Parece que Iglesias prepara un golpe de Estado desde el poder: desestabiliza las instituciones para establecer una dictadura a lo Maduro

Pablo Iglesias ha acusado a la oposición de querer dar un golpe de Estado pero de no atreverse a realizarlo. Es una forma alta de desestabilización contenida en la agit-prop establecida ya por Lenin en Iskra, en 1902, y que prevé la ocupación total del poder desde el poder mismo conseguido tras pactar con la ‘socialdemocracia’ del PSOE, un partido que el propio Iglesias calificó de ‘burgués’ y, por lo tanto, traicionable. Así es como Lenin lo estableció; como Hitler, tan distinto a Lenin, ocupó el poder en Alemania; como Hugo Chávez se hizo con la presidencia de Venezuela, y como Nicolás Maduro se mantiene en el poder a base de represión, sangre y miseria. Es el final por el que Iglesias apuesta para el conjunto los españoles.

Las acciones del vicepresidente 2º del Gobierno, Pablo Iglesias, no son puntadas sin hilo. Van dirigidas a la consecución de un objetivo final ‘revolucionario’: la conquista del poder total partiendo del propio poder, para lo que tiene que desestabilizar las instituciones del Estado y luego traicionar a su ‘socio’ en el Gobierno, el secretario general del PSOE -un partido ‘burgués’-, Pedro Sánchez. Ésa es la estrategia que el núcleo duro de la agit-prop (agitación-propaganda) podemita, con Iglesias a la cabeza, ha pergeñado como hoja de ruta para mucho antes de que acabe la legislatura; ruta que el vicepresidente 2º ha decidido adelantar aprovechando el estado de alarma por la pandemia del COVID-19.

Nadie puede dudar a estas alturas de que Iglesias es un marginal, un tipo crecido políticamente en la bronca y el escrache, un personaje en búsqueda constante de la provocación. Pero Iglesias también es un gran estudioso de la ingente obra de Vladímir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin, cuyo opúsculo sobre cómo debe ser un partido revolucionario –los bolcheviques- han seguido dictadores de todo tipo, calaña y color: desde Stalin, que desarrolló su obra a sangre y fuego, hasta el nazi Adolf Hitler, no menos sanguinario que Stalin, o los dictadores criminales y narcoterroristas bolivarianos Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Estos dos últimos han sido el ‘espejo’ y la ‘financiera’ de Pablo Iglesias para crear Podemos y establecer ‘su lucha’ en el Estado español.

Los modelos que sigue Iglesias, y que acabamos de ver en la forma en que ha querido dinamitar la Comisión de Reconstrucción dirigida por un pusilánime Patxi López que no ha estado a la altura de las circunstancias, no pertenecen a la historia de la democracia parlamentaria. Los modelos y modales de Iglesias –muy estudiados y ensayados con su ‘núcleo de hierro’ de la agit-prop– pertenecen a los que han combatido las normas parlamentarias de una democracia liberal con fines dictatoriales de uno o de otro color.

Iglesias es un populista agresivo, un ‘macho alfa dominante’ muy estudiado por la politología y la sociología modernas. Léase, si no, a Yascha Mounk, en “El pueblo contra la democracia”. La estrategia de Iglesias pasa directamente por la búsqueda desesperada de la quiebra social, del antagonismo ‘de castas’ –que no ya de clases- y la demonización del adversario político, a quien convierte en enemigo de los pobres, para lo cual los pobres tienen que ser multitud para convertirse en masa moldeable por los agitadores propagandistas.

Por lo tanto, las acciones de Iglesias que parecen chirriar en un Estado de Derecho, no son más que una práctica de asalto a la democracia desde el mismo poder, para, primero, desestabilizar sus instituciones representativas, y luego proceder al asalto final del poder, pero en este caso desde el poder mismo. Por eso parece haberse convertido en un político barriobajero chulesco, que con la camisa azul remangada (¿reminiscencias falangistas, al igual que la estructura en círculos que tiene Podemos? Recordemos que Julio Anguita, su mentor, fue primero falangista antes que comunista) interpela al PP acusándolo de promover la insubordinación de la Guardia Civil, o afirmando que ‘parece’ que Vox quiere un golpe de Estado, pero que no se atreve a darlo.

Y eso lo hace con total descarado un vicepresidente del Gobierno que ya manda más que el presidente Pedro Sánchez, que se ha pateado –literalmente- las herriko tabernas rindiendo homenaje a ETA y a la izquierda abertzale por estar conjurados para destruir el sistema democrático de la Constitución, que sigue elogiando a los golpistas catalanes, a los que llama ‘demócratas’ y ‘exiliados’ a sus prófugos, y que se inventa una teoría golpista contra la derecha de Vox, cuando el que ‘parece’ que está dando un golpe de Estado es el propio Iglesias y su reducido núcleo de agitadores profesionales.

Hay quien tilda a Iglesias de monstruo Frankenstein por estar hecho de los peores retales que pululan al calor legalista de la democracia española. Pero se engañan, porque los ‘retales’ con los que están construidos Iglesias y su partido ya fueron plenamente definidos por Lenin antes de 1917, y son los que el vicepresidente del Gobierno sigue como su Biblia personal. Iglesias ha comprendido ahora más que nunca aquellas palabras de Lenin que aseguraban que la ideología proletaria no era creada por una clase social sino por un pequeño grupo de intelectuales de clase media. Era una concepción ultra intelelectualista. Por eso, su consecuencia práctica era la manipulación, porque el proletariado tiene que ser maniobrado para que se comporte como un proletariado; y por eso tiene que haber muchos pobres a quien dar ‘limosna’ –como el salario vital-; y por eso en este escenario es donde tiene cabida la ‘chulería’ política del vicepresidente, dinamitando las instituciones democráticas y torpedeando comisiones parlamentarias que debieran ser tan importantes como la Comisión de Reconstrucción tras la pandemia del COVID-19.

Iglesias, pues, está buscando un paralelismo histórico para justificar un enfrentamiento físico entre españoles… y de paso ‘corregir’ el final de la historia respecto a 1939. Busca, primero, una ‘Sanjurjada’, como la de 1932 y con el mismo final que entonces, para justificar una limpieza étnica en el Ejército, la Guardia Civil y los servicios de Información, empezando por el CNI, el cual ya controla en una parte, pero no en el todo.

Para esa labor, Iglesias no cuenta con el apoyo de esa magnífica magistrada, enorme jurista, gran intelectual y mejor persona que es la ministra de Defensa, Margarita Robles, pero ha conseguido el apoyo total de un ministro mediocre y veleta como es el de Interior, Fernando Grande-Marlaska, y el de una anodina directora general de la Guardia Civil, María Gámez –no confundir con Celia Gámez-. Y así es como ha comenzado Iglesias a ‘desinstalar’ a la Guardia Civil, una de sus peores pesadillas a la hora posible de lanzar un golpe de Estado desde el poder.

Tampoco ha conseguido aún el apoyo total del ministro de Justicia, Juan Carlos Campo –el buen hombre, aún se resiste en parte-, pero le está segando la hierba bajo los pies con sus ataques al conjunto de la judicatura, con el fin de desestabilizarla en una labor para la que parece estar acompañado por la Fiscalía General del Estado que ostenta la antigua ministra Dolores Delgado. Iglesias parece contar con Delgado, gran amiga del exjuez Baltasar Garzón, para desestabilizar la Justicia y, en primer lugar, para que ninguna de las acusaciones por corrupción por compra de materiales sanitarios defectuosos, o por dejar morir a los ancianos en sus residencias, o por homicidio por imprudencia temeraria –algunos hablan de homicidio doloso- han llegado y van a llegar a los tribunales siga adelante. Al menos, que no cuenten con la colaboración de la Fiscalía.

Ésta y no otra es la realidad sobre la que, curiosamente, se asienta la debilidad de un partido –el socialista, supuestamente en el poder– que día tras día acumula una responsabilidad histórica en la degradación del sistema democrático. Un muy radicalizado Pedro Sánchez –que había dicho anteriormente, y dijo bien, que no podría dormir tranquilo por las noches con Iglesias como vicepresidente del Gobierno- se ha rendido al ‘macho alfa’ del leninismo que nos quiere conducir a Stalin.

Se ha rendido Sánchez a un Iglesias que sigue al pie de la letra la máxima marxista: la fuerza impulsora del cambio social es la lucha y el factor determinante es el poder; es decir, que la lucha tiene lugar entre clases sociales, y que el poder es económico más que político, y que la lucha por el poder no es susceptible de un arreglo pacífico para mutuo beneficio. No se sabe si Sánchez conoce los que ‘parecen’ ser planes golpistas de Iglesias, pero su vicepresidente ‘parece’ que lo está preparando todo para un golpe de Estado al estilo leninista-bolivariano. Hay que pararlo. Ojalá Sánchez despierte de su letargo.

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