Machado lo dejó escrito: “Quien habla solo, espera hablar con el “tabernero” un día” (poema Retrato). Vale, es posible que Machado no se refiriera a un tabernero, pero no ando tan desencaminado: el tabernero es como Dios.
Como ya les tengo dicho, cuando uno va a la taberna habla más consigo mismo que con el tabernero. No obstante, siendo puente y habiendo huido ustedes a lugares ignotos, tengo, por ejemplo, una amiga, periodista y bien informada, que se fue el lunes pasado, día del apagón, a subir el Machupichu, ahora sabemos por qué. En su ausencia, el tabernero me ha regalado, no el vino, que eso no se regala, sino su conversación.
Así, entre copas y palabras, he logrado que lo creía imposible: se ha comprometido a reservarme mesa el día del fin del mundo. Ha hecho intención de cobrarme fianza o reserva, ante mi argumento de que el fin del mundo también se acabaría para Él y no necesitaría el dinero.
Ha sostenido con buen criterio, que no hay fin del mundo para los taberneros, ya que trompeteros, horribles bestias y demás estarán sedientos ante tanto trabajo y necesitarán taberna.
He contraatacado con eficacia, diciéndole que el día del Armagedón habrá apagón y, por lo tanto, no podrá usar la caja registradora ni la modernísima tablet en la que apunta sus pedidos. Tras rápida reflexión, ha aceptado que le deje en herencia, a modo de pago, mi surtido de velas, cuadernos y lapiceros.
Dicho en otras palabras, sepan que cuando llegue la “pálida compañera”, se abra el séptimo sello, se inicie el apocalipsis y suene la última trompeta. Cuando se inicie el “día de la ira”, a un servidor le pillará sentado en su mesa, escanciando un vinito, mientras ustedes se sientan en el suelo a esperar que el trompetero de turno les llame a saber cuál será su sitio en la eternidad.
Porque eso, dicen los analistas, puede pasar cualquier día. Quizá sea un apagón duradero, un ataque preventivo de Putin, el día que nombren a Trump Papa o, incluso, si le dejan a Pedro quemar una nuclear. Ustedes dirán que eso es un “bulo”, pero créanme, solo señales del fin del mundo nos acechan por doquier.
A una cronista a la que suelo leer con cierto escepticismo, los cronistas no somos un sindicato uniforme, sino plurales en ideas, le han molestado quienes huimos a la taberna, cuando fenecieron los datáfonos y cajas registradoras de panaderías y supermercados y se cerraron las tiendas y trabajos: nos ha llamado “borregos felices”.
Al parecer, sí somos felices, al menos eso señala Tezanos “el certero” que sostiene que el apagón ha aumentado los votos de Pedro Sánchez. Ya ven, expertos, reguladores, ministros y espías buscando la razón de tanta oscuridad y José Félix tenía la respuesta: era para que votáramos más a Pedro.
La exquisita y estricta cronista, defensora del absoluto estoicismo y le ética del esfuerzo no ha entendido, porque la taberna es el sitio dónde nos refugiamos ante el caos por razones diversas.
En primer lugar, los taberneros guardan en sus bodegas, además de caldos frescos que alivien la pena de la oscuridad, todo topo de cachivaches, incluidas viejas radios de a pilas que nos permiten acceder a información.
La búsqueda de información, el saber lo que ocurría, buscar al que parecía mejor informado fue una demanda exigente el día del apagón. Una demanda que no fue cubierta por el Gobierno, como incluso ha reconocido en sus escritos Tezanos el certero.
También nos hace participar de la identidad de grupo, de sentirnos parte de un colectivo, saber que, tras las puertas que apenas vislumbramos, hay gente como nosotros y nosotras que puede ayudarnos, acompañarnos y esas cosas que hemos dejado de hacer.
Vamos a la taberna no por borregos, como dice mi eximia colega, si no por humanos, privados de la extensión tecnológica de nuestros dedos, vamos a beber conversación con los iguales, cosa por la que no debe reprendérsenos.
Vamos a la taberna porque nos gusta que el fin del mundo nos pille entre risas y copas y no encerrados en la oscuridad. Además, ya nos hemos cansado de aplaudir en los balcones, de asomarnos a las ventanas, de interrogarnos en la soledad a dónde conduce todo esto.
Sí, podríamos escribir sesudos ensayos, aumentar nuestra productividad trabajando, como antaño, sin luz y vapor. Pero no tiene gracia, ni sentido. Los borregos, estimada cronista a la que borraré de mi lista de lecturas obligadas, son los que nos regalaron un día de oscuridad y aún no saben por qué.
Al fin, también vamos a la taberna, porque la taberna nos iguala, nos priva del miedo y amplía el número de semejantes.
Seguro que sicólogos, sociólogos y áureos científicos, cumplirán con su trabajo y escribirán el oportuno análisis de nuestro comportamiento. Una vez concluidos, entenderán que el mejor sitio para celebrar su análisis será acudir a la taberna, a esperar con nosotros el final de los tiempos; además, tengo entendido que la vicepresidenta segunda, suprimirá el trabajo y viviremos de subvención, cualquier día de estos.
Yo ya he hecho la reserva de mi mesa para el fin del mundo. Ustedes igual llegan tarde. Buen fin de semana, que no es el sábado día de pensamiento sesudo ni crítico.