El socialismo realmente existente ha anunciado no menos de cien actos en 2025 para conmemorar el cincuenta aniversario del fallecimiento de Franco. Ya serán menos. Como ha escrito Esther Ruíz, “hay que honrar y resarcir a las víctimas de la dictadura y de la guerra civil, lo que no está bien es confundir ni enfrentar. La realidad es que llevamos más años de democracia que de dictadura y la memoria democrática debería servir al menos para recordarlo”. (Ruíz. E. 11 de diciembre de 2024. Españoles, Franco ha vuelto. Madridiario).
Seamos comprensivos. No es sólo que haya que sacar el comodín de Franco ante tanta debilidad parlamentaria. No es que contra Franco vivieran mejor. Es que no estaban.
Carecen de esas viejas historias que los veteranos luchadores cuentan, en las noches de hacer memoria, alrededor de la hoguera, eso sí con bastante humildad y siempre hablando en plural.
No seré yo quien presuma. Tomé mi primer carné de rojo oficial con diecisiete años (1973), o sea que, afortunadamente para mí y mis hijas, llegué al tardofranquismo.
O sea, que mi antifranquismo me llegó para unos varazos de los “grises” a caballo en Somosaguas, unos botes de humo en Moncloa o Argüelles y algunas retenciones en comisarías donde, para mi irritación, no me hacían ni caso: la última, en Zaragoza pidiendo legalización de partidos políticos. Diré que el guardia era casi tan joven como yo y estaba más asustado.
En este periplo no me encontré nunca a un militante del PSOE, hasta marzo de 1979 cuando había que hacer candidaturas a las municipales. Sí los había del PSA (de la Federación de Partidos Socialistas, de Tierno Galván), entre los que estaban algunos de mis profesores, Biescas o Eloy Fernández Clemente –brillante director de Andalán-, donde años más tarde me dejaron escribir.
No; no estaban los del PSOE. Si no estaban en mis tardías aventuras, calculen en las de los viejos luchadores. No hace muchos días, Josep María Rodríguez Rovira y Justiniano Martínez (este sí preso político y no político preso al modo catalán de los de ahora) presentaban un libro con título emblemático: Estábamos allí. Pues eso, los de Ferraz, no.
Algún abogado notable de presos (Peces Barba) o el grupo vasco de Ramón Rubial o Nicolás Redondo y poco más. Los reformadores de Suresnes lo sabían. Por eso nunca insistieron en celebrar el antifranquismo.
“Cien años de historia y cuarenta de vacaciones” se les espetaba a los socialistas cuando sacaban pecho. Tomen nota. El fusilamiento de Grimau, los fusilados al alba final del franquismo, los de 1001, los asesinados de Atocha y tantos otros son celebrados por los excomunistas y restos del PCE y no por ninguna convocatoria socialista de renombre.
Se recuerda al V regimiento, a Miaja y a Rojo que se quedaron solos en Madrid, menos al socialista Largo Caballero que se marchó con su Gobierno a Valencia, prometiendo una contraofensiva que nunca pudo o quiso organizar. Ese momento en que podría recordarse al PSOE lo que Machado escribió y hoy se dice de Valencia: “Sólo el pueblo salva al pueblo”. Quizá por eso y porque es grito de ausencia del PSOE que la frase no gusta mucho a Sánchez.
No es casualidad que los cortejos que han llenado las calles de Madrid hayan sido los de Miguel Ángel Blanco, Tierno Galván, Pasionaria y los asesinados de Atocha. La memoria recorrió las calles de Madrid, porque la gente sabe lo que hay que saber.
A parte de los luchadores, hubo un gran antifranquista: la gran celebración fue cuando un médico firmó aquel improbable parte médico: el dictador deponía “heces en forma de melena”. No sé cómo no acabó en la cárcel.
Los franceses no celebran la muerte de Petain, ni los alemanes el suicidio de Hitler. Los japoneses nunca dijeron ni mu de Hiro Hito y los italianos no recuerdan la muerte de Mussolini. Nunca lo hicieron. Lo que si se recuerda, en casi todas las partes, es el día en que los pueblos pasaron página: el día que las constituciones les dieron la libertad.
Aquí hemos convertido el día de la Constitución en un día de compras. Por cierto, que celebrar el entierro de Franco es ignorar la transición, que nos costó unos cuantos muertos, y nos dio la Constitución.
En España no se mantiene gran memoria política ni democrática. Felipe González o Zapatero (socialistas) pudieron. Puede entenderse que recién llegado González, en resaca golpista, no era cosa de cerrar Cuelgamuros, pero catorce años dan para mucho: entre otras cosas, poner la historia de España en los libros de texto.
Necesitamos vaciar esas cunetas, explicar en los libros de texto y las escuelas que apenas llegan a la cosa al final de curso, lo que es nuestra historia más reciente. Eso es cultura democrática, enterrar cien veces a Franco no da para más que para que el socialismo realmente existente haga promoción de su reciente radicalismo.
No sé si llegan tarde para parecer de izquierdas. Un personaje de “Vértigo (De entre los muertos)”, de Alfred Hichcock, dice: “Llamadme , por favor, donde el vértigo me arranque la memoria”. A lo mejor deberíamos arrancarnos lo que nos llame al conflicto, ahora más que nunca. Enterrar cien veces al mismo no sé si ayuda.