El rey que se enfadó con un tintero

Ésta ha sido una semana bélica, desde Putin hasta la guerra fiscal española. Pero hoy es viernes.

Y como ustedes llevan con el cronista más viernes que con el rey Charles III saben que el jefe de la Clicktertulia, Don Juan Ignacio Ocaña, nos tiene dicho que los viernes de cosas sesudas nada. Los CEO de la radio, apasionados, pretenden abonarnos ya mismo una prima de viernes (no, ya sé que tampoco hoy colará).

En fin, no me quedará más remedio que hablarles de lo verdaderamente importante.

Érase una vez un rey que se enfadó con un tintero. Hay reyes que estampan su firma con elegantes sellos, otros que usan las herramientas informáticas, incluso hay reyes que no escriben. Si uno es un Emérito, por un poner, no tiene a nadie a quien enviar misivas: las palomas y los pajes de coloridos trajes viven entristecidos por la falta del correo real.

El rey Charles, the third, nuevo monarca de las islas británicas y de medio mundo que no le hace ni caso a su notable existencia, ha sido mostrado en algunos videos en modo irascible, enfadado. ¿Por qué está molesta Su Majestad exactamente?

Incluso si lo conocemos desde siempre, incluso si los mayores recuerdan haber simpatizado cuando su padre lo envió a endurecer su culo real en un duro internado escocés, su enfado tiene raíces diferentes.

El nuevo rey nos llega a través de dos momentos. Primero, un gesto expeditivo a sus criados, para que despejen la mesa de un engorroso tintero. Segundo, cuando una pluma mancha sus reales manos con ennegrecida tinta.

Ambas circunstancias deben ser comprendidas. Son dos fiascos en el momento en que, si entendemos bien, el monarca debe firmar su certificado de aptitud para la realeza.

Imaginen un borrón en su examen de selectividad, una mancha de aceite en su solicitud de empleo, una mota de café derramada sobre su impoluta corbata en una reunión de alto nivel. Imaginen tener que ponerse falda en el sepelio de su madre.

No me digan que no se muestran tiernamente solidarios ante el enfado real cuyos dedos delataran su impericia durante horas, como a un reo le delata la huella carcelaria.

Todo tiene su origen en un malentendido: su majestad necesitaba un coach. El mayor desafío para aquellos, como el Rey, que trabajan a los 70 años es adaptarse al cambio, Cuando uno llega a los setenta y se dice “siempre lo he hecho de esta manera y siempre lo haré así”, está cocinando una receta para el desastre.

Enfadarse con un tintero es una muestra de rechazo al cambio.

Un número creciente de personas mayores de sesenta y cinco años está trabajando o busca trabajo. Ya sea que se vean por necesidad económica, por deber o por voluntad, algunos de los desafíos pueden ser sorprendentemente similares con los que afronta Charles III.

Lidiar con el papeleo es el mayor desafío, si encima la pluma es vieja y no incorpora los modernos avances que desde hace cincuenta años adornan a estos artilugios, el riesgo de la mancha delatora es inevitable.

Por descontado, por mucho que se descienda de príncipes, a esa edad el cansancio y los ojos no son tan buenos como en la juventud.

Los trabajadores de 70 años están más estresados y no siempre se encuentran en la mejor forma física. Hay que controlar el ritmo, estimada Majestad, que no está usted para bromas.

Cuando uno duplica en edad al promedio de la sala, el tintero es el menor de sus problemas: esos malditos jóvenes que observan su combate desigual con la pluma, majestad, opinan que, quizá, usted puede ser muy sabio y experimentado, pero que podría morir en cualquier momento.

Todo el mundo recordará el día que el rey Charles se enfadó con un tintero y las cínicas sonrisas rodearán el mundo de los jovencitos que, en realidad nunca han usado una pluma. Ah, es mal asunto reírse de los reyes; siempre encuentran el modo de vengarse: podrían subir el impuesto a la tinta o a las plumas, por ejemplo.

En fin, sonrían con discreción, que es cortesía de príncipes, y vigilen a sus mayores, nunca se sabe cuándo les tocará a ustedes: tengan buen fin de semana.

 

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