Agua de muerte

Te pasas un año haciendo rogativas y, al final, el cielo te manda un reguero de muerte. Es lo que tiene el cielo: no hay quién lo entienda. Cuando esto escribo, las vidas hundidas en la riada interminable superan la centena y media, y todo apunta a que será peor.

Es difícil, seguro, comprender lo que se siente, ponerse en lugar de los que sufren la pérdida y la ausencia de los desaparecidos. El dolor de las familias, la búsqueda de los ausentes es difícil.

Hay cosas que sabíamos. Hace una década había rieras que predecían avenidas cada quinientos años (Biescas, Aragón, por un poner). Ahora sabemos que se repetirán con frecuencia, lo que convertirá a las construcciones en las riberas, barrancos y ribazos en futuras ratoneras. Los diques en forma de infraestructuras viales harán ríos donde antes había calles.

Que aumente la temperatura de los mares parecía gracioso: uno se baña mejor. Acaso los mariscos y pescados abandonen nuestras costas para buscar aguas más frías, pero era un coste de restaurante. Muy gracioso.

Ahora sabemos, dramáticamente, lo que ya sabíamos: el agua caliente del mediterráneo alimenta de energía a las DANAS; la del atlántico las bloquea, Viviremos todos los años en anomalías térmicas.

Sepamos, también, qué suponen esos pueblos vacíos, esos lugares que no importan donde nadie puede cuidar riberas, simplemente porque no hay nadie. Ahora ya sabemos que importaban.

A quienes pretenden que vivamos como si nada, que lo sepan de una vez: el negacionismo mata.

No hablo de las iniciativas compulsivas que puedan convertir el mundo en un sitio donde solo viajen los ricos, tengan coche los ricos. Pero sí sé que mis nietos no quieren vivir en un desierto peligroso y yo les doy la razón.

Mientras Valencia se derrumbaba, no faltaba quien sacaba pecho por la evolución del PIB. Un PIB seguramente dopado por el consumo público o privado y probablemente insostenible. Pero, ahora, sólo me interesa una cifra: la ya depauperada inversión se ha reducido en un 0,7%.

Sin inversión no hay paraíso, ni empleo de calidad. Sólo el consumo público no nos dará la felicidad.

Esa felicidad de los responsables políticos les da para un magnífico aserto: “No estamos para recoger agua”, respondieron los del PSOE cuando les propusieron cerrar la actividad parlamentaria. Al parecer, no podían esperar una semana para repartir carguitos en la tele pública a los asociados.

Ignoro si Mazón cometió errores, ya me enteraré junto a ustedes. Sólo hay que ser un malhechor moral, tipo Marlaska, para empezar la mañana polemizando políticamente, antes de saludar a las familias de las víctimas el día de la muerte.

Dijo Rufián que no se hiciera política con la sequía catalana, pero le mola meterse con la derecha catalana a cuenta de las riadas.

El ministro Marlaska parece haber mentido sobre la hora en la que la que el Gobierno valenciano pidió ayuda a la UME (dicho por la delegada del Gobierno en Valencia). El mismo Marlaska reclama a Valencia unas alertas que no pide en Castilla-La Mancha.

El Gobierno ignora que además de Valencia, Andalucía, Castilla-La Mancha o Aragón (en el pueblo donde nació mi madre, ochenta personas estaban aisladas en un balneario, antaño vinculado a mi familia) estaban bajo emergencia, lo que le obligaría a adoptar medidas de emergencia especial.

La política fina, que se llama.

La reparación en Valencia será interminable. El núcleo industrial valenciano está en trance de destrucción. Los asegurados sólo son el 40% de los afectados; si el dinero llega al resto al mismo ritmo que llegó a La Palma, los valencianos y valencianas están apañados

Agua de muerte suena, aún, en Valencia y en otros sitios. Espero que la política les deje en paz: ya tienen suficiente fango como para sufrir el que genera el ruido político.

 

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