Se dice en el entorno del gobierno que España podría participar en la cosa de la paz ucraniana con el despliegue de observadores militares, el de instructores sobre la zona y el de una fuerza de disuasión. O sea, que para la guerra de los nuevos tiempos, los españoles solo pueden ofrecer los recursos de las guerras viejas: el cuerpo humano.
Ni vehículos, ni drones, ni aviones, ni inteligencia, ni nada de nada: lucharemos hasta la última gota de sangre, si falta hiciere, de los hombres y mujeres de nuestras pírricas fuerzas armadas, el cinco por ciento de ellos nacidos fuera de España, por cierto.
La verdad es que no tenemos ni mucha ni poca idea de qué va el asunto. El presidente del gobierno no ha informado al Congreso ni se ha hecho un plasma patriótico. Sí sabemos que anda poniéndose de lado y mosqueando a algunos europeos.
España pide primero garantías. Cabe suponer que son las mismas que tienen las misiones desplazadas al extranjero. 16 misiones en el exterior con hasta 3.000 militares y guardias civiles en sitios que ofrecen notables garantías como Somalia, Senegal, República Centroafricana, Irak o el Líbano, por poner solo algunas de las más llamativas.
El segundo mosqueo europeo se refiere a las pelas. Sánchez le ha dicho a Úrsula von der Leyen que mejor un 2% que el tres que la lideresa le pide. Y, por supuesto, que se pague con fondos europeos, para que nos entendamos, los alemanes: una especie de fondos de cohesión para que los países con poco margen fiscal, o sea endeudados, se liberen de pagar su parte de la factura.
Además de estas dificultades, Sánchez tiene otras: para empezar que nuestra magra industria militar pertenece a la guerra de antaño. En 2023, el 80% del sector de defensa español estaba en manos de cinco empresas: Airbus (que tardará diez años en entregar los pedidos que tiene hasta hoy), Indra (sistemas radares), Santa Bárbara (que pertenece al grupo Americano General Dinamics), Expal (municiones) y Navantia (barcos).
España no tiene recursos de carácter estratégico, mecanismos de coordinación con los ejércitos europeos (nadie los tiene), ni modernos sistemas para la actual guerra híbrida. Como entenderán, sin drones ni sistemas avanzados cibernéticos y con el panorama industrial descrito lo único que podemos poner es hombres y mujeres.
Pero la razón por la que Pedro se pone de lado, además de los límites económicos e industriales, lo que produce más recelo en Europa, siendo la cuarta economía europea es el más bajo gasto militar, es que el gobierno no tiene, de entrada, mayoría política para cooperar en el operativo militar.
Con la excepción de Puigdemont, que lo único que pedirá es que no haya catalanes en el ejército extranjero español, el resto de la panoplia gubernativa están enrocados en el No a la participación española en el asunto.
O sea, que se necesita al PP, tanto para aumentar el gasto militar como para apoyar un operativo ucraniano. Cosa que el PP dice que, primero tendría que explicarse en el Congreso.
Da la impresión de que el PP quiere que se visualice la soledad del gobierno con sus aliados, ya que su posición política y material es la que ha fijado el partido popular europeo. Esto lo sabe el gobierno, pero tendrá que sudar la camiseta: cierto que no le hará a Feijóo tantos favores como Bildu o Esquerra, por un poner.
El caso es que España vuelve a estar en un notable lío para salir con prontitud a la propuesta europea. Bien es cierto que Trump puede liarla lo suficiente como para que los europeos lleguemos tarde a ésta, aunque si queremos darle garantías a los ucranianos, y vigilar nuestras fronteras de oscuros futuros estratégicos, tanto en este como en el Sur habrá que ponerse.
Pero, estimados y estimadas, de poner pasta no nos libra nadie. Nos faltan unos treinta y dos mil millones para cubrir lo que nos pide Europa. Ya entenderán que Sánchez quiera que se los paguen, no tiene de dónde sacarlos, ni con el esperable relajo de las reglas comunitarias.