Hubo un tiempo en que quienes luchaban por la libertad afirmaban que el ser humano descendía del mismo mono. Cosa que, ahora, los de Barcelona niegan: todo nacionalista sostiene que los humanos descendemos de monos distintos. “Nulla aestetica sine éthica”. Afirmó el profesor José María Valverde, profesor en Barcelona, cuando expulsaron de la Universidad franquista al profesor Aranguren, que daba clases en Madrid.
La frase tenía algo de rebeldía, que le costó el exilio económico a Valverde, pero también la rotunda convicción de que no hay estética sin una ética que la sostenga.
La estética que se estudia en las Universidades no es la que nos trajinamos en el lenguaje coloquial. Es la continuación de la Teoría y la Historia del Arte: de hecho, en algunas Universidades se estudia en los departamentos de “Contextos Culturales”, incluso en las privadas, fíjese usted.
No se refiere, pues, simplemente, a la apariencia, el “look”, el “outfit”, la comunicación o la comunicación no verbal, aunque podría decirse, a estas alturas, que bajo estos conceptos de andar por casa o el TikTok, sí se incluye cierto tipo de arte, de habilidades, que nos hacen acompañar la forma y el fondo, que no deja de ser uno de los secretos de la ética democrática.
Valga esta reflexión, quizá demasiado larga, para mostrar mi miedo a la expresión no verbal, conceptual y las “goriláceas” formas y el fondo que la ministra Montero, de los Montero de Hacienda, y vicepresidenta del Gobierno, muestra habitualmente, especialmente en sus mítines.
Déjenme dar opinión, pero sepan que a este cronista la señora Montero le da miedo, me viene a pasar como a la señora de Sumar, por un poner.
Imagino que los “cabezas de huevo” de Moncloa han decidido que amedrentar al electorado es lo fetén en estos momentos políticos. Me atrevo a recordarles a ellos y ellas y a Tezanos “el certero” que aventar el miedo es lo que, por consejo de Estado, hicieron Susana, “la pasionaria de Sevilla”, y Espadas, “el firme”, para obtener los peores resultados históricos que los socialistas andaluces recuerdan.
De la ministra Montero, de los Montero de Hacienda, ya se sabe que no es muy cómplice con las cosas de la ética. Conocemos la liberalidad con la que, en los pasillos del Congreso, despacha los datos privados de quienes contribuyen a la hacienda española y, más aún, la liberalidad con la que trata a las amistades de sus subordinados, tipo aplázame una deuda o cosas por el estilo.
Es lo que tiene el poder vicario, ser la “factótum” del enamorado. Ya saben, Fígaro madruga para ir a la bodega, “Figaro qua, Figaro la”, y así.
Sostiene Montero que antes es la declaración de una mujer denunciada que la presunción de inocencia de un hombre denunciado. Hay un pequeño aserto democrático: la presunción de inocencia es el sólido fundamento de toda justicia democrática. Cosa que la viceministra y algunas otras ministras han negado con garbo.
Tú puedes, si quieres, creer a la hermana (por lo que se sabe no a todas, si el machote es de izquierdas) e incluso aceptar que escoger señoras por catálogo no es machismo. Pero no cabe duda de que una sentencia no puede ser reputada de patriarcado si un juez o tribunal constata que la denunciante no ha sido precisa en sus asertos.
Por cierto, en la tesis en la que Montero, de los Montero de Hacienda, reputa de prevaricador al tribunal no dice que dos mujeres progresistas han concurrido con su aceptación a la sentencia. La inconsistencia de la “ley del sí es sí” nos ha traído estos males y allá películas, lo diga Montero o su porquero.
Estoy seguro de que si no fuera afamado el absuelto no hubiera habido griterío aparentemente feminista. Ya les he comentado aquí esa frase de un portavoz demócrata el día de la victoria de Trump: hemos olvidado a los obreros. Esto le ha pasado a la viceministra: no sé si habla de feminismo. No seré yo quien de alas a los negacionionistas de la violencia de género, a cuatro asesinadas por mes, pero mejor ser pedagógico que convertir en venales a los jueces.
Ya se sabe lo que decía el factótum: “La calumnia es un vientecillo”. Pero, qué más da: ella, el nuevo factótum, lo vale.
Pero no ha quedado ahí la cosa del mitin de Málaga. Como a confesión de parte no es necesaria la prueba, éste si es un aserto de general aceptación jurídica, parece que Pedro Sánchez ha comprado su título universitario. Tu misma, viceministra.
Es que la señora ha afirmado que al alumnado de las universidades privadas se les regalan los títulos. O sea, a Pedro. Al que otra Universidad privada, al parecer, según la factótum, se le regaló el título de doctorado (dudas sobre la autoría de la tesis por medio).
Para evitar sospechas, el presidente del Gobierno ha anunciado que endurecerá los requisitos para crear universidades privadas. Es que no puede ser: Él es clase media, con derecho a ser privadamente examinado, pero el resto del personal no. La cosa del embudo es lo que es.
La señora Montero, cuyo andaluz no he oído en ninguna parte – ni culta ni inculta-, y sus formas, dan miedo. Todas esas cosas del mitin, el grito desaforado, el odio de clase, la búsqueda del conflicto, reflejan el desesperado intento de sacar votos.
Que bien le vaya, aunque sospecho que así arrancará pocos votos. Al fin y al cabo, frente a lo que creías, viceministra, mientras te ponías de lado el día de los ERE, eso no es vuestro en propiedad. El electorado dirá si le gusta el miedo.
Yo no quiero decir nada, pero el factótum se casa con Susana, tu misma. Mientras, que lo sepas: das miedo