La pasión según Trump (II): siete palabras son muchas

No; le dice Donald a su predicador, el jueves no ha sido un buen día. No solo el Sanedrín, convertido en banquero central, y comandado por un tal Jerónimo, que ya tiene miga histórica el asunto, no ha bajado los tipos de interés y Él, opositor a hijo de Dios, ha tenido que pedir su dimisión, porque los mercados siguen penalizándole. También, los del imperio europeo no solo se han lavado las manos, sino que, además de bajar los tipos de interés, se han hecho un “whatever it takes”, tipo Draghi, para mejorar la competitividad de su moneda con el dólar. Encima es una señora, lo que molesta más, la que decide.

No; no ha tenido suerte con las señoras este jueves el candidato al Olimpo. Ha venido Meloni, no solo no ha querido acompañarle al huerto, le ha dicho que ella se ha reformado y es europea, que hay que negociar porque lo suyo no tiene sentido. Y él ha dicho que bueno, que vale, que ya negociamos, “pero sin prisa”. A ver si siendo dios el domingo tiene más fuerza.

Además, la niña le ha preguntado por “ese tipo brillante” que antes le acompañaba haciendo saludos de “fascio” romano (Musk): no solo es irreverente el asunto, sino que aquí no hay nadie más brillante que Él, que preside el mundo, y el domingo el Olimpo, según su predicador.

O sea, que se ha tenido que ir al huerto con los amigotes, que se han quedado dormidos, mientras Él, que todo debe hacerlo, pensaba en la humanidad. Siguiendo el consejo de su predicador, estaba a punto de decir, al anochecer entre los olivos, “Hágase tu voluntad”, como dice el manual del aspirante, pero se lo ha pensado mejor.

Ha llamado a su predicador que le ha confirmado que, según el protocolo de la Pasión, no puede pasar hasta el domingo en el acolchado apartamento presidencial, sobre alfombra de amaranto. Donald se lo piensa: crucificado, cantando “Always look on the bright side of life”, luego a un sepulcro húmedo, solo con una sábana, un eclipse y dos días encerrado. Se lo ha pensado. Él quiere ser dios, pero eso es un rollo.

El predicador insiste, pero Donald persiste. Y, entonces, se le ocurre una solución. Levanta el teléfono y llama a Bukele, presidente de El Salvador, nombre adecuado de país, experto en derechos humanos, entiendan la ironía, y pide que se lo arregle. Bukele, siempre dispuesto, le dice que le manda un señor anaranjado para que le haga de especialista. Donald envía al doble a Palestina, complejo sitio siempre, y se va a esconder al palacio MAGA (Make America Great Again), si cuela, cuela.

Lo de las siete palabras en las que insiste el predicador le parece un exceso. En realidad, solo entiende una, “tengo sed”, y se pone un güisqui. Siete palabras son muchas, él nunca ha pensado tantas y no le caben en su teleprompter, piensa al indicarle al doble su cometido.

El Viernes de Pasión es un rollo, piensa el prócer, mientras el mundo sigue tocándole las narices. No solo son los de la simpática muchacha romana, reconvertida en líder por la gracia de la virgen von der Leyen. Es que todo el mundo se empeña en hacerle sudar sangre, como el jueves en el huerto, mientras su “pandi” no solo se duerme, sino que manda a sus mujeres al espacio, y Él con Melania vigilándole, así no vamos a ninguna parte, piensa.

Los marroquíes se encuentran en el Madrid de los traidores. Será para engañarle o porque están hablando de chinos a cambio de saharauis. Se teme cualquier cosa del tal Pedro y su ministro. Albares reafirma la soberanía marroquí sobre el Sahara, encantados los españoles estamos, mientras Pedro negocia con los chinos el puerto de Canarias, Donald se enfurece, deja de respirar un minuto y dice, por consejo del Predicador, “Dios mío por qué me has abandonado”.

Una que vez que pronuncia otra de las siete palabras, se arrepiente y se dice a sí mismo: por qué siete palabras, si con una me vale: arancel. Qué hermoso. Seré tan rico que podré suprimir impuestos. Al fin y al cabo, se dice, hay imbéciles economistas que dicen que las tasas al comercio las pagan los consumidores, los productores extranjeros y se las queda el Estado. Ése será mi milagro.

El encargado de las monedas le dice que no va a colar, que los otros dioses también conocen el secreto de la ciencia arancelaria y que va a tener que negociar algo. Él no ha nacido para negociar, sino para que le “laman el culo”.

Ahora resulta que se están poniendo exquisitos los amenazados y dicen que tienen opciones distintas a besar el culo de un dios. Así no vamos a ninguna parte, le dice al predicador con esa mirada suya de “te quedan dos días”, o cambias o llamo a la FOX.

El predicador se escandaliza, Elon pierde un poco más de pasta, los de la “pandi” miran a otro lado, los jueces se rebelan, las universidades se incendian.

Esto es un “Calvario” susurra, mientras oye en una esquina alguien que canta “cuando te sientes deprimido… frunce los labios y silba”. Será un inmigrante haitiano, seguro, afirma. Definitivamente el viernes va a ser peor que el jueves, se dice mientras se va a su mansión a esconderse. Siete palabras son muchas, se dice.

 

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