Campoamor (5): los errores, las debilidades y el terror miliciano en el Madrid de la IIª República

La condena de Clara Campoamor al golpe de Estado de julio de 1936 es total, pero no por ello salva de su crítica a las debilidades de los republicanos que les condujeron a una enorme cantidad de errores de todo tipo, inducidos, acaso, por comunistas y socialistas radicalizados, además de los elementos anarcoides.

Como en los anteriores capítulos de esta serie, lo que se sigue a continuación son extractos de su libro La revolución española vista por una republicana, según la magnífica edición de Luis Español Bouché.

Los errores de los republicanos

  • [De páginas 51 a 56, algunos observan gran similitud con lo que ocurre actualmente en España]

Para Campoamor, “España no es un país de partidos sino un país de opinión. El número de miembros inscritos en Madrid, entre los dos grandes partidos —Izquierda Republicana y socialistas—, es muy elocuente a este respecto”; es decir, que la militancia era mínima, como ocurre hoy con Podemos, IU y el PSOE, por hablar sólo de la izquierda.

Insiste Campoamor en que “las elecciones que tuvieron lugar bajo la República y sus resultados ponen de relieve un hecho doloroso: el de la débil madurez democrática del pueblo español. Este hecho debiera haber hecho reflexionar a los republicanos. Ese movimiento de péndulo efectuado por el cuerpo electoral, el cual votaba alternativamente a izquierdas o a derechas con más entusiasmo que sensatez era tan peligroso para un régimen naciente como poco aleccionador para sus defensores”.

Bajo ese certero análisis político, “el elector no tenía elección: o votaba a la derecha o a la izquierda, o se abstenía, lo cual fue el caso de los más conscientes. Cuando una u otra coalición triunfaba, los extremistas se salían con la suya en la acción gubernamental. Reclamaban a los moderados el precio de los votos que les habían prestado. Este fue el caso de los primer y tercer gobiernos republicanos para la izquierda y el del segundo para la derecha. Esos extremistas, estimando valiosísima la ayuda mendigada por los moderados, imponían su programa, que pretendían aplicar bajo el ala protectora y debilitada de sus aliados del día”.

Causas de la debilidad de los gubernamentales

Para la feminista republicana Clara Campoamor, tres de las causas de la debilidad gubernamental “eran visibles y fueron decisivas desde el principio, a saber: la carencia de técnica, la ausencia de disciplina y la desmoralización de la retaguardia”. Lo que, en síntesis, significa lo siguiente [de páginas 57 a 66] :

I. Carencia de técnica: “Los partidos españoles de extrema izquierda con frecuencia han mostrado un profundo desprecio hacia la técnica en todos los campos, por lo menos hacia la técnica ‘burguesa’, la única que lógicamente podía existir en el país con el advenimiento de la República. A su juicio era suficiente poseer la fe y el entusiasmo revolucionarios para cumplir con cualquier tarea en el gobierno”.

II. Falta de disciplina. “Los milicianos se negaron a obedecer a los pocos oficiales que permanecieron fieles. Nadie pensó en nombrar ni en aceptar un mando único” (…) “Los comunicados del ministerio de la Guerra darán idea de lo que es un ejército sin jefes. Mientras que rara vez se oía hablar de los jefes, se alababa continuamente ‘la actividad cumplida por la sección al mando del sargento Fortea’ o por ‘aquella mandada por el cabo Díaz’ o también ‘el éxito obtenido por el sargento Mayordomo con dos de sus hombres…’”.

(…) “Sucedieron al principio otros hechos más graves: dispuestas a aprovechar la estupenda ocasión que se presentaba, todas las mujeres de vida alegre —que la guerra condenaba al paro— desaparecieron de la capital y se infiltraron entre otras que, con un respetable sentimiento y una sincera fe luchaban en el frente en las filas de los milicianos. Es imaginable, en consecuencia, el desenfreno que reinaba en el frente y numerosos combatientes tuvieron que ser hospitalizados”.

III. El terror de la retaguardia. “Previendo una futura lucha contra socialistas y comunistas tras el triunfo del Frente Popular, los anarco-sindicalistas se cuidaron de hacer acopio de armas y municiones para la ‘lucha final’ y para ‘limpiar’ la capital de la República de fascistas más o menos auténticos, en primer lugar, de republicanos, en segundo lugar, e incluso de los marxistas”.

(…) “En la retaguardia reinaba el terror desde el principio de la lucha. Patrullas de milicianos comenzaron a practicar detenciones en domicilios, o en la calle, en cualquier lugar donde pensaran encontrar elementos enemigos. Los milicianos, al margen de toda legalidad, se erigían en jueces populares y hacían seguir aquellos arrestos de fusilamientos. Pronto se hizo corriente en retaguardia una frase trágica: se llevaba a alguien ‘a dar un paseo’. Pasear a todo sospechoso o todo enemigo personal se convirtió en el apasionado deporte de los milicianos de retaguardia”.

(…) “Al principio se persiguió a los elementos fascistas. Luego la distinción se hizo borrosa. Se detenía y se fusilaba a personas pertenecientes a la derecha, luego a sus simpatizantes, más tarde a los miembros del partido radical del Sr. Lerroux [en el que había militado la propia Clara Campoamor, razón por la que ella misma era perseguida y tuvo que abandonar España], y luego —error trágico o venganza de clase— se incluyó a personas de la izquierda republicana como el infeliz director de un colegio para muchachos, el Sr. Susaeta, hijo de un ex-diputado radical-socialista… Cuando se comprobaban aquellos errores, se echaba la culpa de los asesinatos a los fascistas y se continuaba”.

“Tras espeluznantes ejecuciones en masa efectuadas en la Casa de Campo, el gobierno, incapaz de impedirlas, cerró aquel enorme parque imposible de vigilar. Las ejecuciones de personas detenidas prosiguieron, con la única diferencia de alargar un poco la agonía del ‘paseo’. Llevaban a la gente al depósito del cementerio municipal o a la Pradera de San Isidro, o bien a las carreteras que rodeaban la capital. El gobierno hallaba todos los días sesenta, ochenta o cien muertos tumbados en los alrededores de la ciudad. Iban a buscar a la gente en pleno día a su casa, a su trabajo o en la calle. Si no encontraban al que buscaban se llevaban a algún miembro de su familia”.

“El número de ejecuciones efectuadas en Madrid por las patrullas de milicianos despertó también la inquietud de partidos políticos que por lo menos intentaron organizar las matanzas —admitamos en su favor que con la esperanza de reducirlas—. Un tribunal revolucionario, especie de ‘tcheka’ extra-legal, compuesto por miembros de todos los partidos integrantes del Frente Popular, se constituyó en los sótanos del Círculo de Bellas Artes de la calle de Alcalá, edificio que enarbolaba la bandera rojinegra de los anarquistas. Los detenidos eran conducidos ante ese tribunal. Juzgados al cabo de unas horas eran luego fusilados. Algunas de las personas detenidas y sometidas a ese tribunal tuvieron la sorpresa de recobrar la libertad”.

“Pero la existencia del llamado tribunal revolucionario no consiguió detener los registros seguidos de asesinatos que se sucedieron en número creciente. Nunca se llegará a conocer el número de personas asesinadas a raíz de una simple denuncia, por venganza personal, por rencor, o simplemente, y de esto hubo muchos casos, porque el denunciado era acreedor del denunciante (pág. 63).

“No se veía en las calles un solo sacerdote porque aquellos que se habían arriesgado a salir durante los primeros días habían sido exterminados. Las monjas que habían sido expulsadas de orfanatos y hospitales tuvieron que huir vestidas de civil. Como su cabello corto estaba de moda, pudieron pasar desapercibidas. Los ciudadanos que, siendo funcionarios o empleados, debían forzosamente salir a la calle, lo hacían disfrazados de «descamisados»” (págs. 63-64).

“Acabaron llenando las cárceles. La de Madrid rebosaba de prisioneros con siete u ocho personas por celda y su número pasaba de tres mil así que hubo que habilitar conventos en cárceles suplementarias para hombres o para mujeres”.

(…) “De los miles de prisioneros encerrados en la cárcel central de Madrid, sólo dos muchachos consiguieron escapar. Todos los demás fueron exterminados. Entre ellos se encontraban personalidades como don Melquiades Álvarez, antiguo republicano, jefe del Partido Republicano Liberal Demócrata y el Sr. Rico Avello, exministro del Interior en el gobierno presidido por el Sr. Martínez Barrio en 1933 y alto comisario en Marruecos en febrero de 1936. Los fusilamientos duraron toda la noche en el interior de la cárcel, sembrando el terror en las casas vecinas” (pág. 66).

“¡Optimismo a todo trance!”

Así las cosas, Clara Campoamor informa que, en el campo del Madrid republicano, “la más leve apariencia de hostilidad contra el gobierno era de inmediato castigada con la muerte por las patrullas de milicianos”.

Y finaliza: “Se vislumbraba con demasiada claridad que el triunfo del gobierno no sería el triunfo de un régimen democrático dentro del cual el ciudadano gozaría de libertad para hacerse oír por las vías legales (…) Sería con seguridad la instauración de una época de anarquía y de luchas desgarradoras en las que los republicanos, desbordados, ahogados, degollados por sus aliados de un día sólo tendrían, como mucho, el derecho de ser meros espectadores del desorden, temblando de miedo y con la seguridad de ser algún día ejecutados” (pág. 69).

TODAS LAS ENTREGAS;

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