Ya lo dije aquí: Trump era algo más que aranceles. Ahora, enviando al ejército a atacar a su propio pueblo, cosa imposible en una democracia, sabrán de qué hablaba. Nunca un líder fue tan enemigo de su pueblo como este Trump. Éste fue el autócrata que alentó el ataque al Congreso y hoy asalta un Estado con marines, como si fuera un territorio enemigo.
Lo que han demostrado los últimos días aterradores en Estados Unidos es que, una vez que el populismo se ha asentado con suficiente firmeza, el caos triunfa.
No hay manera de imponer el orden tardíamente, ni de adiestrarlo.
Son los comportamientos de Trump los que justifican sobradamente los cordones sanitarios. Y la razón por la que cualquier gobierno debería proponernos compromisos claros cuando se gobierna con populismos de cualquier signo.
Distopía, distopía, distopía. Ustedes recuerdan Los juegos del hambre, silbido de Sinsajo incluido. Ustedes han leído o visto el Cuento de la criada. Eso está pasando.
Primero, fueron los inmigrantes deportados a El Salvador, pero eran muy extranjeros; luego los ucranianos, unos desagradecidos; después las mujeres que abortan, son nuestras ya se sabe; luego los europeos, unos ladrones; luego los de Harvard, pero esos son unos pijos; luego los oligarcas, que le den al dinero. Ahora va a por la democracia, pero ya es demasiado tarde para pararlo.
El viernes fue en Los Ángeles, luego Paramount y Comptom. Dos mil tropas han sido enviadas. El 10 de marzo, el subjefe de gabinete de la Casa Blanca, Stephen Miller, calificó a Los Ángeles de “territorio ocupado”. “Llevamos años diciendo que ésta es una lucha para salvar la civilización. Cualquiera con ojos puede verlo ahora”.
Trump publicó en Truth Social: “Los Ángeles, una ciudad estadounidense que una vez fue grandiosa, ha sido invadida y ocupada por inmigrantes ilegales y criminales. Ahora, turbas violentas e insurrectas invaden y atacan a nuestros agentes federales”. Mentían como bellacos.
Se crea una sensación de miedo existencial ante la posibilidad de que la anarquía social se extienda, ante la posibilidad de que las bandas criminales tomen el poder. Éste es el lenguaje del autoritarismo en todo el mundo.
Escuadrones de la muerte de deportadores atacando a las comunidades de votantes demócratas que se sentirían moralmente obligadas a resistirlos, desencadenando el tipo de confrontación violenta que crea una excusa para enviar tropas de la Guardia Nacional y, luego, sorprendentemente, al ejército, en remedo de conspiranoicas películas “guerracivilistas”.
Una trituradora del Estado federal norteamericano está en marcha. En última instancia, un enfrentamiento entre el poder federal y estatal que podría llevar la democracia estadounidense al borde del abismo.
El martes, Los Ángeles era una ciudad tranquila, hoy un marasmo de terror. De repente, la idea de que esta presidencia pueda terminar en un conflicto civil ya no parece tan exagerada como antes.
Trump ha conseguido lo que quería: que todos cambien de canal, que dejen de mirar boquiabiertos su vergonzoso y estúpido enfrentamiento con Elon Musk, por las rebajas de impuestos sin financiación, y se centren en el espectáculo rival que ha creado a toda prisa.
El mundo ha aprendido algo útil sobre quién gana en un enfrentamiento entre dos egos gigantescos, uno con todo el dinero y el otro con todo el poder ejecutivo.
Resulta que, tanto en las oligarquías estadounidenses como en las rusas, son los presidentes quienes aún marcan la agenda. Tomen nota: tras eso, la autocracia.
La razón por la que algunos sectores de Silicon Valley se mostraron silenciosamente entusiasmados con la estrategia de sus colegas magnates tecnológicos de quemar la burocracia estadounidense fue que vieron un método rentable en esa locura: un plan para reducir el Estado a lo mínimo indispensable, abrir nuevos mercados para los servicios digitales y desatar, o eso esperaban, una nueva ola de crecimiento económico mediante la reducción de la deuda nacional.
Sin embargo, cinco meses después, hay más deuda, menos seguridad económica, más polarización política y menos democracia. Rían ahora los oligarcas.
Trump ha desatado algo aterrador en Estados Unidos que incluso él podría ser incapaz de controlar. Las protestas en Los Ángeles son lo que todos temían cuando Donald Trump tomó el poder y, muy especialmente, una advertencia para los países que flirtean con el populismo.
No se puede cabalgar sobre un tigre. Ésa es la lección: una vez que el populismo ha tomado las riendas del poder, se trata de la democracia: ya ven, hay pánico “en la tierra de los libres y el hogar de los valientes”.