La gran bronca (y 3): Sánchez nos cambia de régimen y de izquierda

Hemos perdido un gran nutricionista. Usted le dice a Sánchez que el régimen no le gusta y él contesta: no se preocupe, tengo 26 más, uno por cliente. Así, ha ido repartiendo cambios de régimen a pedido del necesitado. La clientela es la clientela.

El resto del personal nos hacemos algunas preguntas, probablemente inútiles, llevados por la ignorancia de los males que aquejan a nuestra patria y que solo el gran prócer conoce, así como sus soluciones.

Por ejemplo: ¿cuántas naciones caben en la doctrina del Tribunal Constitucional? En una decisión, en su momento tan transcendente que se le atribuyen tantos males como a la batalla de Almansa, desde todo mal alcanza, afirmó el Constitucional que nación y pueblo soberano solo hay una. Ahora Sánchez quiere dos más y vía Estatuto, que cambiar la Constitución es muy engorroso y hay que votar.

Cabría preguntar por qué los “galegos” se quedan sin patria. La respuesta parece sencilla: no son carlistas, luego no pueden ser progresistas, luego no pueden ser nación, sino terruño de Feijóo.

La cosa será ver si el Constitucional mantendrá su doctrina o con marcador de seis a cinco, que es muy tranquilizador, la cambiará convirtiéndonos en una plurinación.

Cabría preguntarse cuantas naciones y derechos de autodeterminación le caben a un Congreso que en 2005 rechazó, con el PSOE a la cabeza, el Plan Ibarretxe. La respuesta es sencilla: hay 26 diputados y diputadas, un 7,42% del total, que quieren un régimen a su medida,

Cabría preguntarse por qué habrá un territorio donde las leyes orgánicas, que forman parte del bloque de constitucionalidad, no serán de aplicación si así lo desean sus correspondientes sátrapas.

Incluso podría probablemente usted preguntarse por qué competencias exclusivas del Estado se reparten, que no delegan: Seguridad Social, infraestructuras ferroviarias, peajes de autopistas, televisión pública, Guardia Civil, Policía Nacional o Agencia Tributaria. Por cierto, eso sí, el estado se queda el coste para no agobiar a las gloriosas nuevas naciones.

Será divertido observar cómo la doctrina constitucional afirmada desde la vetusta LOAPA y demás “loapillas”, la armonización autonómica, cambiará, con marcador de seis a cinco, por voluntad del Gobierno. Ver a los sindicatos no convocar huelga por el troceado de la Seguridad Social o porque las pensiones más altas del estado crezcan más que las otras y discrecionalmente, gracias a un cupo mejorado.

Más aún cabría preguntarse si como Gobierno se crean nuevos territorios forales por la puerta de atrás con apoyo constitucional.

En fin, sin título VIII, sin Constitucional, con tantas soberanías populares como grupos parlamentarios sean necesarios para la investidura, con jueces sometidos a escrutinio legislativo es evidente que Sánchez ha dado por cancelado el Régimen del 78.

Podría no importarle a uno, que le importa, que España pudiera ser cambiada. Pero eso sí, convendría reclamar que para triturar una Constitución se siguieran las reglas por la Constitución previstas.

Sirve la poesía, dice el afamado poeta, para seducir muchachas –el afamado poeta es antiguo y no está a la altura de las nuevas modas de género- o para cortarle la cabeza a un rey. Sea, pero no es de poesía de lo que viven las democracias, sino de reglas constitucionales. Debe ser que como no puede seducir a nadie es por lo que Bolaños afirma necesitar un acompañante, que ahora llamamos verificador, vigilante de España y sus maldades.

Como es sabido el cronista pertenece a la vieja y antigua izquierda. Esa que pasó de felipista a antisocialista y de ahí, se dice, al fascismo. Es lo que vende y lo que gusta a Sánchez y sus portavoces.

Dice la experiencia histórica que no es bueno que los dirigentes políticos sean más radicales que sus pueblos. Este es el problema que nos plantea la podemización del socialismo realmente existente y el creciente hiperbolismo de la derecha.

Dos cosas deberán recordar unos y otros. Hablar de dictadura es un exceso de notables consecuencias y que afirmar que la venta de la Constitución es progresismo es puro cinismo.

La gran trampa de Sánchez es habernos cambiado de régimen, mientras nos cambiaba a la izquierda, todo con opacidad, alevosía y de tapadillo.

Imagino a las agrupaciones socialistas tan empoderadas como podemizadas, hablando de progresismo en las Casas del Pueblo, en su mundo paralelo de resistencia, a modo de círculo de tiza, creado por el coronel Aureliano Buendía en su regresó a Macondo para que nadie se le acercara demasiado.

No; no es progresista el reclacitrante y conservador carlismo que rezuma el nacionalismo ni ignorar que la forma es parte del contenido democrático.

Por muy diversa que sea España, que lo es, la alianza con los sátrapas locales, perdón quise decir administración multinivel, la sustitución de la razón por la emoción de la nación favorece a los grupos privilegiados de cada territorio al modo del antiguo régimen.

En una palabra, se trata de un atropello a la ilustración, a la ley y a la izquierda. Quizá hoy somos más radicales, pero no más de izquierdas. Es lo que tiene cambiar de régimen: cambias de esencia y ya no eres lo que pareces.

 

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