El ausente

Como ustedes saben, los cronistas tendemos a describir con figuras literarias nuestras sesudas reflexiones. Hay quien ha visto a Sánchez sujeto a la “paradoja de Joyce” –no acudir a los sitios para darse importancia-. Otros han hablado del “mal de Paiporta”– que no solo alude a la fobia al barro, sino a la irritable envidia a cualquier prócer que soporte el lodo.

Yo mismo he llegado a pensar –alertado por mi amigo Manuel Ángel Menéndez– en la “maldición del abecedario”. Yendo la B, de Borbón, antes que la S, de Sánchez, en el protocolo vaticano, quedaba el ínclito como tres filas más atrás que el Jefe de Estado hispano, intolerable.

Finalmente, solo hay una explicación posible: un excelso ataque de soberbia que impide sumergirse en una marea peregrina. También, hay un enfoque político posible: el distanciamiento de la Iglesia, la penosa negociación sobre Cuelgamuros, la memoria y la cultura “woke” que a Franciscus le llevaron a darle alguna bofetadilla jesuítica a Sánchez, en su última visita.

Además, él no es tan populista como Yolanda, tan de vírgenes como la Montero, de los Montero de Hacienda, ni tan meapilas como Feijóo, dónde va a parar. Había un tal Bolaños, también.

Está, también, la creciente tendencia a no encontrarse con el Rey y la Reina. Ya se sabe: él es el primero y no hay otra primera dama que su enamorada.

Así que ha decidido pasarse a la foto de los ausentes, en la que se encuentran Putin, Netanyahu, el presidente de Irán, un coreano del norte y algún que otro sátrapa que ronda por ahí.

Lo que haga Pedro con su agenda es cosa de él. Allá el caballero con su reputación internacional. Pero con la marca España, probablemente, debiera tener más cuidado.

Últimamente, Pedro no es el más, mejor, amigo de casi nadie, pero debería cuidarse, si aspira a influir en los próximos eventos: desde la cumbre de la OTAN a las estrategias europeas de defensa, crisis con Trump y cosas de ésas. Puede ejercer de “pasionario”, pero no parece institucionalmente muy recomendable la exageración.

Sánchez nos dejó fuera de la recuperación de Notre-Dame, recuperada por Víctor Hugo como referente del origen cultural europeo, que desde Chagal a Matisse, desde Delacroix a las películas de Disney es un referente histórico, cuya recuperación congregó a medio mundo. España no estuvo; nosotros lo valemos, dijo Sánchez que no quería ver a Felipe VI por allí.

Tampoco estuvo el hombre en la entrega del Cervantes a Álvaro Pombo, es evidente que el máximo premio de la literatura española no tiene el glamur de los Goya y, además, Pombo le cae mal.

Y, finalmente, no ha asistido al sepelio de Franciscus, donde ha estado medio mundo, incluida su coaligada de Gobierno que perderse fotos, no se pierde ni una.

Ustedes lo han visto: no hacen falta banderas, alfombras de amaranto ni Elon Musk. Dos sillas de plástico son suficientes para una conversación de quince minutos. Mientras Trump y Zelenski se las veían, el resto del nuevo y viejo orden global hacía lo mismo: cinco minutos para hacerse favores mutuos.

Dijo Bolaños, despreciando el saludo del Rey a Trump, que por cierto ni sabía quién era Bolaños ni preguntó por Pedro, ni por los demás, que no era para tanto y que saludó a otros y otras.

Pues bien, muchacho, para ti la perra gorda. Haces una carrera para perseguir a Biden y desprecias a Trump, que sí, que es un borde impresentable, pero un saludito, por si acaso hay que bajar un arancel, a lo mejor, ahora que el hombre está de capa caída, podría venirnos bien. Pero vosotros mismos camaradas. Huir de las plazas –de Paiporta a San Pedro- no suele ser buena idea.

En fin, qué mala es la envidia y qué malo darte cuenta de que has metido la pata. Nosotros sabemos la razón política de lo que es un absentismo laboral de libro. Son, como les vengo diciendo hace tiempo, señales de un final de ciclo, cuando todo se desvanece.

Quizá los “cabezas de huevo” de La Moncloa debieran sugerirle al camarada Sánchez que volviera a las viejas formas de hacer política: el diálogo, la presencia, la tolerancia y, sobre todo, la conversación.

Ser un ausente no es otra cosa que abandonar la realidad y alejarse de la gente. En realidad, todos y todas, creyentes o no, estuvimos en la Plaza de San Pedro y, como al personal suele gustarle que nuestros representantes estén donde estamos nosotros y nosotras, Sánchez hizo la cagadita poco recomendable.

Cabe la posibilidad de que Sánchez tenga una explicación. El problema es que llegará tarde. A los de izquierda de toda la vida, antes incluso de la democracia, se nos recomendaba la visibilidad. En el franquismo, y por esa razón, el sindicato mandó a este cronista, siendo un chaval, a negociar convenios con auténticos fascistones. Había que estar, era la consigna.

Luis García Montero, hoy de la cuadrilla gubernativa, lo escribió hace años: “la ausencia es una forma de invierno”. De invierno democrático, me atrevería a decir.

PS: Esta crónica estaba pensada para publicarse el 28 de abril. Pero el apagón la retrasó: tampoco ha cambiado tanto el panorama.

 

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