María Jesús Montero y Félix Bolaños pusieron hace pocos días la mano en el fuego por Santos Cerdá. Eso supone asumir las consecuencias de los actos de éste. Pero que si quieres arroz, Catalina: ahí siguen tan frescos mientras su conmilitón ha sido expulsado del partido. Eso demuestra que la puesta en escena de las disculpas de Pedro Sánchez sólo ha sido un ejercicio de postureo, un lamento jeremíaco, pero no una aceptación de responsabilidades.
Ahora, en una segunda tanda, a José Luis Ábalos, que estaba suspendido cautelarmente de militancia, se le ha expulsado definitivamente del PSOE. Se trata de otra pose de cara a la galería, motivada, más que por la corrupción en sí misma, por la actividad putañera del individuo. Hasta ahora, su conocida afición a las prostitutas y su tratamiento a las mujeres como mercancía de quita y pon apenas sí había indignado al sector feminista de su partido, que ya habría puesto el grito en el cielo de haberse tratado de un político de derechas.
Todo es, pues, hipocresía social, más allá del hecho del varapalo que el llamado caso Koldo ha supuesto para el partido socialista. Y lo que puede venir, no en balde Víctor de Aldama, otro que tal, ha dicho que esto no acaba más que empezar.
Eso es lo que preocupa a los militantes y dirigentes del PSOE, que la corrupción no se limite a los papeles de la UCO y que la historia pueda continuar con más revelaciones y con la consolidación de los casos de la mujer y del hermano del presidente de Gobierno. Esto último sería demoledor, pero también sería terrible el descubrimiento de nuevos casos de amaños contractuales que afecten al partido socialista. ¿Qué pasaría en ese caso?
Pues nada más grave que hasta el presente. Que Pedro Sánchez seguiría atribuyendo la corrupción a casos aislados y que seguiría presentándose como valladar frente a la amenaza de que la derecha llegase al poder. Y todo esto con el beneplácito de sus socios de investidura, que siempre verán en el PSOE el aliado imprescindible para conseguir sus propósitos. O sea, que a más corrupción más postureo, pero que no por eso las cosas van a cambiar un ápice en la indignidad en que estamos sumidos.