Trump: el advenimiento

Ha llegado el día. Donald Trump asume el cargo con el mando total del gobierno de Estados Unidos y el respaldo de barones tecnológicos inmensamente poderosos. La “tecnocasta” ha calificado Sánchez a esta oligarquía, como si los ricos no hubieran dominado estas administraciones durante décadas. En otros lugares, se ha llamado “tecnoautorismo”, tratándose simplemente de los oligarcas ricos de toda la vida.

Al parecer la General Electric o la General Motors y la Ford, la Exxon o las compañías alimentarias que colonizaban el planeta, tampoco el Murdoch de la FOX y el Times ni eran oligarquía, ni pretendían la influencia política, ni siquiera la Mafia. Estos de ahora sí que son malos y no aquellos profetas de la igualdad.

Hay una tradición muy propia de la izquierda caviar europea que consiste en insultar al imperialismo y viajar al día siguiente a la sede del imperio a pedir inversiones. La “tecnocasta” de Amazon ha anunciado inversiones en Europa – entre ellas, España- que equivalen al valor de Telefónica, por un poner.

La regulación de la “tecnocasta” es una forma de limitar sus excesos, claro que esa regulación ha impedido la aparición de un campeón tecnológico europeo que compita con estas corporaciones y permitido la aparición de paraísos fiscales en Europa. Porque aquí nos preocupa el 2% del presupuesto de Ayuso, pero no el 30% de Irlanda.

Pero nada, lo nuestro es hacer amigos. Mientras tengamos a Renfe, pagando los Goya, o ministros pagando periódicos, no tendremos a nadie influyente… o quizá sí.

Tanto Trump como otros a su alrededor han amenazado con represalias contra los medios de comunicación y entre sus candidatos al gabinete hay escépticos del clima y de las vacunas. Entre unas cosas y otras el personal pronuncia la palabra “miedo” cada vez que se le escucha. Y no les falta razón. El viejo capitalismo liberal tiembla cual obrero en la negociación de un convenio.

En el gran teatro de la política estadounidense, las inauguraciones presidenciales suelen seguir un guion familiar: el juramento, el discurso, unas cuantas órdenes ejecutivas cuidadosamente elegidas para cumplir promesas de campaña. Franklin D. Roosevelt aprovechó su primer día para abordar la crisis bancaria; Barack Obama decidió cerrar la bahía de Guantánamo (aunque sigue abierta). El primer mandato de Donald Trump comenzó con una única orden ejecutiva dirigida contra el sistema de salud de Obama.

Pero mientras Trump se prepara para regresar a la Casa Blanca, para la segunda ronda, ha prometido romper por completo el manual tradicional de estrategias presidenciales.

Con más de 100 órdenes ejecutivas preparadas, según sus propagandistas, que luego las cosas son o no son, su agenda representa un nuevo intento de remodelar la gobernanza estadounidense a través de pura voluntad ejecutiva. Es un plan que, de promulgarse, afectaría a todo, desde el comercio internacional hasta la inmigración, desde las criptomonedas hasta los programas de estudio en las aulas.

La segunda era Trump empieza con amenazas de uno a otro confín. Es probable que los más preocupados, paradójicamente, deban ser los que han animado las instituciones del capitalismo liberal más recientes, singularmente las instituciones del multilateralismo y de la globalización.

Ambas cuestiones ya han sido castigadas por las realidades económicas, desde los efectos de las crisis agrarias a las comerciales o los conflictos bélicos de tal modo que ya se habla de la “slowbalitation” (como antítesis de la globalización). Solo la OTAN se ha salvado de la inutilidad, y no está muy claro que resista al futuro de un Trump, que afirma que solo sostendrá las instituciones de seguridad si se paga.

Trump ha hecho nacer una forma de cultura política norteamericana donde ya no funciona la alarma ante el espectro del fascismo, el autoritarismo. No le sorprende ni molesta que defensores de la derecha extrema sustituyan a gobernantes elegidos. Traza la línea de amigos y enemigos sin pudor alguno: no me cae Sánchez; bien, pues que no venga.

Por cierto, Sánchez debería observar si sus cesiones a Marruecos, sus gestos armamentísticos de última hora y cosas por el estilo han sido suficientes para recobrar la posición internacional de nuestro país, además de tocar las narices a quien está llenando España de Centros de Datos. Aunque cierto es que hasta Europa ha desaparecido de la agenda norteamericana, más interesada en acuerdos con Putin y con los chinos.

El balneario europeo, los paraísos “woke” tipo Canadá, Australia o los países nórdicos amenazan con ser arrasados por la ansiedad oligarca de los que quieren la naturaleza canadiense, las tierras raras de Groenlandia o los mares llenos de plataformas petroleras o los “fracking” extendiéndose por el universo.

Trump admira a los dictadores, anhela el poder absoluto, habla de los críticos políticos como enemigos y se jacta de su voluntad de aplastarlos con los órganos armados del Estado o de acabar con el Congreso, dicen sus adversarios en Europa, que lo temen como un nublado.

Son éstos, tras los impulsores de las instituciones multilaterales, los que más le temen. La cultura “woke” corre serio riesgo. Ya castigada por la progresiva asfixia que ha conseguido en las generaciones más jóvenes, el catecismo de creencias de Trump ha prometido borrarlas del mapa, acompañadas de algunos de los derechos de los que lo “woke” se apropió y reconvirtió en lugar de compartirlos, como los derechos de los migrantes o de las mujeres.

Trump ha prometido lanzar “el mayor programa de deportaciones de la historia de Estados Unidos” inmediatamente después de asumir el cargo. Quedarse con el canal de Panamá o cambiar el nombre del Golfo de México. El alcance es asombroso: cerca de 11 millones de inmigrantes indocumentados y solicitantes de asilo en Estados Unidos, incluidos aproximadamente medio millón con antecedentes penales (Obama deportó a 430 mil).

En el corto plazo, se espera que Trump desmantele las protecciones legales para los inmigrantes que buscan asilo y revoque las salvaguardas de deportación humanitaria para millones de personas, incluidas las de Haití y Sudán, a medida que expiren.

Además, planea revertir una política que priorizó la deportación de criminales graves, en lugar de inmigrantes indocumentados de largo plazo con antecedentes limpios.

Tal vez la promesa económicamente más significativa de Trump el primer día sea la de imponer un arancel del 25% a todas las importaciones de Canadá y México. Esta medida afectaría a los dos mayores socios comerciales de Estados Unidos y podría extenderla a Europa y al resto del mundo. Pero no descarten que a Elon Musk se le ocurran algunas cositas más.

De lo “woke” al multilateralismo, de la paz al asedio al canal de Panamá, del coche eléctrico a la perforación y no hemos hecho más que empezar. Así son los advenimientos y ustedes preocupados por Pallete, salgamos de la aldea, salgamos.

 

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