Rajoy quizá no se merezca repetir como presidente del Gobierno, pero es el menor de los males en las circunstancias actuales. Es el argumento final del Partido Socialista, que ha optado por la lucha política diaria, el consenso y el futuro frente al recuerdo guerracivilista de las Brigadas Internacionales – y por qué no decirlo, también a los fusilamientos fascistas y del tiro en la nuca de las checas stalinistas- en la Guerra Civil. Lo que ocurre es que a una España, la del futuro, la han votado ahora 17 millones de personas -PP, PSOE y C’s- y a otra, la retrógrada, -Podemos y sus grupúsculos que Marean– apenas 5.
Eso, en definitiva, es lo que se ha visto en el debate de investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno: por un lado, el voto abstencionista, obligado por el sentido de Estado, del Partido Socialista, y por otro, el histrionismo revanchista_violentista y amenazador de un tal Pablo Iglesias en nombre de no se sabe muy bien el qué, pero en todo caso en nombre de un stalinismo retrógrado y preocupante para el siglo XXI.
En tono chulesco, de falso profesor y aprendiz de Google, Pablo Iglesias ha puesto la nota ridícula en un debate de por sí enormemente complicado por lo inverosímil del mismo. No se esperaba del chavista Iglesias un discurso serio, profundo, sensato, con altura política y con medidas concretas para paliar los males de este país, pero tampoco era previsible un discurso atado al primer tercio del siglo XX en el que la apertura del mismo no fue un recuerdo a los que lo están pasando mal, sino el recordatorio del… 80 aniversario de las Brigadas Internacionales: “Gracias por venir nuestra patria a combatir el fascismo” (sic).
Iglesias se ha acabado de configurar como el Berlusconi español, es decir, el payaso del Congreso de los Diputados. Sus intervenciones no son ácidas, ni siquiera mordaces, son sal gorda y simplemente insultantes: insulta a la izquierda, insulta a la derecha, insulta a la verdad e insulta al conocimiento… aunque, en realidad, se insulta a sí mismo. Del PSOE ha dicho cosas terribles; no ha llegado a citar de nuevo la cal viva en las manos de Felipe González, pero sí lo ha aliado en una trilateral fantasmagórica conformada por González, el inefable Juan Luis Cebrián y el José María Aznar de la guerra de Irak.
Ha acusado a los actuales dirigentes del PSOE de, con su abstencionismo para investir a Rajoy, hacer pasar un “trámite vergonzoso para el Partido Socialista”; ha dicho en plan negativo que “hoy se está haciendo historia en esta Cámara… y estoy convencido de que el tiempo pondrá a cada uno en su lugar”. Y, en fin, ha llamado sinvergüenzas y ladrones a casi la totalidad de los diputados y senadores -¿también a los suyos?-: “Dicen que han movilizado ustedes a 500 policías: hay más delincuentes potenciales en esta Cámara que ahí fuera”.
Frente a esta no-alternativa histriónica y grosera, algunos han empezado a comprender la altura política, la altura de miras y de Estado que han tenido los actuales dirigentes del PSOE, con Antonio Hernando a la cabeza, al tragarse el sapo y abstenerse en la investidura de Rajoy.