Haciéndose mayor

Ésta ha sido semana de enjundia con asuntos electorales o laborales, con diputados liándola. Incluso podríamos comentar cómo, cada vez que matan a un periodista, el presidente de México se pone a hablar mal de España.

Pero hoy es viernes y como llevan ustedes con el cronista más viernes que con López Obrador sabrán que el jefe de la Clicktertulia, Don Juan Ignacio Ocaña, nos tiene dicho que, en viernes, de cosas sesudas nada. Cuestión que los CEO de la radio acompañan de prima con enjundia (nada, no colará).

Así que corresponde ocuparse de cuestiones de importancia o, incluso, como hoy, filosóficamente transcendentes.

Hacerse mayor es inevitable, pero para qué engañarse, sienta mal.

Sí; estamos en plena forma faltaría más, mental y física, lo de física es por presumir, pero lo de hacerse mayor es cosa inevitable.

Empieza con síntomas inapreciables. Por ejemplo, esa mañana que dices, así como de soslayo, la última copa me sentó mal, comentario que todo el mundo acepta con una sonrisa, que usted es como si no viera.

Otro día, como por casualidad, su peluquero o peluquera, si es que le queda pelo, le pregunta ¿no querría usted un tinte? Al salir de la “pelu”, con algo de mosqueo, una persona joven pasa a su lado y le trata de señor o señora.

Y a partir de ahí, el declive es inevitable: males hepáticos, lumbalgias, artritis y chirridos de toda clase de vísceras nos acompañan.

Un día, sin saber cómo, esa bicicleta que usted con orgullo aparcaba en la puerta de su casa, con cierta presunción todo hay que decirlo, pasa al trastero sin explicación.

Otros síntomas pueden ser citados. Como que usted participe en conversaciones sobre la historia, no porque estudiara, sino porque la ha vivido o quizá esa mañana que, oyendo la radio, usted comenta por lo bajini: pues ese señor de derechas no parece decir tonterías.

Y cuando cree usted que nada irá a peor, resulta que en el chat de sus amistades ya no le convocan a unas birras, copas y lifaras sino a, sí, créanme, la presentación de un libro.

Y usted va. Y resulta que junto a su pandilla de habituales se encuentra con bellos y bellas jóvenes de esos en los que en otros tiempos usted pensaría, con uno de estas o estos debería tomarme una copa. Pero resulta que no; que lo que se le ocurre en lugar de seleccionar estratégicamente su objetivo es darles consejos.

Y por si le falta algo para deprimirse, una de esas mágicas y jóvenes enmascaradas escucha su consejo y le dice, igual algún día escribo un libro sobre ti.

Entiendes el halago, pero en realidad la musa te ha convertido en momia histórica, en monolito.

Sale uno del evento y decide ¡Vale, de esto hay que recuperarse! y se acomoda en una taberna y pide la oportuna copa a la tabernera, deseando en venganza, que al dueño le compre la esquina de la taberna un banco o una multinacional digital.

No; no crean que mi pandilla se ha dado por aludida, el próximo miércoles he sido invitado a otra presentación.

Mi amigo Triper presenta su magnífica y premiada obra en serio ambiente. Espero que, dado el sesudo entorno elegido, los jovencitos y jovencitas se abstengan de asistir y se vayan de tabernas para herir menos nuestro ya dolido orgullo.

En fin, amigas y amigos sepan que se están haciendo mayores, a ver si creen que el cronista es el único.

Que sepan mis jóvenes oyentes, admirados y admiradas, que su insultante juventud es cosa del tiempo, se pasa, precisamente con la edad.

Sepan que algún día también se dedicarán a cocinar y a leer libros, en lugar de danzar en esos envidiables sitios de pecado que frecuentan.

Mis queridos y queridas, ahora definitivamente a cara limpia, pongan cara de que el asunto no va con ustedes.

Si han vencido al pangolín que besó al murciélago solo hay una conclusión: ustedes son eternos y van a pasar una semana magnífica. Ellos y ellas, los jovencitos, estarán de resaca, lo veo venir.

 

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