Durante décadas los alemanes nos habían procurado estabilidad. De unos años a esta parte, sin embargo, tienen por costumbre tenernos en vilo. Anoche, sin ir más lejos. Finalmente, la cosa ha quedado en medio susto, aunque habrá que ver si las deseadas negociaciones de una coalición de garantías ofrecen o no esa estabilidad.
Puede ubicarse el apoyo a la AfD dentro de la oleada global más amplia de respaldo a los populistas de derecha extrema. La inmigración, la violencia y los precios de la energía han sido una carga insoportable para la izquierda, acosada, además, por ese patriota canadiense que es Elon Musk que usó su influencia, dinero y estridencia para hacer de Putin; en realidad, lo que le gusta es ser un oligarca pendenciero, como el ruso, e intervenir en unas elecciones europeas.
El único partido capaz de “salvar a Alemania” dijo Musk, refiriéndose e la extrema derecha, mientras manejaba la sierra de Milei y bailaba con Abascal. Elon Musk es el narcisista ridículo que corresponde a los finales de la historia, y sus aliados los monstruos ridículos de nuestra época llenos de peligro.
Las elecciones dejaron al descubierto el fragmentado panorama político de Alemania. No será fácil reconstruir una coalición, a pesar de que el abandono de Scholz, con el peor resultado de la socialdemocracia europea a sus espaldas en la historia allane el camino.
Esa fragmentación política es, también, una fragmentación generacional y de clase. La extrema derecha ha sido votada por el 22% de los jóvenes entre 22 y 35 años y la CDU por el 18%. Die Linke, el populismo extremista de izquierda se ha quedado con otro 16%.
Un estrépito para la socialdemocracia que, además, ha visto el abandono de la vieja clase obrera alemana crecientemente amenazada y el abandono del antiguo este alemán.
La campaña se centró principalmente en la inmigración, y en los últimos días por diversas violencias de confuso origen, y nada más, a pesar de los retos que Trump y Putin plantean a la Unión Europea y, en consecuencia, a uno de sus principales sostenedores. Los alemanes ya son como el resto de los europeos: no hablan entre ellos, se acabó la conversación democrática sobre el futuro y sólo el ruido les preside.
El líder de la CDU, Mertz, hay que decirlo, es bastante antipático y muy derechoso. No obstante, ha descartado cualquier cooperación con la AfD, a pesar de haber presionado a su partido durante semanas para endurecer la política fronteriza. Esto es tan sólo tranquilizador a medias.
La obsesión de Puigdemont por las fronteras, la forma fina de decir que se trata de cerrar la puerta a la inmigración es, como le ocurre a Mertz, producto de sus propias ideas y de la presión del fascismo catalán, Orriols mediante, que presiona y desconcierta a las bases electorales de Junts.
El canadiense más estúpido y narcisista que se conoce (Musk tiene también esa nacionalidad) se ha apresurado a felicitar, quizá antes de tiempo, a la extrema derecha alemana, Merz, en el lado positivo de la balanza ha enfatizado la autonomía de Europa.
La cuestión es si esa autonomía no es dolorosa para los europeos. El futuro canciller ya ha dicho que no sabe quién habrá en la próxima reunión de la OTAN, sugiriendo el abandono de Trump.
El aumento de gastos militares mancomunados, con un gobierno presionado por la derecha nos deja a los países con menos margen fiscal en mala situación. Al final deberá ser Macron y, sorpresa, Reino Unido, los que echen una mano con sus ejércitos nucleares, forces de frap y esas cosas de las que nos reíamos. Los costes migratorios serán altos y, parece evidente que la agenda woke derrotada elección tras elección pagará sus excesos.
Déjenme citar a Antonio Gramsci o recordar a Goya: “El viejo mundo está muriendo y el nuevo mundo lucha por nacer: ahora, es el tiempo de los monstruos”. Y a los monstruos ni les importa la ciencia, ni los derechos humanos ni la empatía. Tampoco la economía ni la conversación social. Les importa el conflicto, es ahí donde los estúpidos “patriotas de modelo canadiense” (con disculpas a los canadienses) crecen; sí, hablo de Trump, Musk y su “pandi” de narcisistas.
El problema es que a los monstruos no los vence la izquierda, y pueden preguntar desde Scholz a nuestro “pasionario” Iglesias: le vence la derecha. En la creciente ola de derechismo habrán de ser liberales y conservadores los que nos libren de Trump y Putin, excelente negocio el que hemos hecho soñando un mundo postmaterialista en las modernas izquierdas. Bueno, siempre quedará la izquierda británica, qué risa.