Mientras observo de reojo los datos de participación e informaciones sobre Francia, repaso los resultados del Reino Unido. Los laboristas, como saben, han obtenido un resultado histórico. Siendo cierta la victoria del moderantismo progresista (recuerden, los radicales de Corbyn fueron con él expulsados, para evitar perder otras elecciones, aunque seguirá siendo diputado independiente), cabe plantearse si la crisis del conservadurismo y la victoria laborista, tienen que ver con una recuperación del centro político que la polarización había volatilizado.
En las elecciones de muchas circunscripciones y sistema mayoritario es más fácil hacer votos estratégicos que en escenarios proporcionales. La recuperación de los liberales y el regreso al laborismo de una parte del cinturón rojo, es la mejor expresión de un voto estratégico para castigar a los conservadores.
La vida británica ha sido asaz difícil en la última década. Desde que Cameron trató de ocultar la política de austeridad postcrisis con un referéndum que creía ganaría, han pasado diez años: una década en que toda una cohorte joven ha sufrido austeridad, problemas de empleo, carestía de vida, crisis de vivienda, deterioro económico, perversión de la cultura democrática, escándalo migratorio y colapsos de los sistemas públicos, especialmente salud y transporte.
Problemas que han contaminado a las generaciones menos jóvenes, que han sufrido los efectos del Brexit, ocultados tras la verborrea, las mentiras y las trampas de Boris y sucesores y un confinamiento, prácticamente negacionista, basado en fiestas secretas de políticos conservadores, a espaldas de la ciudadanía. La progresiva derechización conservadora (Johnson, Truss, Sunak), destrozó el centro político, condujo a la radicalización a la izquierda, poniendo en bandeja a los conservadores un histórico resultado.
Que esos mismos políticos hayan sido, cuatro años después, los que han destrozado al partido conservador resulta un acontecimiento político.
Las elecciones no cambian a los países de la noche a la mañana. Revelan cambios que estaban ocultos bajo capas de complacencia política y hábitos culturales.
Todavía es pronto para decir hasta qué punto los resultados reflejan un respaldo positivo al Partido Laborista y a su líder. El imperativo de castigar a los conservadores por años de mala praxis política fue palpable en la campaña electoral más que la escasa pasión de Starmer, el líder progresista.
Pero el desprecio por un gobierno en el poder y el entusiasmo por el único sustituto disponible nunca son exactamente iguales. El volumen de avances de los liberaldemócratas en algunos antiguos bastiones conservadores (más de 70 escaños) es, en parte, una decisión estratégica de votantes que sabían que desalojar al conservador local ayudaría a impulsar a Starmer a Downing Street.
La alianza de voto táctico de facto que ha aplastado a los conservadores revela una fuerza de moderación ampliamente liberal y de centro que ha estado latente en la política británica, pero desmoralizada y dividida.
Puede que Starmer no haya querido hablar del Brexit durante la campaña (excepto en su afirmación defensiva de que nunca lo cambiará), esto no oculta que el espíritu de furia que ha asolado a los conservadores en algunos de sus territorios de influencia contiene una veta de venganza por el Brexit.
La misma actitud cultural se manifiesta en el puñadito de escaños que ha ganado el Reform (el extremismo derechista) y en muchos más en los que el partido de Nigel Farage ha desplazado a los conservadores al tercer puesto.
Sunak, probablemente, ha heredado los errores y prácticas de sus antecesores, y no comprendió que no podía competir a medias con la postura faragista, con los laboristas y, al mismo tiempo, intentar dirigir un gobierno serio y creíble. Una cuestión que algunas derechas podrían aprender.
En cierta medida, el fracaso de Sunak se basó en la inestable coalición electoral que Johnson armó en 2019 con la promesa de “lograr el Brexit”. Implementar una agenda en el gobierno que pudiera satisfacer los intereses divergentes de un bloque de votantes cultural y geográficamente incoherente –la clase trabajadora del norte, ex laborista, y los condados del sur, tradicionalmente conservadores– fue un intento imposible de alquimia política, en la que, por cierto, también han sucumbido los nacionalistas escoceses.
El cambio británico más que político es de ética política. Lo que el Brexit te dio, el Brexit te lo quitó. Veremos si en Francia una alianza estratégica de centrismo e izquierda logran lo que deben, o quizá no. La respuesta en unas horas.