Afirmó el Gobierno que transferir o delegar materia de inmigración era inconstitucional. En coherente consecuencia, se puso el gobierno a lo que correspondía: saltarse su propia doctrina legal y delegar la inmigración a Catalunya. Este cambio de opinión, naturalmente, no es una afrenta constitucional: ni ustedes ni el cronista entendieron bien a Marlaska o a la princesa de la Alegría. Lo que sucede es que la Constitución no ejerce en el noroeste, porque nunca, pero nunca, el socialismo realmente existente vulneraría la Constitución.
Hecho pues el conveniente ridículo y cumplida una nueva traición constitucional, no hay problema político, sostiene el gobierno: Cándido Conde-Pumpido alicatará la Ley Orgánica y las cuevas de Alí Babá donde se refugia Puigdemont.
Hay un pequeño problemilla que, sin duda, la habilidad negociadora de Pedro y Bolaños deberían arreglar: convencer a Podemos, Más Madrid, Izquierda Unida y Compromís de que se regale la inmigración a Puigdemont es fetén.
Lo tienen pensado: a Compromís se le da una moción de censura en Valencia; a Izquierda Unida una Secretaría de Estado más, a Más Madrid, silencio sobre Sanidad y dejaremos que le ganen al ministro candidato. Lo de Podemos, ya lo miraremos, igual tenemos algún acosillo de Iglesias que echarle a la prensa. No son esos fachas del PP o de Trump los que se han lanzado al griterío. Son los de la izquierda de verdad verdadera, algo habrá que hacer.
Hay un gran problema, empero: poner la inmigración en manos de Puigdemont suena a fascismo y a xenofobia; es insultante de narices. Los de Junts han pasado de competir con ERC a competir con Orriols (señora que lidera Aliança Catalana, nazi, nacionalista de narices).
No es nuevo que Puigdemont se apunte a este discurso xenófobo. En sus columnas periodísticas glosó en su momento aquella gloriosa afirmación del fundador de Estat Catalá (partido modernísimo de la muerte fundado en 1922) y que escribió fascistoide opúsculo en el que afirmaba que los españoles teníamos genes africanos, cosa que a nadie importaría si no fuera por el carácter nazi de la afirmación y que, como digo, fue ponderada en sus columnas periodísticas por el ilustre fugado.
Puigdemont no solo reclama la frontera, cual Estado, graciosamente concedida por el gobierno. Afirma, igualmente, que se reserva el derecho de expulsión. Y si no les gusta tengan otra taza: definirá por ley la “catalanidad” que tengan los inmigrantes.
Para que me entiendan, como es natural, los emigrantes que llegan al resto de España, legal o ilegalmente, no hablan español. Cosa que no nos impele a la expulsión. Pero si llegas a Cataluña y no hablas catalán no entras, salvo que seas rubio, ario y entrenador del Barça, naturalmente.
Puigdemont y Orriols los quieren blanquitos, hablando catalán, con pasta y vigilados por los Mossos, para ser expulsados en caso contrario; si son negros y hablan español, depende de lo que pague Joan Laporta en pelas o especie.
Mossos que deberán aumentar en 25 mil, aprender de lo que hacen los guardias civiles y policías nacionales. Éste es el tiempo que tienen ambos cuerpos de seguridad del Estado para ser expulsados de Catalunya, tipo trabajadores de las “Rodalies”.
Frontera, expulsión, color, lengua… ¿Qué hay más “trumpista? Por supuesto que nos equivocamos. El líder planetario del “antitrumpismo” nunca cedería ante los filonazis independentistas… o quizá sí: hasta un señor de derechas y de orden (el camarada Page) afirma “sentirse abochornado” por la medida.
La transferencia nos ha convertido a los demás (con la excepción de los vascos, que enseguida se apuntarán) en el muro mexicano de Trump. El Ebro es el Río Grande, España el patio trasero de la porquería “trumpiana”.
¿Por qué no delegar el mismo derecho a los canarios? Simplemente porque no lo quieren; ellos y ellas nunca han querido expulsar a nadie, solo repartir sus cargas, cosa que todos asumiremos, menos los catalanes y catalanas que, al parecer, sufren una invasión intolerable de su identidad. Si son rubios y rubias, altos y guapas tipo ucranianos, bielorrusos o cosa parecida, no hay problema, pero ¿viajeros de pateras? Hasta ahí podríamos llegar.
Se ponga como se ponga el Conde–Pumpido el asunto no es constitucional por mucho que el papelito presentado reitere hasta el aburrimiento que se trata de una delegación de competencias exclusivas del Estado. Los redactores de la Constitución y quien la votaron sabemos que la inmigración y la frontera es Estado.
También lo sabe la Unión Europea que no debiera permitir, aunque nunca se sabe, que una “región” (se siente, en el lenguaje institucional europeo Catalunya es una regioncita) eluda la política migratoria común, ni que la identidad se mida en una lengua (por cierto, que no es oficial en la Unión y difícilmente lo será).
No es poca cosa. Y menos aún en estos tiempos que corren de diplomacia de matón, gasto militar y aires de guerra, que los gobiernos se ocupen de estas cosas no gusta en las cancillerías. Pero el caso es que de Pedro ya pasa casi todo el mundo. Mientras el socialismo realmente existente se dedica a estas cositas reaccionarias, buscando que los alemanes paguen el aumento del gasto militar, no queda fino, ni decente.
Llamadnos luego, camaradas, a la lucha “antitrumpista”, mientras catalanes y vascos se niegan a recoger inmigrantes. Aquí lo afirmo: esto es pura xenofobia. Da mucha pena que el desierto de arena expulse inmigrantes, tolerándole a la satrapía marroquí su responsabilidad, pero es éticamente peor una transferencia de odio. Se trata de siete votos, no se crean ningún discurso del socialismo realmente existente.