Trump y la paradoja Boris

Quizá recuerden ustedes a aquel tipo tan gracioso que lo mismo se hacía un Brexit que una fiesta del Gobierno con amigotes en pandemia. Se llamaba Boris Johnson, fue primer ministro británico. Afirmó ante su ciudadanía lo mismo que Trump: Europa nos roba. Afirmó, también, que en dos días pondría a Europa a sus pies: y le votaron. Allá ellos y ellas.

Henchidos y orgullosos negociadores británicos llegaron a Bruselas y se encontraron con un tal Barnier que, más o menos les dijo, mientras ponía tres mil folios, aproximadamente, en la mesa: si tengo tiempo, me paso un rato luego. Así negocia Europa, con técnicos que saben hasta cuánto aguantan los pomelos italianos en una nevera, cosas que los británicos y los americanos ignoran.

Pasó el tiempo y tuvo que irse el presidente británico y su sucesora y hace una semana, nueve años después del Referéndum, el actual presidente, Starmer, laborista, ha firmado un acuerdo de comercio. Resulta que cientos de millones de libras se han perdido en lo que iban a ser inspecciones portuarias que no habrá, fronteras para camiones que no habrá, control de pesca que no habrá y cosas parecidas. Un traidor, el tal Starmer, a la causa del Brexit.

Desde la semana pasada, podemos hablar de la paradoja Boris como el hecho de correr mucho para no llegar nunca. En realidad, a unos y otros –británicos a americanos- se les da una higa lo que tengan que pagar sus consumidores por importar. Lo que quiere Trump es que no le dejemos vender a China cosas, que se suspendan las multas a las tecnológicas y que los europeos mandemos fábricas a Illinois o sitios de esos, donde no hay trabajadores, pero le votan.

Los países europeos son, quizá, cada vez más nacionalistas, pero hicieron una cosa razonablemente bien en el pasado: del comercio internacional se ocupa Bruselas. O sea, que Trump no puede llamar a ningún nuevo más mejor amigo a que le lama el culo, expresión que los europeos de bien no usamos, pero que a Trump le gusta mucho. De hecho, no se la coló ni a los británicos que firmaron una simple carta de intenciones que no decía nada.

Los negociadores de la Unión Europea se presentan técnicamente preparados, con una lógica multilateral, puestos a que nadie pueda decir que no han defendido un mercado de 800 millones de consumidores, incluido el último agricultor maltés. Y Trump y su personal no entienden nada. Lo de China no puede hablarse, lo de las multas a las tecnológicas no lo negocian los de los mercados y lo de trasladar empresas no está en los papeles, ustedes mismos.

La semana pasada, como se ha dicho, Starmer envió los sueños del Brexit al basurero de la historia. Ésta es la parábola y la moraleja: nadie crea que los negociadores europeos son tontos o no saben de qué va el asunto; en realidad, desde los fenicios y los venecianos llevamos siglos haciéndolo.

Así las cosas y aun sabiendo que las consecuencias para los británicos fueron terribles, Trump decidió dejar de respirar un minuto y subir los aranceles a un 50%. Ya se ha enfadado el chico, se dijo von der Leyen, y le llamó por teléfono. El muchacho dijo, “qué agradable” y suspendió su amenaza hasta el 9 de julio. “Con la caló que hace”, ha pensado el comisario de Comercio de la UE, Maroš Šefčovič, que es checo, y no siendo Barnier, no quiere quedar peor que él. Así que, no sé yo si eso del 9 de julio…

En dos días vendrán a “lamerme el culo”, se dijo cuando puso un 25% de aranceles que tuvieron un efecto fantástico: los oligarcas perdieron un montón de pasta, los ahorradores perdieron dinero, los precios subieron, el dólar cayó, se paga más por el interés de la deuda (se paga sobre el nominal comprado, aunque la deuda se haya reducido artificialmente).

En dos días y dos Barbies lo arreglo, volvió a decir Trump, los europeos, impresionados se dijeron, ya serán más. Así que Trump intentó la tontadica, ahora aplazada, del 50% e incluso le dijo a Apple que si el iPhone no se fabricaba en USA pagaría. Ese pequeño problema de que no hay talento para montar los chips que se montan en el mundo, allí en USA, aún no se lo han contado a Trump: están buscando un oligarca valiente que se lo cuente.

Nadie le lame el culo, lo de Palestina va fatal, Putin se ríe en sus narices, y el papa americano ya ha llamado a la traidora Meloni para ofrecerle el Vaticano en conversaciones de Zelensky. Al fin y al cabo, en San Pedro no pasan videos para insultar a negros sudafricanos ni insultan, son muy elegantes y desde que no está Franciscus, hasta visten como Ratzinger.

Lo de amagar y aplazar ya lo conocen los negociadores europeos. Šefčovič hace de policía malo; von der Leyen de voz acariciadora. Hasta que aguante el muñeco, que si tiene prisa es por el desmadre que tiene en casa, algún economista americano habla de estanflación. Al fin y al cabo, piensan las élites europeas, igual Trump no nos viene mal: nos ha devuelto a los británicos, nos haremos un ejército, que los del sur y alemanes no querían, tenemos un pretexto para charlar con los chinos, vamos a mantener nucleares y tocarle las narices a Putin. O sea, que Trump ha movido el balneario, aunque no es lo que él quería, de hecho no acertó una.

Acaba de aprobar un déficit público que le obligará a emitir deuda, pero la gente prefiere bonos alemanes, mire usted qué cosa, y la deuda deberá ser alta y, cayendo el dólar, pagara más intereses. Los tipos de interés no pueden entonces bajar, para que la deuda no sea más alta, la caída de precios se ha detenido, no ha bajado del 2,3% en lo que va de año, la vivienda anda con subidas del 4%, la enseñanza más alta y la cesta de la compra no se estabiliza. Tiene la absurda idea económica, Míster Trump, de que con los aranceles se paga el déficit público.

Los europeos ya hemos sufrido las políticas americanas. Pagamos con el capitalismo de casino el déficit público de los ochenta. Las prisas de Reagan para que Kohl acabara con cualquier resto del muro se llevó por delante el sistema monetario europeo. La burbuja tecnológica nos tuvo dos años temblando y las “subprime” aún colean. ¿Sabrán sufrir los votantes republicanos? Los de Boris no supieron.

En fin, Trump está atrapado en la paradoja de Boris: correr más, para no llegar a ningún sitio.

 

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