El presidente valenciano, Carlos Mazón, es un cadáver político. Lo que falta saber es el día de su entierro. No es el culpable de la DANA, por supuesto, ni tampoco el único responsable del desastre causado por sus consecuencias. Pero nadie le perdona ni la inadvertencia de las primeras alertas meteorológicas, ni la falta de petición de ayuda al Estado en el minuto uno, ni haber estado desaparecido en un almuerzo inoportuno mientras se encontraba reunido el comité de emergencia.
Éstos y otros detalles le han puesto en el disparadero y justificado la masiva manifestación pidiendo su dimisión. Si bien es cierto que la eventualidad fue aprovechada por la izquierda y por los catalanistas para hacer su política partidista, también quedó claro que la indignación popular era transversal y que iba más allá de los colores políticos de los participantes.
Todo esto lo sabe perfectamente el Partido Popular, al que pertenece Mazón. Y por eso quiere evitar que ese malestar afecte a las siglas partidistas y contamine desde Alberto Núñez Feijóo al último presidente autonómico de la formación.
Así, pues, la dimisión del líder valenciano está en el calendario de urgencias del partido y sólo falta saber cuál será el momento oportuno para hacerla. Hay muchas dudas al respecto. Lo único claro es que no debe esperarse al fin de la legislatura, pues el nuevo candidato se vería contagiado por la gestión de su predecesor. Pero, por otra parte, el partido no encuentra el relevo adecuado para hacerlo, ya que muchos opinan que la actual vicepresidente, Susana Camarero, no da la talla para el puesto.
Mientras se desoja la margarita de posibles candidatos, falta por saber cuál será la actitud de Vox, después de haber roto su coalición con el PP. Su voto en contra al aspirante popular podría abocar a una candidatura de la izquierda o a nuevas elecciones. Por eso, por esas vacilaciones, sigue en su puesto Carlos Mazón, aunque en un plazo no muy lejano dejaremos de verlo al frente de la Generalitat. Si no, al tiempo.