En lugares que no importan, no vote a Don Pelayo

Nada empieza hasta que Félix Tezanos, también llamado El Certero, produce informe. El Certero ha emitido dictamen. Ya pueden las mesnadas pegar carteles con brío: no solo nada será perdido, sino que, a pesar de lo que afirman otros estudiosos, podrán ganarse importantes plazas, si se hace campaña con ganas y pasta del Consejo de Ministros.

No tendremos más remedio que seguir la animada campaña, y los productos que nos vienen de los “laboratorios de ideícas”, que empieza hoy.

Pero déjenme que, hoy, inicie mi reflexión aconsejando a quienes viven en “lugares que no importan” (título que le tomo prestado al geógrafo Andrés Rodríguez Pose). Otro día ya aconsejaré a otros.

La despoblación y el envejecimiento parecen haber derrotado zonas enteras de nuestro país. Es un tema del que ya les he hablado en varias ocasiones (por ejemplo, aquí, aquí, entre otras) y ya saben que pienso que lo de España vaciada o vacía no es muy explicativo. (Por cierto, quien no haya leído “La España Vacía” de Sergio del Molino, inventor de la expresión, ya tarda)

No se equivoquen: creo firmemente en hacer lo posible para “llenar de vida” esa España que parece no importar. Por razones culturales, de sostenibilidad, biodiversidad, alimentarias y, desde luego, para conceder derechos a quienes la despoblación y el envejecimiento se los están arrebatando.

La última vez que les hablé lateralmente del asunto, afirmando que lo conservador o progresista es más cosa de renta que de población, les prometí analizar algunas investigaciones que, con datos de Eurostat, nos han contado que el problema de España, más que la densidad de población, es su distribución territorial. Les hice un spoiler: la culpa es de la Reconquista.

En fin; mientras ustedes van pensando si la culpa es de nuestra larga manía de expulsar moriscos de las tierras más productivas o de la pasión árabe por asaltar ciudades que los señores, locos por ser agricultores naturalmente, empero, se veían obligados a amurallar, yo les ofreceré datos del asunto, para que ustedes mismos decidan.

La densidad de población española es, más o menos, de 90 habitantes por kilómetro cuadrado. No muy lejana a Alemania o Francia. Nuestro problema es la anormal distribución de nuestra población.

Hoy, solo el 12,7 por ciento de la superficie de España está poblada (frente al 67,8 en Francia y el 57,2 en Italia), con una concentración de población española, superior a la media europea, en la superficie habitada.

Esta despoblación ha sido intensificada en muchos casos por las políticas públicas. Desde los excesos agroganaderos a casos paradigmáticos como es la alta velocidad y su efecto túnel, que ha ocultado esas ciudades intermedias hoy en declive y que han arrastrado el despoblamiento de los pequeños municipios. Las viejas carreteras o trenes hacían un pasillo que hacia visibles esas cabeceras comarcales hoy en desaparición.

Que la mayor parte del territorio español esté despoblado no es de hoy. Todos ustedes, en su escuela, habrán leído cómo los embajadores extranjeros se sorprendían, ya en el renacimiento, por la cantidad de kilómetros que podían hacerse sin pasar por casa o pueblo alguno.

Lo que se ha demostrado es que hay una correlación muy estrecha entre el número de asentamientos del siglo XVIII y los actuales.

Las causas de la despoblación de  España –por cierto, mucho más alta en los años sesenta del siglo pasado que ahora-, como he insistido en alguna ocasión de las citadas, son las mismas que determinaron el cambio estructural de la economía española y el atractivo creciente de las grandes ciudades.

Tanto las economías de aglomeración como la calidad y variedad de servicios suponen una barrera que no será resuelta por ninguna voluntad política. Si la gente quisiera vivir en zonas rurales, simplemente, se iría.

No lo hacen por razones evidentes. Los que viven en ciudades grandes tendrán unos ingresos mayores y disfrutarán de mejores condiciones educativas, de salud y de ocio, además de una más amplia red de contactos. A cambio, sufrirán atascos, contaminación, ruidos y un precio de vivienda más elevado.

Los que opten por la España despoblada tendrán un coste de vivienda inferior, aire más limpio y vivienda más espaciosa y de menor coste. Por el contrario, será más limitado su acceso a la salud y la educación, al ocio creativo y las relaciones sociales. Además, en el caso de España, el hogar rural tendrá una cuarta parte menos de ingresos que quienes viven en las ciudades.

Cómo arreglarlo. Las políticas públicas no ayudan mucho. En primer lugar, hay una tendencia política a concentrar ayudas en la agricultura y ganadería. Hoy mismo, un Consejo de Ministros ha dedicado a las plantaciones una cantidad extraordinaria de recursos, siguiendo la línea europea, por cierto, anclada en la política agraria desde su fundación

La defensa del patrimonio ambiental, lleno de tanto sentido como de excesos oportunistas, está impidiendo la recuperación de territorios gracias a alternativas poco glamurosas, pero eficaces. (Ciudades cinematográficas en Fuerteventura o minería de Litio o uranio en Castilla-León).

Otra alternativa que se busca, no pocas veces con cierto oportunismo, es la del clientelismo político. Los “existe” (de Teruel a Soria o las Castillas) crecen por doquier y hacen las delicias de los economistas que analizan la relación entre voto y gasto público.

Y aquí es donde conviene recordar la Reconquista. La rápida expansión de los reinos cristianos llevó a una ocupación del territorio caracterizada por pocos asentamientos y amplias áreas administrativas, mientras la movilidad de las fronteras favoreció la concentración de la población por razones defensivas.

A la hora de votar, en estos lugares que no importan, debieran evitar a quienes demandan medios para “amurallar” pueblos y espacios. Mejor la apertura económica solvente e igualitaria que, insisto, puede no ser glamurosa, pero sí ayudar a las ciudades intermedias que son las que necesitamos.

O sea, en los lugares que no importan, yo no votaría a Don Pelayo.

 

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