El miedo

Quema el instituto. Vallecas, enero de 2015.

Hace tiempo que sospecho que hemos vuelto a una especie de oscurantismo medieval, provocado muy posiblemente por la LOGSE y demás leyezuelas de todo menos educación. Hoy son legión los imbéciles, terraplanistas, gente que cree que Australia no existe, que las trazas de vapor de agua de los aviones son químicos para tenernos controlados, que las vacunas de la COVID19 llevaban un chip de Microsoft, que la dana de octubre estaba preparada y que se puede prohibir libros.

El miedo es la incultura, cada vez más apabullante y cada vez más osada. En la red, Supergeografía, un chaval, le pregunta a estudiantes de medicina de Madrid por la capital de Liechsteinstein, de Malta, de China, de Arabia Saudí y de Uganda. Se trata de universitarios. Ni uno sólo fue capaz de contestar dos bien.

El miedo es la barahúnda desaforada, desnortada y estúpida que lloriquea no sé qué porque alguien ha escrito un libro que a ellos no les gusta. Que revictimiza a la madre, me espeta uno de ellos. ¿Qué coño significa revictimiza? Es otro de esos estúpidos términos woke que no significan absolutamente nada, pero lo parecen. Recordar, revivir, rememorar, leer o ver fotos no revictimiza a nadie. A esta panda de desechables les pregunto, ¿se revictimiza a Brenda Bell o a Lynda Ann Healy cuando se rueda una película, se escribe una tesis o se hacen programuchos baratos de true crime sobre Ted Bundy? Si hablo de la dulce Neus, ¿revictimizo a sus hijos o al cabrón de su marido muerto?

El miedo es imaginar un futuro regido por terraplanistas, cobardes y engreídos que creen que sus opiniones están al mismo nivel que las demás. Pues no, no lo están: pueden opinar tanto y tantas veces como quieran sobre cualquier cosa, pero las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene uno, pero no valen lo mismo todas.

La opinión de un lerdo no es comparable a la de un instruido. Lo que importa no es la opinión, sino el criterio, los datos y el aprendizaje. El resultado es el conocimiento. Que en España en 2025 haya humanos tan perdidos que han vuelto a salir a las calles al grito de Quememos los libros me escandaliza, me horroriza y me hace ser aún más beligerante con la estulticia. Es más, debería establecerse una baremación social para que los idiotas paguen más impuestos, Impuesto a la Idiocia. Nos forraríamos como Estado.

Por otra parte, miré los muros de la patria mía y vi que esto viene de muy arriba: un Sánchez que escamotea al legislativo su función en algo tan importante como decidir el nivel de inversión en armamento (llamarlo de defensa es una estafa) es alguien que conoce muy bien la estulticia patria: nada le va a pasar al mayor trilero del país, sobre todo porque ha convencido a muchos de que el trilerismo son los otros, y ahí están los tropecientos actos en conmemoración del tirano, la venta de la dignidad a plazos desde el despacho monclovita de Begoña Gómez, el regalo del país a un delincuente y mil etcéteras que me confirman claramente que la sensatez ha sido fusilada junto con lo que se llamaba “cultura general” en los 80 y que ahora se llama máster. Y ante tanto latrocinio que sí victimiza, sin re, a toda la ciudadanía, la única explicación que se me alcanza es que Sánchez conoce bien el grado de burricie promedio del país.

El miedo brumoso y generalizado en que vivimos es hijo bastardo de la incultura, pero cuando el nivel alcanzado lleva a pedir la prohibición y quema de un libro en el siglo XXI, es que tenemos un problema gordo. ¿Prohibimos y quemamos también la obra de Hannah Arendt o la película La lista de Shindler porque “revictimiza” a los judíos? ¿Prohibimos los westerns porque “revictimizan” a los apaches? ¿Prohibimos las series, podcast y libros que tratan lo escabroso del ser humano? ¿Quemamos en la hoguera a Truman Capote y su A sangre fría y, ya de paso, a Conrad y el Corazón de las tinieblas? Pues sí, claro, cómo no; y de paso a Wagner, a Dostoievski y a William Golding y su Señor de las moscas.

Entre tanto, podríamos repensar la educación elemental que estamos impartiendo en la ESO. Claro que llamándola “eso” queda todo dicho.

 

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