El precedente más claro de los Comités de Defensa de la República Catalana, CDR, son sus homólogos de la Revolución Cubana. El papel de estos últimos no es ni ha sido violento, sino sólo el de practicar la simple delación de quienes no comulgan con las ideas del régimen castrista, dejando para otros la represión propiamente dicha.
Pero los CDR catalanes van mucho más allá que eso, tras su reciente nacimiento para que pudiese efectuarse por la brava el llamado referéndum independentista del 1 de octubre pasado. Con unas acciones copiadas de la guerrilla urbana, digámoslo así, cortan carreteras, ocupan estaciones de ferrocarril, bloquean la frontera con Francia, intimidan a conductores y demás personas, causan destrozos en el mobiliario urbano y practican otros desmanes que todo el mundo conoce.
Nada de eso está tipificado, obviamente, como delito de rebelión o de terrorismo, como acaba de reconocer el juez Diego de Egea al desestimar las acusaciones del fiscal contra la activista Tamara Carrasco. Pero tampoco se trata sólo de “defender la República de forma pacífica pero contundente”, como manifiestan en sus escritos. Estamos hablando de violencia, de mayor o menor intensidad, pero violencia, al fin y al cabo.
Lo que sucede es que ese concepto hace tiempo que no está bien visto. En otra época, sin embargo, el fundador de Falange Española llegó a afirmar orgullosamente que la única dialéctica admisible era “la de los puños y las pistolas”. Ahora, en cambio, todo el mundo presume de ser más pacifista que el propio Gandhi y hasta los actuales ejércitos —que dependen nominalmente de ministerios de Defensa, en vez de los antiguos ministerios de Guerra— bautizan sus intervenciones bélicas como misiones de paz.
Por eso, en la importante batalla de la propaganda que unos y otros despliegan, todo el mundo se autodefine como defensor de algo y no atacante de nada, aunque ya sabemos, por experiencia propia y ajena, que la mejor defensa suele ser un buen ataque y que los autodenominados comités “pacíficos” acaban por desplegar desgraciadamente una violencia arrolladora e implacable si no se esclarecen las cosas desde un principio y se ataja el cáncer desde su misma raíz.