Por lo que hemos visto y oído, Donald Trump podría poner a Estados Unidos y al mundo patas arriba. Su última rueda de prensa no ha hecho más que confirmarlo.
Lo curioso es que sus antecesores en la presidencia norteamericana tampoco han sido unos genios, desde Harry Truman a Barak Obama, por lo menos. Incluso, el mitificado John Kennedy resultó ser un desastroso presidente, incapaz de cumplir las promesas prometidas, que fracasó en Cuba y metió a su país en la Guerra de Vietnam. Paradójicamente, quien acabó la guerra, pacificó el país, mejoró las relaciones con la URSS y reconoció a China fue el ventajista y tramposo Richard Nixon, quien tuvo que abandonar la presidencia por las malas, con un deshonor y un escándalo mayúsculos.
No se salva, pues, ninguno de esos mandatarios, aunque nadie llegó al cargo con unas credenciales tan siniestras como el nuevo inquilino de la Casa Blanca. ¿Cómo consiguieron, entonces, los Estados Unidos superar a unos dirigentes tan lamentables?
Una clave de ello nos la proporciona el politólogo Daniel Innerarity en un reciente artículo: “Sobrevivir a los malos gobernantes”. Se trata de la fortaleza del estado democrático. Una democracia es tanto más sólida cuanto más y mejor funcione el sistema de contrapesos políticos, un sistema que no está hecho para que gobiernen los mejores (lo que viene a ser imposible, ya que los votamos ciudadanos de todo tipo, entre quienes predomina la mediocridad), sino para evitar que mal gobiernen los peores.
En Estados Unidos, esos contrapesos no sólo los establecen la Constitución y la separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, sino un complejo entramado de instituciones federales, estatales, locales, asociaciones ciudadanas, órganos electivos de todo tipo y hasta grupos de presión. Nada ni nadie es perfecto, pero las imperfecciones de todos se compensan y ningún individuo puede imponerse a los demás.
La democracia norteamericana sobrevivió, pues, a la guerra civil, a la Gran Depresión, a dos guerras mundiales, al desastre de Vietnam y al movimiento hippy, a presidentes como los Bush, padre e hijo… y lo hará a un Donald Trump que, por fortuna, no conseguirá hacer lo que quiera sino lo que el sistema democrático de contrapesos políticos le permita. Y si por casualidad intentase sobrepasarlo, siempre le quedaría al sistema el impeachment que acabaría por sacarlo vergonzosamente de la presidencia.