No visitamos a enamorados

En llegando de Bruselas, fijó entre hostil y amatorio en su puerta este cartel: “Aquí está el enamorado para quien quiera algo con él”. Y con más enojo que el acostumbrado susurró: y no hay princesa altiva para él. Es que dice la prensa que está muy enfadado.

Estar enamorado le produce pesadumbre, pero recibir visita de quien recela de su amada, es todavía peor. Una visita que, además, piensa el enamorado, se rodea de delincuentes, cosa que a él nunca, pero nunca, le pasaría, porque él es ético a carta cabal y no conoce ni a venales porteros de discoteca, ni a patrocinadores imputados y, menos aún, a exministros felones.

Reflexionaba el enamorado sobre el asunto, mientras la visita, que recelaba de una trampa adicional, recibió de la literatura consejo: “Do no te quieren mucho, non vayas a menudo”. (Ruiz, J, Arcipreste de Hita, El libro del Buen Amor. Edición facsímil Códice Vº-6- de la Biblioteca Nacional. Toledo, 1368).

Ignoro si en el itinerario formativo de la generación de Isabel Díaz Ayuso, figuraba el Arcipreste de Hita, pero en el de su asesor áureo seguro y le habrá pasado el consejo.

Sostiene la presidenta madrileña dos argumentos poderosos. Uno, que si ya has pactado las pelas con otro, para qué me quieres a mí.

Sospecho que le molesta más el segundo razonamiento: el presidente del Gobierno le ha venido a calificar de “partícipe a título lucrativo” de un delito, lo que debiera conducir a denuncia de algunos de esos fiscales o abogados de Estado que tiene tan a mano siempre. Y la presidenta madrileña se malicia que van por ahí, en respuesta a las penosas circunstancias en las que la amada del enamorado (aquí ya saben que no se cita su nombre hace tiempo) y su “pandi” se encuentran.

Estos fuertes argumentos tienen una cara B, no menor: la consistencia y respeto institucional contiene algunas obligaciones a quienes ejercen mando en plaza. Puede caerte mal o muy mal quien te cita, pero la institución que uno preside merece ser representada.

Esto siempre ha sido cierto y que el Gobierno se pase el respeto a la Comunidad de Madrid por el mismísimo forro de donde les quepa no acaba de justificar el asunto. Pero oigan, en esta democracia nuestra llena de ruido, furia y de ver quien la tiene más grande, me refiero a la egolatría, todo es posible.

Naturalmente, ignorando las cosas que a la ciudadanía preocupan, los colegas del enamorado enfadado se han lanzado a por la señora de Madrid. Lo que augura un notable éxito electoral. Ya les he dicho aquí que, para desgracia de quienes somos de izquierda en Madrid, la izquierda no quiere gobernar Madrid.

A la Señora Ayuso no le va mal el desplante cheli al caballero de Moncloa: ya se cargó a Ciudadanos y ya ha destrozado a VOX, le pueden ir mandando recados.

El PP sabe que la cosa cheli no vale para toda España y por eso tiene de jefe a un gallego que, se diga lo que se diga, en la Moncloa, en “Polonia” o las maquinarias mediáticas del Gobierno, no compite con Ayuso.

En este mundo donde el engaño y el relato han sustituido a la política, verán, empalideciendo, como un ministro de Justicia llama delincuente, sin el presunto delante, a quien aún no ha sido juzgado, condición indispensable para ser delincuente.

Pero qué más da, si el ministro lo es de todo, desde el Constitucional, la Fiscalía, el poder judicial y los receptores de demandas.

Consideran en La Moncloa que algún día, madrileños y madrileñas nos cansaremos de tanto cheli en la Puerta del Sol y soleadas mañanas de progreso romperán las recias, prietas y firmes filas de las derechas madrileñas. Quizá eso suceda algún día, pero me temo que ellos y ellas, los de la Moncloa y acompañantes, ya no estarán en el poder para celebrarlo.

Los conflictos institucionales y las descalificaciones permanentes entre quienes las encabezan hacen daño a quien da y a quien recibe. Imputarse respectivas delincuencias, lo que produce es un alejamiento masivo de las instituciones de la gente, una reducción de la participación política de los moderados y una radicalización de los más polarizados.

Cuando gritos de insulto cruzaban Madrid, miles de personas quedaban atrapadas en trenes, antaño joyas de la corona, el ministro de turno dice que él no está para coger destornilladores; armas de fuego sonaban en el Guadalquivir empuñadas por narcos que, oh, cielos, cómo han llegado ahí, dice el ministro del asunto, una empresa de éxito (Repsol) decide irse a Portugal, mientras la ministra de turno anuncia más impuestos a la energía y así sucesivamente.

Madrid esconde en sus calles la angustia de los precios de la vivienda y la vida, el trabajo precario, la ciudad que se embotella y las estrecheces cada día más evidentes en la sanidad pública, salvado, eso sí, por una población en aumento que da riqueza y una actividad económica y turística que ha convertido a Madrid en un centro capital que a Collboni, el alcalde de Barcelona, le molesta haber perdido. A los “indepes” ni les va ni les viene porque ellos sólo quieren pasta para pagar lo que deben y lo  que quieren dejar a deber.

Entre tanto, los próceres correspondientes se dedican a la mutua descalificación. Por más que los argumentos de Ayuso sean poderos, en este caso; por más que las izquierdas madrileñas se diluyan en el infinito debate de cómo hacer oposición o el desaparecido Iglesias pretenda retornar a la izquierda de verdad verdadera con una madrileña condición: Israel. Por más que todo eso ocurra, a los ciudadanos y ciudadanas se nos empieza a dar una higa.

Lo que queremos es que el enfadado y enamorado concluya el infinito periplo de vaciedad política. Mientras, ya lo sabemos: en Madrid, no visitamos a enamorados.

 

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