El Gobierno ha afirmado la inocencia del fiscal general del Estado. Antes, la inocencia la declaraban los tribunales, pero eso era antes del progresismo, dónde va a parar. Montesquieu, que se ha hecho de Ayuso, al parecer, anda de taberna en taberna, hasta la inocencia final del fiscal y los allegados.
El instructor del Tribunal Supremo, el caballero imputado es aforado, lo ha puesto a un paso de juicio oral. Nos lo temíamos. Lo insospechado es que no admite dimisión, porque él lo vale y el Gobierno lo avala.
Es razonable que el Gobierno lo declare inocente, según el instructor de la causa, seguía instrucciones de la Presidencia del Gobierno (apunte, no se me exciten: no ha dicho presidente del Gobierno, sino Presidencia). Igual nos tenemos que pasar unos días preguntándonos quién fue, pero ya lo dijo Sánchez: “¿De quién depende la fiscalía? Pues eso”.
Hubo un tiempo, debíamos de ser todos fascistas, aunque no lo sabíamos, que la izquierda gritaba: ¡Imputación, dimisión! Pero, estábamos errados, ahora depende de lo que diga la Presidencia del Gobierno, que es parte, juez y legislador, así, todo a la vez, que Bolaños se lo curra mucho.
Un fiscal general no solo imputado, sino en puertas de juicio oral, es algo que debería preocuparnos. Si entendemos bien el estado de derecho antes del progresismo global, naturalmente, resulta que quien ordena a quien nos juzga es venal.
Resulta que quién nos juzga ha hecho trampas, haciéndose defender por sus subordinados, con salario público, en lugar de contratar un abogado como todo hijo o hija del vecindario.
Y, por si poco fuera, el cambio legislativo de Bolaños es que instruyan las causas los amigos fiscales del fiscal general imputado y a las puertas de juicio.
Imputación, dimisión. Era uno de los gritos de la izquierda, la del socialismo realmente existente y los de la izquierda de verdad, verdadera. Pero ahora no; no toca, camaradas, compañeros y compañeras de viaje: hemos descubierto que los actuales jueces, faltaría más, son de la “fachosfera” o directamente fascistas. Los de antes no, los de la línea que condenó a Rajoy eran demócratas fetén.
Hemos vuelto a los gobiernos que imputaban, juzgaban y condenaban o absolvían. Antes lo llamábamos TOP, pero ahora no, ahora es modernísimo y progresista.
Lo peor que le puede pasar a la izquierda es que los gritos revolucionarios se le vayan cayendo por el camino. De la dimisión al aforamiento, de la policía patriótica a la fontanería patriótica, de la libertad sexual al video sexual de chantaje, de la abolición al prostíbulo, de Villarejo a… Villarejo, todos gritos del montón.
Sí; hay maniobras blanqueadoras en la oscuridad del bunker, pero son tan burdas que hasta los tontos de la “fachosfera” lo pillamos. Tenemos un problema: la compresión democrática, como sólido fundamento de todo.
La división de poderes, el respeto a las esferas sociales de cada cual, la igualdad, sí, más no el privilegio y todas esas cosas que dimos por añadidura hasta que la izquierda, desde la socialdemócrata a la extrema, se hicieron populistas y dejaron de ser de izquierda.
Hemos estado presenciando las primeras etapas de un nuevo tipo de Estado que no acabamos de entender.
Sánchez y su gobierno, aún no me atrevo a llamarlo régimen, pero estoy a un paso, están creando rápidamente una infraestructura, primero de relato, segundo de política y, finalmente. jurídica que nos conduce a otro tipo de Constitución.
En primer lugar, el disidente es “un resentido”, un ultra, un fascista o cosa por el estilo. Después, se declara, con abundante griterío ministerial, una “emergencia” política, una “reflexión”, para justificar la eliminación de la división de poderes, la libertad de prensa o cambiar el régimen judicial y hasta el de seguridad ciudadana, con pretexto de sospechas sobre los cuerpos policiales.
Se permite, hasta que son descubiertos por traición de los propios, que se conspire contra todas y todos los inconvenientes, a golpe de mafiosas maniobras de dudosos y dudosas fontaneras.
Se crea un espacio jurídico distinto al previamente existente, donde el gobierno ocupa imposibles espacios de poder, al menos con la cultura democrática previamente existente.
Eventualmente, a medida que la situación se agrava, se declaran periodos de reflexión, bunquerizaciones varias, ausencia de transparencia y cosas así.
Mire por donde, el gobierno no tiene mayoría para hacer lo que desearía. El griterío del montón que practica no llega a la Ley, salvo compra de votos parlamentarios, a golpe de beneficios políticos a los aliados, de incalculable coste e inexplicables razones.
El silencio de la militancia de izquierdas es inexplicable. Lo que ayer era un grito democrático hoy es fascista. Los gritos del montón se desvanecen, la política se vacía, el poder… cuando hay insuficiencia democrática, el poder se corrompe.
Hay más grito que política y pasamos mucha vergüenza Ni en el “chino” encuentras ya un “pendrive”, somos así de modernos, pero en la sede del socialismo realmente existente los hay, cargados de porquería.