Si ustedes han gozado de la oportuna parada biológica habrán tenido una experiencia similar al cronista. Puede que vengan del chiringuito y deseen un baño de agua dulce. O quizá, sea de los que, también, gusta del baño al ponerse el sol, con agua caliente y ambiente más fresco.
Esto último ocurre, al parecer, cuando el aire “rola” al sur, como dice Luis Blanco, cuando abandona su condición de politólogo y se pone en plan marinero experto. (Que rolar sea, además, un americanismo que también significa liar un cigarrillo de marihuana es algo que, ni por asomo, se le ha ocurrido, que él es hombre de buenas costumbres).
El caso es que ocurre. Unos niños juegan en la esquina de la piscina, un nadador experto se prepara, largo va, largo viene, para la próxima olimpiada. El cronista se mueve moderadamente en el agua, sin alardes. Todo parece en orden y entonces llega él o ella: el guardián piscinero, cuya vocación y razón de nacimiento es que la ley y el orden reine en el salvaje mundo acuático.
Los niños serán amenazados con la expulsión si siguen haciendo ruido y molestando a quienes a las nueve de la noche todavía hacen siesta. En el mundo de los guardias piscineros esto ocurre. Tras vigilar al nadador experto, encuentra una razón para su arenga, tras farfullarlo, el guardián o guardiana sostiene que tanto alarde moja las baldosas y produce peligro de resbalón.
Observa el guardián o guardiana al cronista, pero el cronista también es experto. Ha dejado de moverse, permanece silente, ha acomodado su espalda en el gresite y ni pestañea, deja volar su pensamiento y encuentra el parecido que llevaba buscando desde que el guardián o guardiana de la piscina apareció: éste es el modo de gobierno del ministro Óscar Puente.
A pesar de su prístina belleza, por todo el mundo ponderada, especialmente por los funcionarios pagados para perseguir a quien lo niegue, el guardián de la piscina suele parecer un adefesio: con bañador o bikini colorido, que no hace juego con la camisa, todo rematado con un sombrero de paja de alguna marca de ron, imparte lecciones de ética piscinera del mismo modo que Óscar Puente lo hace con la ética jurídica.
Tras unos días jugando al golf, no sea cosa que alguien le preguntara oficialmente por la huida de Puigdemont y se viera obligado a contestar, una vez que Pedro Sánchez se fue a veranear gratis a una finca de Patrimonio Nacional, por el rey Hussein pagada, Óscar Puente decidió aparecerse ayer a los españoles y españolas.
Incluso los que estamos en parada biológica hemos recibido su mensaje. Es cierto que el ministro no lleva sombrero de paja con marca de ron; no puedo confirmar que se lo haya bebido. Sí puedo afirmar que es de elegancia institucional que un ministro, incluso si se llama Puente, utilice las buenas formas para dirigirse al poder judicial.
Habrá quien opine que hablar de Puente y buenas formas es un oxímoron. Pero, más allá de la elegancia, queda el asunto de que cuando un ministro suena amenazante, desacredita al Supremo y anuncia que su “primo de Zumosol”, o sea el Constitucional, corregirá el desatino judicial se extralimita notablemente.
Se agradecen los anuncios, aunque no es precisamente muy constitucional decirle al Constitucional lo que es constitucional. Pero ésas son las cosas que distinguen a los guardianes piscineros del resto de los mortales: ellos pueden.
No obstante, Óscar Puente se siente autorizado. Si Pedro Sánchez ya ha desvelado en un par de ocasiones lo que Conde-Pumpido va a certificar, será razonable que su vicario de verano lo haga del mismo modo.
Es que los jueces hacen mucho ruido, nadan con demasiada fuerza y deciden mal, ya lo dicen los guardianes piscineros de los que Óscar Puente toma modelo.
Los Tribunales se han mosqueado, cual niños en la piscina. Dicen en el Supremo que la Ley está mal hecha. Y dicen, en el Constitucional, que no se puede forzar el blindaje total del expresidente catalán.
Entiendo el problema de Óscar Puente y el Gobierno: la segunda huida del fantasma de Waterloo ha hecho más daño que la primera, porque ha recordado a la ciudadanía que el felón estaba huido, cual criminal no buscado por la justicia y el compromiso de Sánchez de traerlo y no como le ocurrió al inútil ése de Rajoy, PSOE dixit.
También es comprensible que ese anuncio de Congreso extraordinario de Junts produzca, si la amnistía se retrasa, efectos no deseados en la gobernabilidad. Y el señor Puente se quede sin trenes con los que jugar.
Para que me entiendan, es como si los que estamos en parada biológica, tras dar dos brazaditas lentas y cuidadas en la piscina, eso sí con notable estilo, se fuera al jefe de la Comunidad de Vecinos a pedirle que expulse al guardián o guardiana de la piscina: qué dolor, qué dolor, veo a Óscar Puente de guardián piscinero en mi parada biológica.