Estado fallido y barrizal moral

Existen decenas de indicios para identificar un estado fallido. De alguno les hablaré luego, pero el primero de ellos es evidente: cuando se encuentra tolerable, por populismos, medios y parte de la ciudanía, que se apalee a un político, justo entonces el Estado, la democracia y el derecho nos ha abandonado.

Si no hay un acuerdo en el país sobre que agredir a un político es inaceptable, por mucha razones que justifiquen el enfado, la ribera cruzada nos destruirá cual riada.

No cabe duda, empero, de que, sin tolerar, apoyar ni justificar la ira, el enfado social es comprensible, sin olvidar que no pocas veces, minorías se apropian indebidamente del sentir social y se convierten en adalides de lo injustificable.

Lo de Valencia, requiere un pelín de empatía, insisto, sin perdonar la violencia: cinco días después, el Gobierno decidió viajar al centro de la tragedia.

Eso sí, se llevaron al jefe del Estado que no puede viajar a México, pero sí a Paiporta. Barro sobre la monarquía, gritaba la izquierda de verdad verdadera y su acompañante habitual, el cobarde huido, mientras el jefe del socialismo realmente existente abandonaba el campo dejando el barro para los otros que, por cierto, se quedaron.

Inmediatamente, los voceros de la Moncloa llamaron a los medios amigos: culpa es del Rey que decidió viajar, en gravísimo error. Y, por supuesto, los que gritaban a Sánchez eran pocos y reaccionarios. Naturalmente, al día siguiente se impidió al jefe del Estado viajar a Chiva y se convocó reunión en Torrejón, al lado de la riada, como todo el mundo sabe.

Total, en un ejemplo más de estado fallido, la mejor parábola es que el responsable máximo de la Administración del Estado se cobije en alguna comisión de ésas y luego nos dedique un plasma televisivo.

Mientras tanto, el señor Tebas, dios y padre de las ligas mejores del universo, nos regalaba pan y circo en forma de Liga, mientras llenaba la caja de derechos de televisión, que de algo tiene que vivir el hombre, o sea él.

No es la primera vez que la naturaleza nos regala una jornada dramática, pero nunca de este tamaño y, probablemente, nunca con tanta aparente incapacidad de estado para afrontar con celeridad la situación. Que se apunten los negacionistas el mérito que es mucho.

Más temprano que tarde sabremos todo lo que falló y no nos va a gustar. Por supuesto, será Mazón el que pague el pato, faltaría más, es un “cabrón” de derechas: pero se ignora dónde estaban los ministros, los que se ocupan del interior, de los soldados que no llegaban, los que retrasaron las zodiac y todas esas cosas que pasar, pasaron.

Nadie habrá quien niegue que la respuesta al desastre valenciano ha sido incompetente. Faltó presencia militar puntual, pero también expertos, no aparecía la logística, la distribución de alimentos o servicios de luz o telefonía.

Nos pasó en la pandemia. Creíamos que lo público vendría en nuestro auxilio. Y, como entonces, nos llevamos la oportuna decepción: ni siquiera una rueda de prensa con un soldado vestido de azul y un experto sin ideas salió a dar la cara. Pero también, deberíamos apuntarnos lo mismo que la pandemia: la mala calidad de nuestros servidores públicos: entonces no hubo expertos, ahora tampoco.

Entendámoslo de una vez: votamos responsables políticos, pero no votamos gestores: los expertos en territorios, catástrofes, logística y todas esas cosas sacan oposiciones y luego permanecen en despachos cuya dirección nunca preguntamos.

El 90% de los gestores de las Administraciones Públicas son mandos intermedios cualificados. Son los que gestionan, ni los presidentes de las Comunidades Autónomas, ni los gurús de la Moncloa, afortunadamente. Cuando ellos no funcionan, como fallaron aquellos de las ruedas de prensa de la pandemia, presididos por expertos que no existieron, ni tenían ni idea, es entonces cuando el Estado se convierte en estado fallido.

A lo mejor, esos expertos se han convertido en los primos de los que elegimos, pero también debíamos preguntarnos por qué: o su información no llega a los responsables políticos o quizá porque no son capaces de afrontar la información que reciben, igual su reconversión y recualificación se ha vuelto indispensable. Naturalmente, ellos y ellas son como la liga de Tebas: los mejores del mundo.

El estado de la “Champions League” de la economía ha vuelto y se ha convertido en un barrizal moral de donde huyó quien no debía y se quedó el que no manda, pero también en un Estado del que difícilmente quedará nada de lo que presumir.

No cabe duda de que Mazón pagará, en forma de cargo, pato y patada. Pero quien crea que el Estado sale limpio de barro y paja se equivoca. No huele solo a pútrido, olemos a estado fallido.

Sabemos lo que se nos viene, 217 muertes después y casi un 20% de valencianos y valencianas sin hogar no perdonarán lo ocurrido. Ustedes pueden discutir cuándo llegó la alarma, por qué el personal no se cree las alarmas abundantemente citadas o por qué no basta un colorcito. Pero lo que ocurre es que no es, lo que no es.

Hace unos años, coordinados por Francisco Revuelta y José Calvo Poyato escribimos una cosa que se llamaba “Aprender y Olvidar” (VV.AA. Aprender y no olvidar, Tecnos. 2022). Consejos inútiles.

Tanto hablar del fango y el barro estaba en otro sitio. Ustedes mismos.

 

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