Trump ya tiene una guerra a la que le invitó Netanyahu

Como no pudo acabar las guerras que había en los dos días que prometió, Trump se ha montado una que tampoco acabará en dos días, me temo. El ataque del fin de semana no hará que Irán desaparezca. Las bombas estadounidenses no destruirán el conocimiento necesario para construir un arma nuclear, ni lo harán si eso es lo que Teherán desea. El ataque ordenado por Donald Trump no detendrá la guerra abierta entre Israel e Irán. No traerá una paz duradera a Oriente Medio, ni pondrá fin a la masacre en Gaza, ni hará justicia a los palestinos, ni pondrá fin a más de medio siglo de amarga enemistad entre Teherán y Washington.

Todo en grande. América volverá a ser Grande, como en 1979, se filmarán malas películas y unos 40 mil soldados estadounidenses deben considerarse, ahora, objetivos potenciales de represalia, y posiblemente también las fuerzas británicas aliadas que andan por allí. Había prometido a su gente que no habría soldados en guerra fuera, los prefiere machacando a los Ángeles. Pero no ha cumplido.

Trump afirma que no le ha declarado la guerra a Irán. Afirma que el ataque no es el primer paso de una campaña destinada a provocar un cambio de régimen en Teherán. Pero los políticos y el pueblo iraní no lo verán así. Trump, el presidente aislacionista que prometió evitar guerras en el extranjero, ha caído de lleno en una trampa preparada por el israelí Netanyahu, una trampa que sus predecesores más astutos evitaron.

Netanyahu ha exagerado constantemente la inmediatez de la amenaza nuclear iraní. Lleva 30 años de avisos y ciertamente todo el mundo está preocupado, pero todo el mundo, desde Obama, ha considerado necesario una decisión diplomática, especialmente desde el momento en que el régimen estaba más aislado y desorientado que nunca, con una oposición social creciente.

Leyendo el guion de Netanyahu, Trump ha declarado el sábado por la noche que eliminar esa amenaza nuclear era vital y el único objetivo del ataque aéreo estadounidense.

Así pues, una vez más, Estados Unidos ha declarado la guerra en Oriente Medio basándose en una mentira, en información de inteligencia controvertida y probablemente errónea, distorsionada a propósito por motivos políticos. Una vez más, como en Irak en 2003, los objetivos generales de la guerra son confusos, inciertos y están abiertos a la interpretación tanto de aliados como de enemigos.

Una vez más, parece no haber una “estrategia de salida”, ni medidas de contención contra la escalada, ni un plan para lo que sucederá a continuación. Exigir que Irán capitule o se enfrente a una “tragedia nacional” no es una política. Es un callejón sin salida.

Irán no desaparecerá, independientemente de lo que Trump y Netanyahu imaginen en sus sueños. Seguirá siendo una fuerza en la región. Seguirá siendo un país a tener en cuenta, un país de 90 millones de habitantes, con poderosos aliados en China, Rusia y el sur global. Ya insiste en que continuará con su programa nuclear civil.

Estos acontecimientos son un recordatorio de la profunda ignorancia oficial de Estados Unidos sobre Irán. Washington no ha tenido presencia diplomática allí desde la revolución. Ha tenido pocos contactos políticos directos, y sus severas sanciones económicas han generado una distancia aún mayor, minando aún más el entendimiento mutuo.

La decisión de Trump de incumplir el acuerdo nuclear de 2015 (negociado por Barack Obama, el Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia, China y la UE) fue producto de esta ignorancia. Diez años después, intenta lograr con las bombas lo que sus predecesores, más sabios, menos impulsivos y menos manipulables, lograron, en gran medida y de forma pacífica, mediante la diplomacia.

La paz parece más esquiva que nunca y Netanyahu la celebra. Estados Unidos no puede dar marcha atrás ahora. Y el ajuste de cuentas que se avecina, a corto y largo plazo, podría ser más terrible que cualquiera de las historias de miedo de Netanyahu.

El estrecho de Ormuz, un importante punto de tránsito para el suministro energético mundial, podría estar minado, como ocurrió en la década de 1980 durante la guerra entre Irán e Irak. El resultado podría ser una crisis petrolera mundial y un colapso de los mercados. Además, Irán sigue disparando misiles contra Israel, a pesar de las afirmaciones en Jerusalén de que la mayoría de sus bases de misiles balísticos han sido destruidas.

Trump, Netanyahu y Jamenei: tres viejos furiosos que podrían hacer que nos maten a todos.

Dos consecuencias radicales a largo plazo podrían derivarse de este momento. Una es que el impopular régimen de Jamenei conocido por su corrupción, incompetencia militar y mala gestión económica y privado del apoyo del Hezbolá libanés y Hamás en Gaza, podría quebrarse bajo la presión de este desastre.

La otra es que, en lugar de renunciar al preciado derecho al enriquecimiento de uranio y someterse al ultimátum de Trump-Netanyahu, los gobernantes de Irán, sean quienes sean, decidan seguir el ejemplo de Corea del Norte e intentarán adquirir una bomba lo antes posible para evitar futuras humillaciones. Esto podría implicar la retirada del tratado de no proliferación nuclear y el rechazo del régimen de inspecciones de la ONU.

Trump ha caído de lleno en la trampa que le tendió Netanyahu. Su apuesta imprudente hace que un arma nuclear para Irán sea más, no menos, probable. Pero Trump ya tiene “su éxito militar excepcional”.

 

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