El mismo día en que Carles Puigdemont sale de la cárcel, entra en ella el expresidente brasileño Lula Da Silva. Al margen de otras consideraciones penales, mientras el catalán no hizo nada durante sus 21 meses de mandato, salvo gastar tiempo y dinero en su ensoñación separatista, el antiguo sindicalista latinoamericano modernizó su país, palió diferencias sociales y gobernó con cierta equidad. Paradojas de la vida.
También resulta sorprendente que el mayor peligro bélico del mundo provenga de un individuo de 35 años, Kim Jong Un, que rige un pequeño país paupérrimo, en el que las personas actúan como robots, privados de autonomía personal y de las libertades más elementales. Frente a él, el hombre que debe encarnar el mundo libre un tipo llamado Donald Trump, prefiere los tweets a los libros de pensamiento político y su remedio para las matanzas escolares es una mayor presencia de fusiles en las escuelas, armando a los profesores. Increíble.
Parece que nos hallemos en un mundo de valores morales invertidos, donde la noticia más recurrente de la semana no ha sido la falta de presupuestos públicos o la privación de derechos a colectivos sociales, sino la posible irregularidad en un máster académico de Cristina Cifuentes, cuando todo el mundo sabe que, salvo seis o siete, los políticos engordan sus currículos como si eso fuera sinónimo de una mejor gobernanza pública.
Claro que los mismos medios de comunicación que se escandalizan de comportamientos ajenos son los mismos que se lucran de espacios de telebasura donde fulanito se acuesta con menganita o se buscan parejas, tríos o multitudes para practicar entre ellos el sexo en grupo. Así, en un mundo anestesiado y de valores tergiversados, no es raro que desaparezcan los partidos tradicionales en Francia o Italia, proliferen los extremismos de toda laya y los políticos (sobre todo los sudamericanos, incluida la última decena de presidentes de Perú) sean acusados, condenados u obligados a dimitir por corrupción.
Que conste que no estamos ahora peor que en las décadas de 1930 y 1940, pero ése es un magro consuelo, pues nuestra especie no suele aguantar más de 70 años sin hacer ninguna animalada de las gordas, por mucho lenguaje políticamente correcto que ahora queramos imponer.
Por eso mismo, dicho lo dicho, uno no ve que exista más que un mundo absurdo que no sabe muy bien por dónde va.