Tengo que reconocerlo desde el principio, antes de la cita: Scott Fitzgerald era un conservador en materia religiosa y un ególatra romántico, pero también, por haberlo sufrido, muy atento a la diferencia entre ricos y pobres. Scott dijo una vez: “Muéstrame un héroe, te escribiré una tragedia”.
La señora Jeanette Winterson, de conocidas actitudes progresistas, aunque siendo miembro de la Orden del Imperio Británico es, como corresponde, más precisa escribió: “Un héroe sin causa es insoportable; inventa problemas para poder resolverlos”. (Winterson, J., Escrito en el cuerpo, Anagrama, 2006).
Ambas ideas complementarias nos conducen a la situación actual del progresismo. La noche electoral norteamericana, de cuyos resultados ya les he hablado aquí, en ausencia de Kamala, que andaba reflexionando, y Biden al que supongo descansando a tales horas, un autorizado portavoz demócrata exclamó: “¡Nos hemos olvidado de los obreros!”.
La vieja clase obrera norteamericana forma parte de los viejos héroes con los que siempre contaban los demócratas. Piensen en Bruce Spingsteen, en los actores que hicieron de “bartender” en California antes de poder hacer su trabajo o quizá en la desaparecida industria del carbón y el acero, en la “Mowtown” de Chicago y las fábricas de los viejos Cadillac.
“Una América, escribió Bruce, definida por sus hombres y mujeres trabajadores, no por sus oligarcas” era el deseo progresista americano, su sueño. Luego se incorporaron las minorías raciales, jóvenes negros y latinos (con la excepción de la gusanada de Florida).
¿Cómo ha podido el Partido Demócrata olvidarse de esta vieja clase obrera? Primero, porque no saben dónde está y, más aún, porque la izquierda ha entrado en un bucle destructivo hace más de dos décadas, reconstruyendo sus idearios, contagiados por el populista asunto de “los de arriba y los de abajo”, en lugar de buscar el compromiso de los vulnerables.
Lo que ha pasado en USA no es muy distinto a lo que ha pasado en Francia o Italia, a lo que durante décadas y, aún hoy, pasa en el Reino Unido. Lo que lleva años pasando en España y que ya sucedió tras un epilogo penoso en Grecia. A lo que apunta Alemania.
Simplemente, a la división en dos izquierdas del siglo XX le sucedió la irrupción populista del Siglo XXI que nos convirtió en progresistas. Cajón donde cabe todo, incluidos aliados medio nazis como Junts o derechosos como el PNV, en el caso de España. La alianza ya no es con las clases medias, sino con los sátrapas locales.
El progresismo se ha convertido en una materia disolvente. Si todo es feminismo, en realidad, nada lo es, y las mujeres quedan borradas. Si todo es igualitario, en realidad nada lo es. Si todo es cogobernanza, entonces no hay gobierno: Si todo es clima, en realidad nada lo es… y así sucesivamente.
No es la primera vez que aquí se comenta que la izquierda debe mirárselo. Pero la izquierda no se mira al espejo, no es que ya no nos interesa nuestra propia figura, estar mono es de derechas, es que no hemos puesto nuestras ideas ante el espejo. Si lo hubiéramos hecho descubriríamos algo sorprendente: hay gente que nos odia… y eran de los nuestros.
Han ocurrido cosas notables que producen este fenómeno. Sin duda alguna en una sospechosa práctica política, por ejemplo en España, pero también fuera de ella, la socialdemocracia, que cantó victoria tras la caída del muro, pasó a dejar la política para practicar el relato.
Nuestro espejo pasó a tener una doble cara donde la izquierda dejó de mirar a las zonas de sombra, fuente de nuevas preocupaciones sociales. Y, de paso, la izquierda se convirtió en provinciana mientras el globalismo -o sea, su malversación- se le dejó a la derecha, como las ideas de patria, bandera y todas esas cosas que antaño no le creaban problema, al contrario la izquierda, quizá con la notable excepción española, era patriota en todo el mundo. Se dejó la crítica al globalismo a la derecha que no dudó en manipular ideas, hechos y conceptos con notable éxito.
El desesperado grito del portavoz demócrata, “nos hemos olvidado de los obreros” lo que reconoce en el fondo es que se ha perdido la legitimidad para gestionar el estado del bienestar. El estado del bienestar no era una ristra de subsidios, sino un acuerdo entre clase media y clase obrera para repartir impuestos y esfuerzos.
Trump ha conseguido que le crean que en su gobierno no hubo crisis de precios ni desempleo. De hecho, el desempeño de Biden es mejor en estos campos. Pero el discurso progresista no se construye ya en la economía, desde que la crisis financiera de hace casi dos década pilló al socialismo realmente existente -al comunismo ya lo había arrastrado la riada del muro- anclado en las políticas de austeridad y atrapado en las políticas liberales, falto de credibilidad y de otra idea que no fuera un subsidio generalizado.
La evidente brecha generacional ha puesto a los jóvenes no tan atentos a los nuevos discursos como a las viejas amenazas en forma de nueva pobreza y batallas culturales y, en ese campo, la actitud ideológicamente autoritaria de la izquierda aparece asfixiante a muchos de estos jóvenes. La corrección de los postulados de la izquierda es percibida, no pocas veces, como una especie de matonismo que excluye a quien no comulga con el principio ideológico. Con perversos efectos sociales, y si no échenle un vistazo a nuestras barriadas.
Las derechas “trumpistas” que pueblan el mundo ocultan, confunden y mienten sobre los hechos, de acuerdo, pero amigos y amigas, el problema es que aciertan con las emociones, La izquierda no tiene mapas que ofrecer a la gente, solo diktaks.
O sea que los de izquierda tenemos un problema. Ni el socialismo realmente existente ni las populistas izquierdas de verdad verdadera nos ayudan. El progresismo sin causa es como el héroe de Jeanette Winterston, anda inventando problemas para ver si luego los resuelve. O sea, una tragedia. Si no me creen mírense al espejo español y miren a nuestra izquierda o a ustedes mismos. Cuando caigan en la conclusión de que no saben si son de los suyos, reconocerán que la izquierda tiene mucho curro que no acaba, como les contaré en otra entrega, en encontrar a nuestra vieja clase obrera.