Puigdemont no ha ganado una sola elección desde que se enseñoreó de la junta mafiosa de Junts de la mano del Don anterior, Artur Mas. Ahora, desde un palacete de 550 metros cuadrados, en Waterloo y a 6.000 euros de alquiler mensual que pagamos los españoles de España, no los fascistas de Cataluña, manda, dispone y gobierna mi vida y la de otros 47 millones de españoles.
Puigdemont para los suyos es una mezcla de Jesucristo, San Jorge y Walt Disney. Para mí es sólo un traidor, un renegado y un racista. Sánchez, por su parte, tampoco es presidente por haber ganado las elecciones, sino por un pacto vergonzoso con la mafia para chupar sillón azul. Si Puigdemont nos odia por españoles, Sánchez nos desprecia por divergentes.
Sánchez no parece racista ni creo que los suyos lo comparen con Walt Disney o Jesucristo; más bien lo comparan con Dios. Sánchez y Puigdemont son dos autócratas de libro, uno por ensoberbecimiento intelectual y pésima preparación y el otro por su ceguera con respecto a una idea estúpida y peligrosa, la independencia de la región catalana.
Dos hombres arriscados, cada uno en un extremo, unidos por una misma cuerda trenzada de gabelas, regalos, perdones, leyes espurias, sobornos, terrorismo, evasión de capitales, malversación y traición a la gente, a la nación y a las instituciones.
La diferencia principal es que Sánchez es un inmoral capaz de vender su alma y encima la de su madre por un día más en Moncloa, mientras que Puigdemont es un hombre que ni se vende ni se deja comprar por chuches, y para muestra el rosario de botones de esta temporada en que Sánchez no saca adelante una ley ni por casualidad porque sólo encuentra la pedorreta de Junts en el Congreso semana tras semana.
Puigdemont es un dogmático convencido de su misión libertadora, de su destino en lo universalito para Cataluña; un hombre que no se venderá por una docena de churros pero que sí comprará a un presidente de gobierno por media docena de votos.
Uno ya está en la historieta de Cataluña como prócer levantisco capaz de. Del otro, no sé qué será. Puede que acabe en la historia como el Fernando VII republicano, un felón traidor, pero mientras aquel era imbécil de solemnidad y nacimiento, éste es un piernas taimado, hipócrita y narcisista que hace lo que hace por puro egocentrismo.
Lo más probable, sin embargo, es que ambos acaben más pronto que tarde siendo fagocitados por la actualidad de cualquier mañana y el soplo helado del tiempo los borre con el olvido. Quedarán las secuelas del mal que ambos han hecho, uno por su fe equivocada, el otro por la venalidad de su alma y su carácter.
También es probable que ninguno de los dos acabe en la cárcel, por más que ambos lo merezcan aunque por distintos motivos. Puigdemont es un iluminado en una realidad paralela que ha traicionado a los españoles creyendo que así se lo demandaba su misión proto-divina.
Sánchez, por su parte, es un turbio supuesto mangante regateando en corto para salir a flote en cada trance. Ha vendido una a una las instituciones del Estado y se ha rodeado de mercenarios con trajes caros que les quedan como a un Cristo dos pistolas, pero entregados a la causa con el mismo fervor de Diosdado Cabello ayer a Hugo Chávez y hoy al ágrafo Maduro.
La pastora, el parné, la guita para bien comprar voluntades con pólvora del rey está en manos del sátrapa de Moncloa: sea en forma de presidencia de Red Eléctrica de España (Beatriz Corredor), de embajadora en la Santa Sede (Isabel Celaá), de presidencia del Constitucional (Conde Pumpido) o de Gobernador del Banco de España (José Luis Escrivá), todos cómplices necesarios para tapar los delitos e ilegalidades del presunto sinvergüenza, todos ayer renegadores de las puertas giratorias y hoy mudadores de opinión como su capo di tutti capi.
Hay también una línea defensiva de perros de presa: Tezanos, Bolaños, Antonio Hernando, y de mamporreros que se la colocan bien al presidente: Óscar Puente, Óscar López, Álvaro García, López Alegría.
Son todos los que están, pero no están todos los que son: las mafias siempre tienen una capilaridad de hooligans difícil de contrarrestar, pero son hordas veleta que mañana aplaudirán a cualquier otro. Mientras tanto, entre todos la mataron (la democracia) y ella sola se murió.