La edad de oro del periodismo

Ya antes del coronavirus el periodismo tradicional iba despeñándose ante las nuevas redes sociales. Para informarse, la población iba dejando de lado a las estructuras y los profesionales contrastados y aceptando cualquier noticia sin verificación cabal del primer comunicante anónimo que le llegara.

Malos tiempos, pues, para una información hasta hace bien poco de reconocida calidad. La pandemia del Covid19 no ha hecho más que precipitar el fenómeno, al no haber ya fuentes fiables, empezando por las oficiales. Un periodismo cada vez más rendido a intereses ideológicos y empresariales ha eclosionado no buscando la verdad sino dando pábulo a lo que más le interesaba en cada momento.

Comprenderán, entonces, que uno añore la edad de oro del periodismo español, la comprendida entre 1975 y 2005, por acotarla aproximadamente en el tiempo. Se trata de los años que van desde la cerrazón criminal del franquismo hasta el acomodo al taimado oportunismo político. Años, aquéllos, en los que a un profesional no se le pedía afiliación alguna como no fuese con la verdad, ni se le exigía compromiso alguno cono no fuese el de extraer las mejores noticias, afectasen a quien afectasen.

“¡Dichosa edad a quien los antiguos pusieron nombre de dorada!”, podríamos decir remedando a Don Quijote. Edad, además, que parece destinada a no volver, pese a los episódicos intentos individuales de objetividad informativa, como pueden ser por fortuna los de este diario en el que ahora escribo, dado que no son la tónica general de estos tiempos.

Preparémonos, pues, si no le estamos ya, para convivir con el espectro orwelliano de laboratorios de noticias, donde nos den fabricado y cocinado qué debemos pensar, sobre qué y en qué momento de nuestras condicionadas vidas.

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