud o el ostracismo. Otros ya practicaron este último, en su caso por propia voluntad y en sentido contrario: el fallecido Pepe Bergamín, que pasó del catolicismo al abertzalismo pro ETA, y al que luego imitaron el dramaturgo comunista Alfonso Sastre y el periodista y amigo Álvarez Solís, sucesivamente jaleados por todos los medios independentistas de la Euskalerria a la que se acogen.
Si esta desviación biológica del pensamiento vale para la tercera edad intelectual, ¿qué me dicen en cambio de la desaparición temprana de docenas y docenas de periodistas y contertulios —incluidos grandísimos escritores como Juan Manuel de Prada— de los diferentes medios públicos, en una especie de plaga mayor que la del coronavirus?
Como mínimo, estamos no sólo ante un empobrecimiento de la reflexión crítica, sino al comienzo de un sectarismo excluyente de las ideas distintas del pensamiento único del progresismo oficial. Y eso, al margen de cualquier consideración política, sería un auténtico desastre intelectual para España.