Pedro viaja a Italia a bendecir al obispo de Roma. Es natural. Pedro posee las llaves de la verdad y los calabozos y la piedra sobre la que edificará el progresismo global. Es, en consecuencia, más vicario en la tierra que el obispo de Roma. Además, se afirma por él mismo que está enamorado de la gracia de Dios o por la gracia de Dios. Es que con las últimas cartas me he liado. Más aún, ya se lo dijo Pablo a los corintios: aunque hables el idioma de los ángeles, si no tienes amor no eres nada.
El motivo del viaje es doble. Por una parte, es ahora mismo Francisco el único líder que le va a escuchar sin recordarle un par de cosillas que tiene pendiente. Pero hay algo todavía más importante: Pedro quiere hacernos saber que Francisco no es de la “fachosfera”. Francisco, populista y jesuita, es uno de los nuestros quiere decir Pedro.
El obispo de Roma, además, le entenderá: como le ocurrió al hijo de Dios, Pedro ha estado rodeado de traidores, desde Ábalos a Koldo, desde Aldama al rector de la Complutense, de los viejos socialistas a los viejos periodistas de cámara del socialismo realmente existente que le acusan de organizar, vaya por Dios, una secta.
Ante tanta afrenta y sospecha, Pedro Sánchez va adquiriendo un toque a lo Friedrich Nietzsche. El filósofo alemán dejó escrito: “Al fin y al cabo, preferiría ser catedrático en Basilea que Dios, pero no me he atrevido a llevar tan lejos mi egoísmo privado para desatender por su causa la creación de un mundo”. (Nietzsche, F. Carta a Burckhardh. 5 de Enero de 1889).
Por eso Francisco, al que podemos, dado que es de los nuestros, llamar Paco, le entenderá y no como nosotros y nosotras los malvados de la “fachosfera” que no valoramos que está creando el mundo.
Qué lástima que ese acto tan hermoso de creación haya sido afeado por conmilitones que parecen haberse empeñado en ensombrecer su legado y aliados incapaces de mantener los designios de Dios, porque también se creen dioses y diosas. Es que nuestro panorama político es cada vez más hindú: hay más dioses que creyentes.
Incluso el antiguo “One” ha declarado esta tarde que tiene nombres para sustituir a Pedro de su cargo. Quizá su debilidad parlamentaria o el afeamiento que las diversas causas realmente existentes que se le vienen, están creando más malestar entre sus conmilitones del previsto, salvo que se inicie una escabechina territorial para la que ha aparecido más resistencia de la que preveía Cerdán, el “abalista”.
Incluso hay quien ha sugerido, no sabemos si siendo verdad o estrategia de defensa, que bolsas procedentes del drama de los hidrocarburos, que no sólo de mascarillas vive el hombre de Zamora, pasaron por Ferraz, que guardias civiles estuvieron implicados, que hubo soplos de alguno de los jefes de Marlaska y cosas de ésas.
El acto de creación al que nos ha sometido Sánchez ha provocado no pocas heridas que no sé si el amor de la gracia de Dios, que también hubiera preferido ser catedrática, será capaz de compensar. El problema es si esas sombras se extienden no solo sobre el “creador” sino sobre el socialismo realmente existente.
Al fin y al cabo, el problema de la socialdemocracia española hoy finiquitada por los distintos actos de la creación sanchista es haber pasado de las filosofías blandas del posmodernismo noventero (y la política del liberalismo de cartera del hoy izquierdista Zapatero) a algunos gritos ancestrales algo apocalípticos sobre el porvenir de la igualdad.
En ese tránsito, verdades compartidas, consensos amplios y centros políticos han caído en el mundo de la polarización. No hay más derechización, hay menos centro y menos socialdemocracia.
Esa desaparición ha dado lugar a ese tipo muy difundido de izquierdista español absolutamente chapucero, honestísimo y riguroso naturalmente, pero que tiende a interpretar cualquier posición de la política que no entiende en términos de maquiavelismo y trampa.
En ese contexto es natural que abunden los Príncipes o los Dioses. En consecuencia, es normal y os anuncio una gran alegría: Pedro va a Roma a bendecir a Paco. Anuntio vobis magnun Gaudio: Petrus benedecit Pacus.