Todos los planes del Gobierno de Pedro Sánchez tienen como horizonte estratégico el año 2030, lo cual no se compadece con una legislatura que ha de durar, todo lo más, un par de años. O sea, que el propósito gubernamental es el de reproducirse en el poder una elección tras otra.
La prueba de que no va tan desencaminado la ofrece el fracaso de los sucesivos vaticinios de adelanto electoral a causa de las dificultades de cuadrar los Presupuestos y de las contradicciones de los socios de Gobierno. Es obvio que estos discrepan en un montón de cosas, como los desahucios, el papel de la Corona o la devolución de MENAS a Marruecos, por poner sólo unos ejemplos. Pero una cosa es disentir y plantear las diferencias en público y a brazo partido y otra muy distinta romper una coalición que beneficia a los dos partícipes del acuerdo gubernamental.
Lo mismo puede decirse de todos los que vienen apoyando aritméticamente al Gobierno desde su investidura, votación tras votación. No coinciden totalmente con él, por supuesto, pero, para todos los partidarios de disgregar España, el que esté en el poder la izquierda les beneficia, desde los separatistas catalanes hasta el pequeño partido valencianista de Compromís. Por eso, lo sostendrán contra viento y marea, sabiendo que la oportunidad de lograr sus mayores réditos no está en esta legislatura, sino en las siguientes.
Frente a esta amalgama de rupturistas del viejo orden hay una derecha desunida, satisfecha bobaliconamente de los resultados de las encuestas electorales, válidas para hoy, pero no para el día de las elecciones, cuando el Gobierno haya comprado voluntades y apalancado votos gracias a los fondos Europeos de 2022 y 2023.
Por si eso no bastase, la coalición gobernante ha puesto en marcha instrumentos de adoctrinamiento, desde la Ley de Educación hasta la de Memoria Democrática, para moldear conciencias y conductas y hacer abjurar de todas las ideas que no comulguen con las suyas.
O sea, que aunque tengamos elecciones, nos encontramos cada vez más con una situación a la venezolana, por decirlo de alguna manera, donde las instituciones están debilitadas o abducidas y la ideología dominante al servicio del poder. Así, el que la derecha vuelva al poder no sólo es improbable sino que resulta de una dificultad bien tangible.