Sólo los optimistas, por muchos que sean, han creído que Nicolás Maduro no repetiría oficialmente como presidente de Venezuela. Las elecciones en el país andino se convocaron sólo y exclusivamente para revalidar el chavismo gobernante, pese a que las encuestas de los meses anteriores dieran una mayoría apabullante a la oposición.
Maduro, designado en su día directamente por Hugo Chávez, ya lo había dicho en sus alocuciones preelectorales: si ganaban los antigubernamentales el produciría en el país un baño de sangre. Pacífico y pacifista él, ha triunfado para evitar a su nación tan inmerecido dolor. Ya antes invalidó las candidaturas de todos aquéllos que pudieran hacerle sombra, con lo que el resultado favorable le era menos problemático en un país diezmado por la pobreza y el exilio masivo de la población.
Para hacer más creíble su victoria, ha arrojado unos datos que no se la dan de forma apabullante, sino con el discreto margen que se produciría en cualquier democracia occidental. Aun así las actas que manejan los opositores le dan a estos últimos un triunfo abrumador sobre el oficialismo.
Curándose en salud, ya lo previno Maduro: él se comprometía a aceptar los resultados oficiales y pedía a la oposición que hiciera lo mismo, sabiendo de antemano el enjuague que iba a hacer para que saliesen los números de acuerdo con sus intereses. Ahora, una vez efectuado el pucherazo, dice que va a defender los resultados con la movilización cívica, policial y militar del régimen.
No se anda éste, pues, con chiquitas y de nada va a servir el escepticismo sobre los votos en Venezuela ni la presión internacional para revisar los resultados. Maduro sólo sabe estar en el Gobierno y lo hará a cualquier precio, Tampoco le amedrentan las posturas internacionales, ya que tiene aliados importantes que ya le han felicitado, como Rusia, China o Irán, para los cuales los datos oficiales son irreversibles.
Nos encontramos, por consiguiente, ante un régimen que se sucede a sí mismo y al que no le importa el qué dirán otros países, acostumbrado como está a lidiar con la oposición de las democracias occidentales sin dar su brazo a torcer. Por eso, me temo que, por muy grande que sea el escándalo, a Maduro nadie le retirará el sillón de Gobierno en el que está asentado.