Clara Campoamor: fascistas y comunistas, asesinato de Calvo Sotelo, la sublevación, se arma al pueblo (3)

En su libro La revolución española vista por una republicana Clara Campoamor, testigo directo de los hechos, relata al milímetro la situación extrema que se vive entre los fascistas rebeldes y los comunistas y los socialistas radicalizados en la España de principios de 1936. El ambiente de radicalización era tal, que antes de julio de 1936 se habían cruzado todas las líneas rojas y los asesinatos en la calle, cometidos por unos o por otros, estaban a la orden del día.

El asesinato del líder de la derecha, José Calvo Sotelo, el 13 de julio de 1936 anticipaba el golpe de estado. La respuesta del presidente de la República, Manuel Azaña, y de su gobierno fue armar al pueblo. Una decisión que traería consecuencias imprevistas.

Lo siguiente constituye un resumen de lo que Clara Campoamor escribió sobre los sucesos en los seis primeros meses de 1936: ella fue testigo de excepción, y lo dejó plasmado en un libro cuya primera edición, en francés, se publicó en noviembre de 1937. Aquí hemos partido de la excelente edición en castellano editada por Luis Español Bouché.

Radicalismo extremo: falangistas, radicales y comunistas

Según Campoamor, “otro motivo de turbación para el orden público fueron las luchas en la calle entre los marxistas y los miembros de Falange Española, partido creado en 1933 cuyo jefe, don José Antonio Primo de Rivera, era hijo del antiguo dictador. Pero lo cierto es que antes de ese asesinato nadie creyó jamás en España en la importancia del fascismo como único elemento posible del derribo del Estado: “Sólo los marxistas concedían importancia al continuo crecimiento de los grupos de jóvenes que oponían su propia violencia a la violencia marxista”.

Campoamor sostiene que los fascistas “nunca habrían pasado de ser un puñado de amigos si los errores acumulados por los republicanos y los marxistas no hubiesen favorecido su movimiento. En las elecciones de 1936 y a pesar de las numerosas candidaturas que habían presentado, siempre coligados con partidos de derecha, no consiguieron un solo escaño. Incluso perdieron el que ocupaba desde las Cortes constituyentes el Sr. Primo de Rivera, su jefe”.

Pero añade que “fueron las consignas, dócilmente seguidas en España como en cualquier otra parte por los marxistas, a los que en parte a ciegas secundaron los republicanos de izquierda, quienes hicieron salir el partido fascista de la nada en la que se encontraba”.

Así las cosas, “el asesinato del teniente Castillo, que pareció motivar el de Calvo Sotelo, no fue más que uno más de esos episodios de lucha y odio entre dos grupos que zanjaban sus disputas al margen de la ley”.

¿Quién asesinó a Calvo Sotelo?

En ese estado de cosas, Campoamor define en las páginas 36 y 37 de su libro La revolución española vista por una republicana una serie de acontecimientos que resultan concatenados: “Algunos días después de la conversación relatada en el primer capítulo de este libro, el 12 de julio, se produjo un hecho preocupante. Habiendo sido asesinado en la calle un teniente de las guardias de asalto [teniente Castillo], los hombres de su compañía atribuyeron el crimen a elementos fascistas y, para vengarse, se presentaron aquella misma noche, oficialmente, uniformados, en el coche de su unidad y acompañados por un teniente de la Guardia Civil [Fernando Condés, militante del PSOE], única fuerza pública en la que confiara la derecha, en casa del Sr. Calvo Sotelo, diputado a Cortes, antiguo ministro de la dictadura de Primo de Rivera y uno de los prohombres de la derecha”.

Campoamor prosigue con su relato: “Los guardias de asalto traían con ellos una orden de arresto contra el diputado, dada por la Dirección de Seguridad, de la que nunca se podrá comprobar la autenticidad. El diputado derechista, que era un jurista, se negó primero a entregarse invocando la inmunidad parlamentaria y, luego, en un gesto que le costaría caro, aceptó seguir aquellos guardias ‘poniendo su confianza en el honor de un oficial de la Guardia Civil’ que les acompañaba. Poco después el cadáver de Calvo Sotelo, con una bala en la cabeza, fue abandonado en el depósito del cementerio municipal por los mismos guardias de asalto que presentaban aquella acción como si de un acto de servicio se tratara” (36).

(…) “Pasaron los días. Madrid se escandalizaba de ver a Moreno, el teniente de los guardias de asalto que asesinaron a Calvo Sotelo, así como a Condés, paseándose libremente por las calles”.

  • [Clara Campoamor “se refiere a Máximo Moreno Martín, teniente de Asalto y gran amigo del teniente Castillo. Nunca se ha podido probar la presencia de Moreno entre los asesinos de Calvo Sotelo. Véase Gibson, op. cit. pág. 166. Según Gibson, quien disparó fue el pistolero socialista Luis Cuenca Estevas, miembro de la escolta de Indalecio Prieto.
  • El organizador del asesinato fue el también socialista Fernando Condés. Gibson reproduce el certificado de defunción de Condés, fallecido en Chamartín de la Rosa el 29 de julio de 1936”. Según el editor del libro en su versión moderna, Luis Español Bouché, hemos de tener en cuenta que durante los primeros meses de guerra, algunos Registros Civiles fueron ocupados, literalmente, por agentes políticos y se llegaron a inscribir datos falsos.
  • Tenemos un ejemplo de ello en el caso del capitán de artillería Alejandro García Vega, asesinado en Paracuellos, en cuyo expediente, que se conserva en el Archivo Militar de Segovia, figura una partida de defunción según la cual murió en su domicilio (NOTA 29)].

Estalla la sublevación

Clara Campoamor vio así el alzamiento de los rebeldes, con Mola y Franco a la cabeza: “En la tarde del 17 de julio, el Sr. Prieto, visiblemente preocupado, trajo al Parlamento la noticia de la sublevación de la guarnición de Melilla, plaza fuerte del Protectorado español en Marruecos. El 18 la sublevación se extendió a las plazas de Tetuán, Larache y Ceuta y luego estalló en las principales plazas militares de la Península, Navarra, Burgos y Sevilla. El 20 les tocó el turno a las guarniciones de Madrid, Alcalá de Henares y Guadalajara. La tercera guerra civil española había comenzado” (pág. 38).

(…) “no se siguió la tradición y el gobierno tomó una decisión que había sido concertada en principio anteriormente, tal y como lo indicamos en el capítulo primero de este libro y que, por buenos motivos, alarmaba a algunos republicanos menos ciegos que los dirigentes: el gobierno decidió entregar armas a las organizaciones políticas” (pág. 39).

Se entregan armas al pueblo

Para Campoamor “sería un poco exagerado afirmar que el gobierno armó las organizaciones obreras; ya lo estaban. A pesar de los registros efectuados tras la revolución de octubre de 1934, muchas armas habían quedado en manos de los obreros sublevados. La decisión del gobierno sólo supuso autorizar a llevarlas. Mezclados con elementos republicanos socialistas y comunistas, armados por el gobierno, los anarco-sindicalistas se hicieron con los depósitos de armas de los cuarteles de la Montaña, de Cuatro Vientos, de Alcalá y de Guadalajara cuando fueron tomados. De esta forma los elementos anarco-sindicalistas estuvieron armados” (pág. 40).

La lucha en Barcelona

[Esquerra Republicana armó a los anarco-sindicalistas, que eran pistoleros. Alguien podía equiparar a los CDR –Comités para la Defensa de la República- de ahora. Se observa una gran similitud entre ambos. Páginas 41 y 42]:

Así reflejó Clara Campoamor lo que se vivía en distintas regiones españolas, especialmente en Cataluña, ya que tenía suficiente información por los grupos con representación parlamentaria en Madrid. “El gobierno de la Esquerra —izquierda catalana—, políticamente débil, que siempre se apoyó en esos elementos para combatir la derecha, les distribuyó rápidamente todos los fusiles y ametralladoras de los que estaba abundantemente provisto. Y así, sin más ayuda de fuerza armada que la de la Guardia Civil, los guardias de asalto y la guardia cívica de los mozos de escuadra, los obreros abortaron la sublevación lanzándose con osadía y extraordinario valor sobre los insurgentes, aniquilándolos a su paso”.

Según Campoamor, “la actitud del general vencido [Manuel Goded], tras su detención, muestra el estado de desolación en que se hallaba: compelido por el Sr. [Lluís] Companys, presidente del gobierno catalán, a pronunciar por radio su rendición, con el fin de dar a conocer su fracaso a toda España y despejar cualquier duda al respecto, no se negó a ello como, quizá, su honor le debía haber aconsejado. Sumiso, aceptó anunciar su derrota y por el micrófono aconsejó someterse a sus compañeros alzados. Dócil sumisión al vencedor que no endulzó en nada la suerte del general vencido ya que dos días después era sometido a juicio sumarísimo y fusilado”.

TODAS LAS ENTREGAS: 

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