Antes de irse a China a buscar el gato que cace ratones, no importa el color, ése que Felipe González y Den Xiaoping tenían a medias, Pedro Sánchez nos dejó una frase para la historia: él hará su proyecto “con o sin concurso del legislativo”.
La frase tiene su aquel, en un país en que la Constitución establece tres poderes y en el que, precisamente, el ejecutivo emana del legislativo. Es un poco contradictorio con lo que se dijo, cuando Feijóo fue el más votado, para construir una mayoría que se llamó progresista.
Al parecer, una vez elegido, si los progresistas no votan es cosa suya y lo de Montesquieu es para comentarlo en las tabernas. A Pedro se le ha ido otra vez la mano, desde que ha pasado de enamorado a cabreado y se ha puesto duro el muchachote.
La democracia no se define a la carta. Se sostiene en reglas entre las que la división de poderes y la supremacía del poder legislativo ocupan un lugar fundamental. El Estado y la democracia soy yo no forma parte del constitucionalismo moderno y menos de la Constitución española.
Será más o menos progresista la política que se haga, pero el “concurso del legislativo” es insoslayable. Reconozcamos que la soberbia conduce a tics autocráticos, deseados o desvelados, de esos que a uno le recordarán incluso cuando se retire.
Dicho lo cual, conviene entender que se trata de una afirmación defensiva, propia de alguien que se siente débil y trata de superar la situación a golpe de autoritarismo verbal, porque para el otro no hay espacio.
Antes de Pedro, hubo democracia, la hay ahora aunque a Pedro no le guste y la habrá después de Pedro. Los pesimistas también se equivocan, quizá no con Sánchez, pero si con las perspectivas de la democracia.
La debilidad del sanchismo la explican sus socios: “lo queremos en coma, pero no muerto”, ha dicho Puigdemont. Así que, a expensas de tan cuidadosos aliados, es normal que la soberbia te juegue una mala pasada y desvele esos pensamientos tan imposibles como inaceptables. No; nunca “sin el concurso del legislativo”.
Es este tipo de discursos, acompañados de acciones puramente sectarias, desde la política de nombramientos (un ministro al Banco de España) a la aceptación del incomprensible papel muñidor de Zapatero, del bordeamiento permanente de la Constitución al clientelismo político más exagerado, lo que enerva el ambiente político español, trufado de problemas estratégicos para los que no hay respuesta del gobierno.
La izquierda, no sólo la española, tiene un serio problema: su conversión al populismo. La desaparición de la socialdemocracia, ha empujado a la izquierda a la contaminación populista.
Melenchon saca a la calle a la gente, porque no gobierna. La socialdemocracia alemana que, antes de ayer, compraba inmigrantes, hoy cierra fronteras, el laborismo no se aclara con la política económica, la izquierda de verdad verdadera en Sajonia suma las políticas de la antigua Alemania del este a la antiinmigración de extrema derecha. Y así sucesivamente.
Todos dicen lo que podía haber dicho Trump o Bolsonaro: no me gustan los parlamentos. Es, en realidad, lo que significa la populista frase del discurso de Sánchez. Antes, estas frases importaban, ahora, se espolvorean en un discurso en que las bases populistas de la izquierda se sientan cómodas. “Sin concurso del legislativo”. Claro, son fachas hasta los que les han votado.
Camaradas, tenemos un problema: la reconstrucción de la izquierda no es el zapaterismo ni el unipersonalismo político: es la reconstrucción ideal de un imaginario que pueda ser compartido por mayorías sociales y no impuesto a golpe de concesiones clientelares.
Decía Jorge Semprún, al que en el PCE se conocía como Federico Sánchez, en uno de sus últimos libros (Semprun, J. Federico Sánchez se despide de Ustedes, Tusquets, 2015) que el éxito político de la reconstrucción de la democracia española radicaba en que la ciudadanía había realizado permanentemente un voto de moderación.
Ése es el voto que representaba el PSOE, la socialdemocracia y la base social que sumaba la vieja alianza de trabajadores, trabajadoras y clases medias. Sometidas estas últimas y desaparecidos los primeros, prácticamente sustituidos por asalariados de los servicios sin vinculación de clase, el populismo rentista es la ideología que hoy representa el socialismo realmente existente y el llamado progresismo global.
Ese camino no conduce a la reconstrucción de la izquierda. De hecho, a veces hace que sea difícil decir que uno es de izquierdas. Pero eso es cosa, dirán ustedes, de la izquierda, mientras no nos reduzcan, todavía más, la calidad de la democracia
“Con o sin concurso del legislativo”: ¿De verdad, Pedro?