Como decía el humorista francés Wolinski, “todo es política en la vida”. Así, pues, la gestión de la pandemia del covid19 tendrá sus consecuencias electorales el día en que toque. Y, eso, al margen de lo bien o lo mal que se haya gestionado la lucha contra el coronavirus.
El ejemplo clásico de cómo la victoria a todo trance contra el enemigo puede costarte el puesto lo tenemos en Winston Churchill, ganador de la guerra contra el III Reich y perdedor luego de los comicios inmediatamente posteriores. El ejemplo contrario, a poco que las cosas rueden como parecen ir, podría ser el de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno más imprevisor y con el saldo más alto de muertos en proporción al número de habitantes.
Cabría pensar que todo es cuestión de propaganda. Churchill sólo supo prometer “sangre, sudor y lágrimas”, programa poco atractivo aunque fuese a cambio de la salvación colectiva del país. Hitler, en cambio, consiguió que hasta el último alemán derramase su sangre porque les prometió hasta el final un futuro de gloria nacional y personal sin límites.
En eso, en la propaganda, se ha basado Sánchez —e Iglesias, no olvidemos a nuestro Lenin de bolsillo— para ir convirtiendo sus sucesivas derrotas contra la pandemia en una victoria personal de padre amantísimo prometiendo lo que no tiene (dineros) y anunciando lo que no puede (test, mascarillas,…) como si con ello nos hiciese un favor particular en pro de una falsa igualdad.
Todo ello, claro, no es posible sin un eficaz aparato de propaganda, propiciado por la excepcionalidad de las leyes de alarma, y la distorsión de esas leyes hasta impedir de hecho la disidencia. Si existiese alguna duda del éxito de esas políticas, correlativo al fracaso de la lucha contra la pandemia, lo tenemos en las sucesivas encuestas —no sólo la de Tezanos— que pronostican un nuevo éxito electoral al inquilino de la Moncloa.
Así, pues, la pandemia de ahora, tendrá su corolario político mañana o pasado, con unas condiciones y en unas circunstancias, que no serán ya las de la democracia liberal con la que nos acostamos el día en que el virus tuvo la mala ocurrencia de atacar a nuestra sociedad, y eso que ya había dado avisos de que lo iba a hacer.