El coste del embrollo (1): la Constitución clandestina

No existe, ni en política ni en economía, nada parecido a un almuerzo gratis. Afirmación de la que empezaron a alardear los defensores del libre mercado (Milton Friedman a la cabeza: “There Ain’t No Such Thing As A Free Lunch”). Aunque constan innumerables autores en otros campos. En realidad, no debe sorprendernos; que nada es gratis es una frase notablemente común que desde las derechas a los anarquistas han utilizado. O sea, que como diría un catalán famoso: “Nadie da duros a cuatro pesetas”.

En la ciencia de la escasez, Samuelson nos hacía elegir entre cañones o mantequilla, antes de que otros manuales de economía (de Krugman a Mankiw) usaran otras frases para decir prácticamente lo mismo.

De los mismos productores de “De quién depende la fiscalía del Estado: del Estado”, llega ahora “La constitución se pasa a la clandestinidad”.

¡”Viva el Salvador: Dios, patria y verificador”! se gritará en las escuelas y en los cenáculos carlistas, sean éstos en Ginebra o donde las leyes viejas. Sí alguien cree que la llamada concordia, por Sánchez inventada, nos saldrá gratis es que no ha prestado la debida atención ni a los costes políticos ni a los económicos.

La Constitución se ha pasado a la clandestinidad porque un régimen democrático como debe ser, y no las tontadicas que ustedes se aprendieron de jóvenes, no debe explicar a sus ciudadanos y ciudadanas dónde se reúne el gobierno, ni con quién. Ni, menos aún, para qué. Esas cosas, cono ustedes habrán comprendido, ya solo interesan a pérfidos políticos o jueces prevaricadores que solo persiguen el mal de Puigdemont.

Gracias a que la Constitución es clandestina, ya sabemos que, en realidad, lo de la amnistía no es que fuera un asunto votado por la ciudadanía o deseado por ésta, sino que era una necesidad convertida en virtud.

Si ustedes creen que la amnistía es el mayor coste que vamos a pagar tampoco han prestado atención. Lo que vendrá después será peor en términos de derechos, de Estado, de territorio y de economía.

Ya hemos pagado la concordia futura en términos de concepto de pacto político (ya sabemos que aquí nadie se fía de nadie). También hemos recibido nuestra correspondiente dosis de humillación poniendo a un señor de El Salvador a mediar entre españoles, a pesar de que contamos con sobradas instituciones diseñadas para el acuerdo político y la mediación.

El señor elegido es, al parecer, experto en refugiados, cosa que animará mucho al fantasma de Waterloo. Pero como cuando les digo que nadie se fía de nadie, es que nadie se fía de nadie, tendremos que poner otro mediador o verificador o acompañante, o como decidan llamarlo según el día de la semana, para entendernos con Esquerra Republicana, que se fía tan poco del gobierno como de sus socios independentistas.

Bienvenidos pues a la clandestinidad constitucional por Pedro inventada. Bienvenidos sean al Estado de derecho a quienes el Estado derecho se les da una higa. Bienvenidos a los ceses de los hasta ayer probos funcionarios, sean diplomáticos o letrados en Cortes, que se oponen, por ir contra derecho, a la amnistía.

Cosa que aprendieron de una vicepresidenta del Gobierno, un candidato catalán y un presidente del Gobierno, entre otros, pero es que no comprendieron lo importante: las cosas son, hasta que dejan de ser virtud. Y la necesidad de una investidura aprieta mucho.

La tomadura de pelo patria es abundante, pero es una virtud que los que no amamos la patria no entendemos, porque Pedro si la ama, no como ustedes y el cronista.

Bienvenidos al progresismo realmente existente del que se ha borrado hasta Podemos, que fiarse, tampoco se fía de nadie y anda pidiendo en el Grupo Mixto un verificador para repasar sus acuerdos con Yolanda Díaz que no parecen muy claros. Igual se piden un iraní o un venezolano, total…

Entre todos los costes que pagaremos no será el menor el de la polarización social, el desprecio político mutuo y el desprestigio institucional. Aquí nadie acordará nada, excepto los de Puigdemont y Junqueras, eso sí, mientras ellos quieran.

Dejadme, estimados y estimadas camaradas del progresismo realmente existente que os de un consejo: ¡Cuidaos de perder unas elecciones! Ese día, el desierto será terriblemente inmenso.

 

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